Redacción
En el año 2005, con el discurso que pronunció ante el pleno de la Cámara de Diputados a raíz del juicio por desafuero el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal: Andrés Manuel López Obrador, éste concluyó con una emotiva sentencia dirigida a los diputados: “Ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí, nos juzgue la historia. Viva la dignidad. Viva México”.
Y así sucedió, AMLO sería juzgado por la historia en los años posteriores a aquel evento, y salió avante. Pero hoy, al concluir el sexenio de su mandato ya como presidente de México, nuevamente volverá a ser juzgado por la historia. Sin embargo, aún esa historia está por escribirse y reescribirse, pues es una historia larga y llena de grandes acontecimientos y contrastes para el país. Los claroscuros de gobernar. AMLO, en todo caso, deja una huella insustituible dado que su gobierno estampó una diferencia con pasados regímenes políticos, en mucho, gracias a su poder de comunicación.
Sí, AMLO está pronto a ser juzgado de nuevo por la historia. Pero al día de hoy es necesario reconocer que se convirtió en un presidente que, por su enorme capacidad política y discursiva, se volvió un fenómeno a nivel mundial.
No es un presidente más el que concluye un sexenio. Andrés Manuel López Obrador termina un ciclo con la aprobación más alta dada a un mandatario político, prácticamente 80%, una legitimidad ganada a pulso, siendo el único que innovó en la forma de comunicación establecida entre su gobierno y el pueblo. Ya que, de lunes a viernes, en la sede del Salón de la Tesorería de Palacio Nacional, a las 7 de la mañana, se tenía la cita con sus famosas mañaneras. Conferencias con una duración de 2 o 3 horas, a veces un poco más (3:30 horas la que rompió récord), suman al momento que termina su gestión un promedio de 1442 mañaneras y más de 2500 horas de transmisión.
AMLO no es un simple presidente, y la comunicación en su sexenio es la piedra angular en su estilo de gobernar. En las democracias comunitarias el mandatario siempre ha de rendir cuentas a aquellos a quienes sirve. Mandar obedeciendo. Aunque este modelo de gobierno sólo ha sido posible en comunidades pequeñas, en tanto que la reunión entre el servidor y la comunidad en la plaza pública es siempre cara a cara.
Con AMLO, no obstante, dicha comunicación, con la necesidad imperante de forjar un puente con sus simpatizantes y no simpatizantes, se llevó a cabo haciendo uso de los medios a su alcance: las redes sociales. Y fue así que a lo largo de seis años el presidente se plantó de cara a la prensa alternativa y a los medios privados con el fin de rendir cuentas al pueblo que lo eligió. Algo nunca visto. De esa manera informó sobre lo hecho y lo que estaba por hacerse. Y, con su inigualable modo para hablar y darle un giro a los ataques de sus adversarios, y al rebasar por completo a los medios tradicionales de comunicación, logró muy rápido atraer hacia él la línea del debate. Marcando con ello, ininterrumpidamente, la nota del día para la prensa nacional.
Es un hecho sin parangón lo que realizó el presidente en su sexenio con la comunicación política y, por tanto, la comunicación pública. Es, entre otras cosas, el sello de su gobierno. No por nada el presidente Andrés Manuel López Obrador, debido a la fuerza misma que ganó con sus mañaneras, junto con el compromiso político como jefe de Estado, y en aras de ser un contrapeso de los medios hegemónicos de comunicación, terminó convirtiéndose, sin buscarlo, en un hito en redes sociales, siendo el presidente youtuber con 4.52 M. de suscriptores. Y un canal que se colocó en el top ten de los más vistos en Latinoamérica. A los que se añaden los innumerables memes y reels que circulan en Facebook, X, Instagram, Tik Tok, con millones de vistas sumadas en conjunto.
La marca del presidente Andrés Manuel López Obrador, subrayamos, no sólo es su talante moral y el indiscutible carisma que posee, sino su gran capacidad para discurrir sin apoyo de textos acartonados o escritos a modo, ya que a lo largo de su sexenio hizo gala de su genio para la improvisación, una improvisación que emerge de su amplia experiencia política y de vida, y de su pasión por la lectura, la escritura y la cultura general. Un mandatario ilustrado. Porque con el presidente no sólo se abordaron en las mañaneras los temas del día, los problemas más apremiantes del país. De la economía y las obras públicas; de la política interna y externa, de las reformas constitucionales, de la seguridad local y nacional, de los precios de las mercancías, o de la réplica a aquella oposición que no dejó un solo día de armar una maquinaria mediática con notas infundadas, sino también con el presidente se habló de libros y autores, y se amenizó, en muchas de ellas, con música y poesía.
AMLO es el presidente que, a seis años de gobierno, marcó una diferencia abismal con sus predecesores. Su oposición, hoy gastada y derrotada, no supo descifrar ese estilo ni al hombre detrás de él, pues ante la carencia de argumentos y la nula confianza pública acumulada a lo largo de lo años, optaron, en medio de la desesperación, por la acusación sin pruebas y el insulto descarado y desmedido, llamándole, en repetidas ocasiones: narcopresidente, o desde su profundo clasismo: indio y naco. Con ese error sellaron su derrota. Pues olvidaron que el presidente no es uno más, o uno de ellos, sino un hombre que surge de la lucha social, que recorrió cada rincón del país con un par de zapatos gastados y una camisa sucia. Siempre luchando codo a codo con la gente, por la dignidad y derechos de los pobres, los denigrados y ninguneados por las élites del país.
No sorprende, visto en perspectiva, el que AMLO se haya ganado el respeto y el cariño del pueblo, de los de abajo y, por lo mismo, es que fue protegido, arropado y respaldado por ellos, los millones de personas que siempre se han sabido despreciados por los mismos que atacaron y atacan al presidente. Andrés Manuel López Obrador, el presidente más querido, y para muchos, el más poderoso que se ha tenido, concluye el sexenio de una administración presidencial que ha hecho historia, que ciertamente está por ser evaluada en sus aciertos y errores, pero que nadie, ni siquiera sus adversarios, podrán negar su trascendencia.
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