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El amor en el mexicano: una perspectiva a la filosofía de Salvador Reyes Nevares

Actualizado: 4 mar


Luis Veloz

UMAM / FFyL

 





Durante la primera mitad del siglo XX en México, se planteó un debate de amplia repercusión que tuvo por pregunta: ¿Qué es el mexicano? Frente a la interrogante, intelectuales de distintas disciplinas, entre ellos literatos; antropólogos, historiadores y filósofos, se sumaron a fin de proponer algunas de las respuestas que se requerían para aquella época.



Nos situamos por entonces en el marco posterior a una revolución que marcó la historia y rumbo de nuestro país, y donde para dar peso al proyecto político se problematizó en la búsqueda de la identidad mexicana, una identidad compleja de interpretar (cómo ya se había visto años antes con Antonio Caso, Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Samuel Ramos) debido a la amplia geografía y multiculturalismo imperante, pero que, en el fondo, tuvo la intencionalidad de homogeneizar una idea de nación que acompañaría al régimen hegemónico de aquellos días.



En este contexto, al interior de la Universidad Nacional Autónoma de México, un grupo de jóvenes filósofos van a tomar una postura en la recuperación de lo que significaba ser mexicano. Pero no lo harían como sus antecesores, sino armados con las mejores herramientas filosóficas extraídas de la fenomenología de Husserl y el existencialismo francés, así como con el rigor académico exigido que se apoyó en las enseñanzas de José Gaos (entre otros grandes maestros). Estos jóvenes filósofos se reunieron bajo el nombre de Hiperión. Y con ellos surgieron importantes trabajos sobre el tema del mexicano. Entre sus integrantes,[1] de los cuales la mayoría pasaron a ser personajes de renombre en la vida intelectual y cultural de México, nos interesa ahora hacer una pequeña referencia a Salvador Reyes Nevares y lo que se entiende básicamente como la noción de amor en el mexicano.

 


El amor en la filosofía de Reyes Nevares.



Aunque no es extraño que un filósofo asuma como problemática de reflexión el amor, sí resulta extraño que lo situé o particularice en un determinado lugar como México. Por lo tanto, cabe preguntar: ¿Cómo es que Nevares le da un sustento a su postura del amor en el mexicano? ¿Será acaso que el mexicano tiene una peculiar forma de amar, de estar y relacionarse con el otro? Para Nevares la respuesta es afirmativa, es decir, para nuestro filósofo, el mexicano es un ser sentimental con la peculiaridad que le arraiga su circunstancia.



En efecto, en el libro titulado El amor y la amistad en el mexicano (1952), Salvador Reyes Nevares propone el trazo del análisis de una variedad de temas, de los cuales uno de ellos apuntó a cómo el mexicano experimenta el amor. En principio se parte por suponer la noción de sentimentalidad. El mexicano es un ser sentimental y ello se refleja, en efecto, en el gran acumulado de canciones y poemas que tienen por fondo la experiencia de amar.  



De modo que, no hay duda alguna que en el amplio territorio de México, y pese a la diferencia cultural, existe un fervor alrededor de las canciones mexicanas y de la poesía de incontables poetas de gran renombre, en cuyo caso se ha plasmado el sentimiento que se tiene alrededor del amor.   



No obstante, el sentimentalismo o la pasión que se exhibe será un tanto extraña, pues para Nevares el sentimentalismo del mexicano sugiere, antes que todo, una especie de pretexto o, como afirma él, su última ratio para justificar sus acciones. Subyace aquí el problema a explicar. Porque, si bien el mexicano se entrega y ama apasionadamente, lo que por sí mismo no lo hace alguien distinto a otro ser humano de cualquier otra nacionalidad (que también son sentimentales en menor o mayor medida), en lo que va a distinguirse es en el cómo, o sea, la forma en la que expone su sentimentalidad ante una pasión como el amor.  



