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Trabajo inmaterial: explotación y disidencia en la normalización del home office

Actualizado: 28 may 2020


Luis Veloz






Desde hace algunas semanas la pandemia del SARS-CoV2 ha generado que cuestionemos la normalización del trabajo en esta crisis sanitaria global. Por un lado, hemos sido testigos de nuestra vulnerabilidad social, pero también del fracaso de la economía neoliberal, lo cual ha evidenciando que la riqueza no es cuestión de contabilizar inversiones, cosa que no sucedió en Europa ni en Estados Unidos, la riqueza es resultado del trabajo de quienes gastan su vida en producir y por ende, en generar valor.[1] Pero por otro lado, hay un problema que radica en la categoría de “trabajo” debido al modo en que se exhibe en este momento. Como ya sabemos o hemos experimentado, se ha catapultado el trabajo a distancia: home office o teletrabajo, asunto que no había ocurrió en años anteriores. Al menos no con la fuerza publicitaria que ha obligado la pandemia.



El trabajo es una categoría compleja de la que Marx se ocupó, y de hecho lo hizo con tal agudeza que aborda a grandes rasgos el trabajo inmaterial (como trabajo improductivo), sin embargo, tal como comenta Antonio Negri, su preocupación se dio con mayor profundidad en el trabajo material por ser éste directriz dentro de las categorías de la valorización del capital; el modelo de producción que vio nacer. Esto significa que, entre producir una mercancía y un conocimiento o, vender un servicio, hay un espacio que se debe cubrir. Por lo tanto, la categoría de trabajo del siglo XIX actualmente es insuficiente para explicar el contexto actual.



El trabajo manual y el trabajo intelectual son fenómenos que confluyen, pero se diferencian en distintos campos. Para el siglo XX el modelo clásico de trabajo, trabajo fabril, tiende a transformarse, no de manera abrupta, sino lentamente, no cancela por razones claras el trabajo material, aunque sí sucede que el trabajo inmaterial empezará a cobrar más notoriedad. A partir de la década de los 70 sobreviene, además, un cambio que históricamente es establecido por el desarrollo tecnológico computacional que ocasiona que la división del trabajo se tenga nuevamente que reestructurar.



Hay que recordar que con antelación el mundo de la industria, de las grandes fábricas, estuvo dirigido por el taylorismo y el fordismo. A finales del siglo XIX, el taylorismo aportó a la producción un carácter científico (scientific management) que tuvo por objeto maximizar los tiempos de producción. El fordismo por otro lado, añadió la práctica de línea de ensamblaje y de producción en serie con la misma intencionalidad y, además, para reducir los costos de operación. Y pese a que, con las crisis del capital devinieron otras propuestas para maximizar el trabajo, como el toyotismo, tanto el taylorismo como el fordismo no perdieron totalmente su vigencia.




En términos generales, para introducirnos al problema, se puede afirmar que hay un desplazamiento (histórico-situado) de las formas de producción que se insertan al interior de la subsunción real del capital. Como bien anota Benjamin Coriat, el desplazamiento se establece, fundamentalmente cuando se transita del espacio del taller a la fábrica, es decir, de un saber familiar transmitido por generaciones, a una mecanización cuya medida es establecida por la instrumentación del cronómetro.[2]



De este modo, el tiempo socialmente necesario para producir mercancías se verá supeditado al cronómetro. La fragmentación del día en horas, minutos y segundos, así como la obtención del producto como resultado de la valorización del proceso de trabajo, son elementales. Con todo, la categoría de trabajo efectivamente es cambiante, y en la actualidad ha entrado en una fase acelerada que apunta al trabajo inmaterial. Esto no es nuevo, de hecho, desde los años 60 ya contamos con una discusión importante al respecto, que surge en Italia con el operaismo y cuya huella es posible rastrear con los Quaderni Rossi y Potere Operaia. Lo que sucede y se planteó en aquellos años, y hoy se sigue actualizando, es que existe un proceso que requiere homologar la producción a partir de la tecnología disponible: del taller a la industria, y posteriormente de la industria a la tecnología digital: el desarrollo del software y la red de internet. No obstante, esto no significa inmovilidad, es decir, que el paso de un modelo a otro se haga sólo formalmente, sino que implica ante todo reinventar el uso de la tecnología para fines de resistencia social.



En este sentido y dada la trascendencia que esto cobra a nivel global, en lo que sigue revisaremos a grandes rasgos este tema sin duda problemático que permite ahondar en cómo es que se están deconstruyendo y con gran rapidez, las prácticas concretas de trabajo.



El trabajo inmaterial



El desarrollo de la tecnología articula cambios sustanciales en su momento de constitución, en todos los estratos: económicos, sociales y políticos. Esto significa que cambia y se condicionan las prácticas sociales según el desarrollo técnico. La máquina de vapor que permitió la liberación y multiplicación de las fuerzas naturales, estableció en ese momento un paso que determinó la base material sobre la cual se movería la vida del hombre moderno. La mediación tecnológica, que aceleradamente se despliega como razón instrumental, modificó, tanto las condiciones situadas del hombre, como su subjetividad.



La acumulación originaria del capital históricamente inicia por una apropiación de la fuerza viva, de tal modo que se le despoja al trabajador de los medios de subsistencia para que, posteriormente, obligados por la situación adversa vendan su fuerza para crear valor de la nada.[3] Los desplazados de los lugares originarios del trabajo comunal (tanto del campo como del taller), son así incorporados a la fábrica (el espacio de explotación por antonomasia), donde el modelo y las condiciones de producción, alentadas por la revolución industrial, son totalmente distintas a las anteriormente conocidas. Así inicia la proletarización (de masas) o el trabajo asalariado en el capitalismo.



Para el siglo XX, el marco en el que aparece la nueva revolución tecnológica-digital (informática) incide ciertamente en el futuro de las nuevas generaciones, nueva fuerza de trabajo, muchos de los cuales son localizados en grupos de clase media, no necesariamente con una educación técnica en un inicio, aunque posteriormente sí se volverá un factor clave para crear al obrero especializado. Así pues, se puede advertir que con el despliegue de la tecnología de cómputo el panorama social, económico y político sufre otro desplazamiento que se interpreta como un nuevo paradigma en la función disciplinar y productiva. Es aquí donde la lectura filosófica-política y tecnológica contemporánea, proporciona una explicación y también una postura en torno al futuro abierto que se debate en la potencia de la sociedad de la información.




Así pues, uno de los estudiosos de la epistemología económica de Marx, como lo fue Jean Baudrillard, pudo detectar perfectamente, hace ya algunos años, en su lectura sobre el valor de uso y valor de cambio, que la fuerza de trabajo y su resultado comenzaba a ocupar otro horizonte estratégico en la racionalidad de la sociedad moderna. Esto es, la circulación de la mercancía y su valor se volvieron cada vez más abstractos, “simbólicos”, más "inmaterial", por lo que la mercancía se transforma, en opinión de Baudrillard, en un elemento condicionante para la esfera de los modelos de trabajo y consumo. Aparece con ello el “objeto deseante” (construido por la publicidad) que da forma de radicalidad a la fetichización de la que habló Marx.[4]



Sin embargo, en el análisis de Baudrillard no se halla con claridad una distinción entre la producción material e inmaterial, aquel valor simbólico añadido aún no se profundiza completamente. De modo que, vamos a retornar a una de las propuestas más importantes: la de Mauricio Lazzarato y Antonio Negri. En efecto, en la investigación que ambos filósofos italianos prepararon se ha mantenido la base teórica del concepto de trabajo inmaterial, tanto como un elemento inmanente para el estudio social-político, tanto como arma revolucionaria global. Este fue el caso de: Trabajo inmaterial, formas de vida y producción de la subjetividad.