Primero, hay que recordar que existe un prejuicio, pues el ser sentimental no siempre entona con la otra imagen de los mexicanos, es decir, con su valentía y arrojo que mucho se ha dicho es un rasgo elemental en nuestra tierra. Sin embargo, para Nevares la valentía no está peleada con el sentimiento. Somos, por decirlo de un modo, seres contradictorios por historia propia y por las luchas civiles e insurgentes donde la valentía ha sido probada, sin que ello interpele al corazón, la metáfora por antonomasia del sentimiento (donde se siente). Por ello, y en referencia a su amigo y colega Emilio Uranga, escribe Nevares: “Por razones que ya han elucidado investigadores como Uranga, el mexicano es un ser de oscilaciones, de vida pendular, que gravita entre dos contrarios”.[2]  



Un ser de oscilaciones, de vida pendular, ahí donde el sentimentalismo en tanto hecho fenoménico para acercarse a una característica del mexicano (sin que ello suponga pasar necesariamente de lo particular a lo universal), advierte nuestro filósofo, va a estar precedido por la mala fe. Por supuesto, tomando un concepto extraído del existencialismo de Jean-Paul Sartre.  



Para puntualizar, es menester recordar que la mala fe en Sartre apunta con claridad a un autoengaño, pues quien actúa con mala fe lo que hará es negar su libertad al grado que el sujeto afirma que su actuar o incluso su no actuar está determinado por un fuerza externa, de manera tal que delega lo que es a otro. La libertad en cambio implica responsabilidad. Y el mexicano, a decir de Nevares, lo que realiza es la justificación de sus acciones, sean cuales sean, apelando a algo mayor, aquello que le sobrepasa, aquí será, claro está, el amor o la pasión amorosa. En tal sentido la mala fe denota un intento por despojarse de la responsabilidad, explica Nevares:



Aduciendo una justificación amorosa, el mexicano puede justificarlo todo. Los crímenes pasionales, los fracasos de cualquier terreno, los buenos éxitos también conseguidos en cualquier terreno, son con frecuencia —con toda frecuencia— atribuidos entre nosotros al tono con que se haya desarrollado y desenlazado un episodio erótico.[3]    



Desde la óptica aquí esgrimida, el mexicano que ama y se entrega a su pasión, como suele pasar, desencadena eventos que en diversas ocasiones le hacen vulnerable, y esto será el pretexto perfecto para justificar tanto lo bueno como lo malo que sucede, siempre por el amor. Este es uno de los elementos que Nevares ocupa para apelar a la poesía de Xavier Virraurrutia a fin de ejemplificar lo ya dicho, pero a través del canto del poeta. Con lo que seremos testigos de un vínculo y al tiempo un choque profundo entre el amor, el erotismo y la muerte, en Nocturno a la Alcoba se puede leer:

 


Amar es una angustia, una pregunta,

una suspensa y laminosa duda;

es un querer saber todo lo tuyo

y a la vez un temor de al fin saberlo.

 


El amor, por otro lado, apreciado desde la lente existencialista sartreana, es pensado como una lucha de libertades (similar a la lucha entre autoconciencias de Hegel). Así que, en este tono el amor hace su aparición como un duelo o conflicto entre los involucrados: los amantes. El otro, por decirlo de una manera, no sólo representa un puente para conjugar mi yo, también es un muro, un muro que en última instancia tiende a desencadenar un conflicto, ahí donde uno de los dos pretende dominar al otro. Esto, como se puede intuir, es un leitmotiv que ocupa Nevares para hablar de otro momento en lo tocante a la relación amorosa: el despecho. El ser sentimental y amoroso, dirá el filósofo, se encuentra al abismo del despecho. Pero, ¿qué es el despecho?  



Sobre este tema tan polémico, Nevares tiene cuidado, pues por principio debe distinguir el despecho del resentimiento. Porque si tanto uno como otro pueden compartir motivo, son distintos en cuanto a cómo se externan en una situación específica. Así que, tanto por la distinción como por el contraste, Nevares explica que el resentimiento supone hostilidad, pues el resentido lo es por una causa: la humillación sufrida. Pero esta humillación sufrida implica que el resentido esté por debajo del otro, de ahí que la conducta beligerante, en efecto, no la pueda expresar en campo abierto. Y al no hacerlo, entonces, apunta Nevares: “Se contenta con la frase insidiosa, con la maniobra oculta, y se cuida muy bien de que no emerjan en la superficie sino en actitud tranquila y aun en buena disposición para con el otro”.[4] 



El resentimiento, en cualquier caso, en tanto conducta hostil, denota acción. El resentido actúa, aunque lo tenga que hacer bajo simulación de tranquilidad. Por su parte el despecho, que es una modalidad del resentimiento, se diferencia de éste en que: “(…) en el despecho la hostilidad está disminuida hasta casi desparecer, y en que siempre existe un objeto determinado. En efecto, el despechado siempre lo es frente a alguien”.[5]



Se podría señalar que el despecho es inactivo, pues no se actúa en forma hostil hacia el otro. No obstante, hay que tener cuidado y tomarlo a cautela, pues de un caso o de algunos casos no se sigue una regla. El despecho, en contraparte de lo que entiende Nevares, no necesariamente es impotente o inactivo. Es decir, no se deja todo al azar o al destino para reparar el daño. Porque no olvidemos que, tanto el resentimiento como el despecho, presuponen un acto de injusticia.



Como sea, advierte el filósofo, su acercamiento a este concepto aún era preliminar. ¿Pero qué ejemplos tenemos a la mano? Además de las historias cotidianas que cualquiera puede escuchar en las calles o charlas de café, está la música. En México son muchos los autores e intérpretes, como José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Juan Gabriel, José José, etc., que le han dado vida al despecho por medio de la música. Hablamos por supuesto de coplas que han calcado el alma despechada en su grado sonoro. El amor, con esa fragilidad que le caracteriza, está siempre en los límites del despecho, de la fractura amorosa: “El despecho amoroso es, en efecto, el que con más presteza se viene a la mente apenas se escucha la palabra primera”[6]



Llegados aquí, es interesante observar cómo Nevares va tejiendo lo que entiende es el amor en el mexicano. Aunque, por supuesto, esto no está despojado de la historia y la circunstancia, o lo que podemos denominar la educación sentimental y el imaginario del amor que se mantiene entre los mexicanos. La educación sentimental dada por las novelas llamadas rosas, que recogen fragmentos de una larga tradición del romanticismo en Occidente, como el amor doliente y a veces imposible, tiene su soporte entre los mexicanos en un sentido: “Parece que los sufrimientos se deslizan, se alargan como los tallados de las fachadas, en torno del episodio desventurado. Parece que tenemos siempre la necesidad de ramificar nuestras pasiones en derroche, para privarlas ciertamente de algo de su rotundidad pero, sin embargo, nunca con espíritu cobarde”.[7]  



Tal vez para Nevares la simulación que concede el mexicano en cuanto a su sentimentalidad y su vivencia del amor, es lo que lo convierte, a su modo de ver, en un ser de mala fe, en tanto que no adopta una responsabilidad frente a sus actos una vez que está enamorado. Esto presupone, pensamos, el tema fundamental de Nevares. Y el despecho, por supuesto, será fácil de percibir como aquel elemento ríspido que acompaña a cualquier relación amorosa que se jacte de ser tal. El amor en el mexicano, para concluir, parece apuntar a un acto de claroscuros, de autoengaños o mala fe, y que sigiloso se mueve y tambalea y que bien puede resumirse con el siguiente verso al que también nos remite el filósofo mexicano:

 


Yo no quiero tus amores/ que sólo me dan dolores/ de cabeza y corazón. /Que yo solito me basto/ y lo que daba de gasto/ ahora me lo gasto yo.

 

 

 

 


[1] Los integrantes del grupo Hiperion fueron: Jorge Portilla, Luis Villoro, Emilio Uranga, Ricardo Guerra, Fausto Vega, Joaquín Sánchez McGregor, Salvador Reyes Nevares y Leopoldo Zea.  

[2] Salvador Reyes Nevares, El amor y la amistad en el mexicano, ed. Porrúa y Obregón, México, 1952, p. 16

[3] Ibidem, p. 46

[4] Ibidem, p. 59

[5] Ibidem, p. 60

[6] Ibidem, p. 61.

[7] Ibidem, p. 63.

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