En dicha obra es posible hallar nociones de análisis y crítica en donde el modelo teórico de Marx se ve enriquecido con los aportes de Foucault, esto porque en la investigación de los italianos se coloca dentro del flujo de producción, el dispositivo de comunicación y lenguaje, y por supuesto, el de poder. De tal modo que, lo que llamamos trabajo inmaterial acontece como producto simbólico de códigos y medios, de saber-poder: “Los conceptos de trabajo inmaterial y de intelectualidad de masa definen, por lo tanto una nueva cualidad de trabajo y placer, mas también nuevas relaciones de poder y, en consecuencias, nuevos procesos de subjetivación.”[5]



Ahora bien, hay que detenernos un poco en el concepto de trabajo inmaterial. En efecto, trabajo inmaterial debe el término a que con él no se produce una cosa: un objeto palpable. Aunque generalmente la discusión ontológica sobre la materialidad del lenguaje sea importante, en el tema aquí tocado no se aboga por ello, es decir, se toma la “inmaterialidad” en un marco económico de producción en cuyo caso la mercancía no es una cosa sino un conocimiento, el cual, además, cobra relevancia por su papel estratégico en la organización global del capital. Digámoslo de esta manera, el trabajo inmaterial depende del material, ya que no hay modo de hacerlo sin la corporalidad del sujeto agente. Lo que distingue a uno de otro es sólo su producto.



Entonces, el trabajo inmaterial indudablemente es productivo, aunque su resultado no es un objeto entre otros: como una silla, un martillo, un lápiz, etc. Detrás del objeto material hay un pensamiento o idea que modela y da intencionalidad (el para qué de la mercancía). No obstante, en este caso el trabajo inmaterial ya está constituido internamente. De modo que, iniciado el proceso de fabricación, el pensar, aunque no desaparece, se limita sólo a la automatización.



La producción, empero, dada la complejidad de los flujos del capital, donde la tecnología juega un papel sustancial, ocasiona que sea más complicada la tarea de diferenciar la producción en tanto que ésta ya no está concentrada únicamente en el modelo de fábrica. Es decir, está más allá de ella: “Estas nuevas fuerzas productivas no tienen ningún lugar, porque ocupan todos los lugares; producen y son explotadas en este no lugar indefinido”[6]





El trabajo inmaterial efectivamente no puede dejar de ser trabajo explotado, pese a la aparente libertad que plantea, mantiene la explotación y en la mayoría de los casos, la precarización (como sucede con el freelance). Aunque la tecnología digital hace factible la liberación y flexibilización de las fuerzas productivas (espacio de trabajo), la explotación de la fuerza de trabajo tiende a complejizarse, esto porque el tiempo de trabajo necesario (medible y cronometrado en una fábrica) no tiene ya límite en el entorno de la informatización: “Por otra parte, las condiciones contractuales y materiales del trabajo inmaterial tienden a propagarse en todo el mercado de trabajo, y la posición del trabajador en general se hace más precaria. Varias formas de trabajo inmaterial, por ejemplo, tienden a borrar la distinción entre horario laboral y tiempo libre, de manera que el tiempo de trabajo se extiende a todas las horas del día.”[7]



Hoy, por supuesto, esto se ha visibilizado agudamente en la dinámica del home office. Las aplicaciones de streaming disponibles, están jugando un papel preponderante en este cambio de modelos. Son herramientas extraordinarias para coordinar y reunirse en la web, pero que al mismo tiempo dejan apreciar la hegemonía política, económica y técnica de donde emergen. La nueva disposición del trabajo, como modelo, avanza hacia la virtualidad: la lejanía de los cuerpos, la suspensión del otro por medio de un dispositivo. De modo que, ello hace más fácil que, en cualquier lugar y en todo momento el trabajo vaya con nosotros: “las ideas o imágenes no se le ocurren a uno solo en la oficina, sino mientras está duchándose, a veces, o dormido y soñando”[8] En este caso, aplicaciones como Zoom, Skype, Classroom, Facebook, Whatsapp, están llevando la batuta para homologar las prácticas laborales y subjetivas por medio de la “mediatización digitalizada” en esta nueva pandemia y, por supuesto, en la siguiente normalización.




El trabajo inmaterial es variado. Son muchas las actividades que suponen la producción sin objeto: Negri diferencia dos formas principales: intelectual y afectivo. Lo anterior tiene la intención de captar el trabajo inmaterial en su generalidad: Así pues:



La primera se refiere al trabajo primordialmente intelectual o lingüístico, como la resolución de problemas, las tareas simbólicas y analíticas… Este tipo de trabajo inmaterial produce ideas, símbolos, códigos, textos, figuras lingüísticas, imágenes y otros bienes por el estilo. En cuanto a la otra forma de trabajo inmaterial, la denominaremos “trabajo afectivo”. A diferencia de las emociones, que son fenómenos mentales, los afectos actúan por igual sobre el cuerpo y la mente. De hecho, los afectos como la alegría y la tristeza revelan el estado actual en todo el organismo, y, al mismo tiempo, cierta manera de pensar[9]



Estos dos campos albergan una cantidad enorme en cuanto a las distintas formas de trabajo inmaterial, y su papel dentro del marco de la economía globalizada. Sin duda, y como ya se aludió antes, hay valor que se propicia en el trabajo inmaterial pero que está lejos de la cronometración de una jornada establecida en el modelo de fábrica. Vamos a señalar algunas de las más relevantes por su papel en la valorización del capital. Por ejemplo, quien dedica tiempo en producir bienes inmateriales, es posible que se avoque a la producción de ideas o conocimiento. Esto sucede con quien escribe un texto (con o sin fines de lucro), quien desarrolla un código para un software, quienes piensan las estrategias publicitarias (con todos los efectos que conlleva), aquellos otros que organizan y construyen información, los trabajadores de la educación que en la actualidad aportan, en su mayoría, conocimiento vía remota, etc.



El trabajo inmaterial afectivo, por otro lado, se construye con la finalidad de ejercer y movilizar los afectos de los sujetos. Dicha forma de trabajo inmaterial es sumamente relevante ya que despliega puentes que crean formas de vida social, en este sentido es por lo que Negri habla del trabajo inmaterial como trabajo biopolítico. Su función es insertarse en la vida, fundar espacios de significación, donde la comunicación y el lenguaje necesariamente producen nuevas subjetividades: “Reconocemos el trabajo afectivo, por ejemplo, en la labor de los asesores jurídicos, de las azafatas de vuelo o de los trabajadores de los establecimientos de comidas rápidas (servir con una sonrisa).”[10]




La incorporación del trabajo inmaterial afectivo a las fuerzas de trabajo está ligada a los servicios, la comunicación (presente o distante). Por esta razón es que las empresas de este rubro no sólo solicitan en sus futuros empleados “actitud de servicio”, un criterio de sumisión instituido mercantilmente, sino también buena capacidad para desenvolverse (poder hablar con facilidad).[11] De este modo, como bien percibe Negri, se explica el porqué una gran cantidad de puestos de trabajo implican una combinación entre la producción intelectual y afectiva: “Se dice que los periodistas y los medios de comunicación en general, además de transmitir información, deben conseguir que la noticia sea atractiva, interesante, deseable.”[12] Ejemplos de este tipo pueden agregarse a un lista muy extensa, como podría ser el trabajo de litigante, entre otros.



Como sea, los espacios de trabajo que corren hacia la homologación en el modelo de trabajo inmaterial, no provocarán la desaparición del trabajo material. Por el contrario, la hegemonía del trabajo inmaterial no es cuantitativa, sino cualitativa. Por ello hablamos de modelos que históricamente disponen de todo aquello que se impulsa en la carrera tecnológica según su contexto. Las empresas ya no pueden funcionar sin el conocimiento inmaterial que se desarrolla en la informática: el hardware y el software; esto pasa indiscutiblemente en el sector de servicios, tanto en el educativo, el de salud, el financiero, el gubernamental, etc.



Es relevante insistir en que el trabajo inmaterial mantiene la explotación dado que carece de tiempo medible. Queda atrás el análisis clásico de Max Weber sobre el capitalismo derivado del protestantismo, donde el domingo se toma como día de descanso. En la actualidad se trabaja más en casa que en la oficina, el tiempo de ocio es indistinguible del tiempo de trabajo. Además de que los trabajos así vistos, en la mayoría de los casos, carecen de seguridad y contratos. Hay una enorme fuerza laboral disponible en un mercado totalmente inestable que beneficia en última instancia a las grandes empresas.



Pero esto no es todo, pese al panorama gris, el trabajo inmaterial, según Antonio Negri, esconde una capacidad enorme de transformación y disidencia, esto por tener una característica opuesta a la propiedad privada o del conocimiento exclusivo, lo que significa que el trabajo inmaterial es fundamentalmente colaborativo.



El trabajo inmaterial en lo que compete a la creación de conocimiento y afectos requiere comunidades para hacerlo posible. Su característica abre la potencia de nuevos movimientos que se gestan en las entrañas de la información. Ya que la resistencia, como bien aduce Negri, produce, construye e inventa. Y hay un ejemplo notable en el mundo de la informática con el desarrollo del software libre y open source, bajo el proyecto GNU/Linux, el cual opera bajo colaboraciones en una comunidad de red. Al margen del mercado se crea conocimiento que se dispone gratuitamente para ser reapropiado y modificado por una comunidad.




Aparecen así flujos o redes de trabajo que son fundamentalmente inmateriales, pero contradictorios al mercado. Tal vez la carrera por la integración del trabajo inmaterial como modelo directriz del trabajo en general efectivamente abra más espacios de disidencia, sin embargo, los controles de los medios digitales aún están en pugna y el tiempo acelerado de la informatización todavía está en movimiento. En cualquier caso esta pandemia nos ha hecho reflexionar en el trabajo debido fundamentalmente a las graves consecuencias económicas que ya notamos, y no sólo en el modelo de fábrica o manufactura, también en el de la agricultura, el de oficina, el trabajo doméstico, el de quien atiende un espacio, o de quienes construyen conocimiento; así que, la lucha entre la privacidad (empresarial y capitalista) y la comunidad no está totalmente definida. En suma, la normalización en el futuro de los modelos de trabajo, del home office, del trabajo inmaterial y material, la dicotomía entre riqueza y precarización o explotación de los cuerpos, estarán modulando cada vez más una sociedad que camina en una crisis grave, de la que pase lo que pase, no volverá a ser la misma.

[1] Tomo aquí el concepto de “valor” económico en el sentido que lo hace Marx: valor de uso y valor de cambio. [2] Cfr. Benjamin Coriat, El taller y el cronómetro, ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa, ed. Siglo XXI, p. 38 [3] Cfr. Karl Marx, Grundrisse, ed. FCE., México, 1985, p. 322 [4] Cfr. Jean Baudrillard, El espejo de la producción, ed. Gedisa, México, 1983. [5] Maurizio Lazzarato, Antonio Negri, Trabajo inmaterial, formas de vida y producción de la subjetividad, ed. DP&A, Rio de Janeiro, 2001, p. 10 [6] Antonio Negri, Michale Hardt, Imperio, ed. Paidos, Barcelona, 2002, p. 199 [7] Antonio Negri, Micheal Hardt, Multitud, ed. Debate, Barcelona, 2004, p. 93 [8] ibidem, p. 141 [9] ibidem, p. 137 [10] Idem. [11] Idem. [12] Idem.

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