top of page
Foto del escritorRevista Acontecimientos

SARS – CoV – 2: una apuesta al estilo de Pascal

Actualizado: 26 jul 2020

Ivonne Zarazúa




La apuesta


La apuesta de Pascal es el nombre de un recurso argumentativo esgrimido por el pensador francés Blaise Pascal; esta apuesta pretende hacer frente a la encrucijada en la que se encuentra la razón cuando intenta discernir entre la existencia o la no existencia de Dios y, al mismo tiempo, pretende ofrecer razones suficientes al ateo para creer en Dios independientemente de convicciones religiosas.


Nuestra encrucijada se genera debido a que la razón es incapaz proporcionar razones confiables con respecto a la existencia de Dios, dejándonos, por ello, abandonados al azar; dicho en términos de Pascal la decisión de creer o no recae en una cuestión de cara o cruz:



Dios existe o no existe, pero ¿de qué lado nos inclinaremos? La razón no puede decir nada en ese punto. Hay un caos infinito que nos separa. Se juega a un juego en la extremidad de esta distancia infinita, en el que saldrá cara o cruz. ¿Por qué apostaréis? Razonablemente, no podéis apostar ni por una ni por otra; razonablemente no podéis defender ninguna de las dos […] pero hay que apostar. […] Todo jugador aventura con certidumbre para ganar con incertidumbre, y no obstante aventura ciertamente lo finito para ganar inciertamente lo finito, sin pecar contra la razón. (Pascal; 1670/2014:143)


Puesto que carecemos de razones suficientes para decidir entre dos creencias: que Dios exista y que Dios no exista, nos encontramos ante un caos infinito que nos obliga a apostar por una de las dos opciones. El resultado de la apuesta, sin embargo, no nos impide partir de bases firmes y ciertas para hacer una elección sin pecar contra la razón, es decir, pese a la incertidumbre podemos hacer una apuesta razonable:


Tenéis dos cosas que perder, la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer, vuestra razón y vuestra voluntad, vuestro conocimiento y vuestra beatitud, y vuestra naturaleza dos cosas que rehuir, el error y la miseria. […] Sopesemos la ganancia y la pérdida escogiendo a cara a que Dios existe […], pero aquí hay una infinidad de vida infinitamente feliz que ganar, un riesgo de ganar contra un número finito de riesgos de perder, y lo que jugáis es finito. (Pascal; 1670/2014:145)


El análisis de nuestro problema, de acuerdo con la anterior referencia, considera tres aspectos: 1) el estado del asunto a tratar (Dios existe o no), 2) los actos que el sujeto puede realizar en relación con el estado del asunto (creer o no en la existencia de Dios) y 3) la utilidad de actos por realizar (ganar una vida infinitamente feliz o no).





A este respecto, un filósofo más cercano, Ian Hacking, nos dice que: “Un problema de decisión bajo incertidumbre tiene estos ingredientes: 1. Una partición de los posibles estados de sucesos, 2. los posibles actos que el agente puede emprender y 3. La utilidad de las consecuencias de cada acto posible, en cada estado posible de sucesos de la partición.” (Hacking; 2001:118). Los criterios que Hacking propone para abordar un problema de decisión bajo incertidumbre como el que hemos planteado son análogos a los que Pascal emplea para llevar a cabo su apuesta razonable, de modo que, si suponemos que: G = Dios existe, N = Dios no existe, A = actuar como ateo y B = actuar como creyente; entonces podemos representar el problema de Pascal de la siguiente manera:

En donde se debe leer: la utilidad de actuar como ateo cuando Dios existe es perder una vida infinitamente feliz, o bien: U(A,G) = -1; la utilidad de actuar como ateo cuando Dios no existe no representa ganancia ni pérdida: U(A,N) = 0; de modo análogo, con las combinaciones restantes obtenemos: U(B,G) = +1 y U(B,N) = 0.


Dicho en otros términos, si Dios no existe, es posible elegir al azar creer o no, pues la utilidad reportada en ambos casos es la misma: cero; sin embargo, como no tenemos plena certeza de la existencia de Dios, entonces será más conveniente ser creyente, pues si Dios existiera obtendríamos una ganancia infinita, caso contrario, tal cual nos lo hace ver el mismo Pascal, no perderíamos nada: “Sopesemos la ganancia y la pérdida escogiendo cara a que Dios existe. Estimemos los dos casos: si ganáis, ganáis todo, y si perdéis, perdéis nada; apostad pues, que existe sin vacilar.” (Pascal; 1670/2014:145)


La conclusión de Pascal es que debemos optar por el acto B, es decir, debemos creer en la existencia de Dios, debido a que esta creencia nos reporta la mejor utilidad.


SARS–CoV–2: ¿hacemos una apuesta razonable?


Ante el avance y mediatización de la pandemia de Covid–19 por la que actualmente atravesamos han surgido diversas hipótesis no sólo con respecto al origen del virus que la ocasiona, sino también sobre su posible tratamiento y las formas de prevenirla; entre estas últimas la OMS ha solicitado aislar y atender a todos los pacientes confirmados y poner en cuarentena a sus contactos cercanos y no sólo eso, también ha sugerido el aislamiento del mayor número posible de sujetos a fin de evitar el contagio que, si bien no será grave en la mayoría de los casos, sí resultará complicado en varios otros que necesitarán atención médica hospitalaria, la cual, al ser insuficiente, se vería sobrepasada y podría llegar a un inminente colapso.


Quisiéramos pensar que bastaría con señalar la terrible situación por la que atraviesa Guayaquil para comprender la importancia de seguir las recomendaciones emitidas por la OMS: la ciudad ecuatoriana se ha visto rebasada no sólo al nivel hospitalario, sino también funerario; en efecto, hemos sido testigos de cuerpos que yacen inertes sobre la calle, de ataúdes bloqueados con tabiques y de familias destrozadas frente a seres queridos que no pueden ser enterrados dignamente y que, dicho sea de paso, no necesariamente han muerto a causa del Covid.


Quisiéramos pensar que bastaría con recordar el caso de Ecuador o las dramáticas cifras de muertos en Italia y Estados Unidos para acatar el plan de cuarentena al que deberíamos estar obligados y del que, se nos repite hasta el cansancio, deberíamos estar conscientes, pero no, no basta con ello y ni siquiera es por falta de conciencia frente a la crisis sanitaria y su concomitante crisis económica, sino porque sabemos que hay millones de personas que dependen de sus ingresos diarios, es decir, que viven al día como suele decirse o de otros que ni siquiera cuentan con un lugar en donde resguardarse, y no se diga de todos los que no cuentan con servicios básicos mínimos, como acceso al agua potable, necesaria para mantenerse bien hidratados y lavar sus manos con frecuencia. Ante esta situación algunos grupos han sostenido que la cuarentena es una cuestión de clase y no están exentos de razón.



Hay otros grupos, sin embargo, que sin considerar las condiciones antes expuestas han sostenido una opinión peligrosa: el SARS–CoV–2, virus causante del Covid, no existe. Se trata de grupos que sostienen una especie de teoría conspirativa según la cual la enfermedad no es más que un mito generado por los estados para reestructurar sus economías, especular con sus acciones o como un intento desesperado por llevar a cabo reorganizaciones geopolíticas que les otorguen aún más poder.


Estas opiniones han llevado a grandes sectores de la población, incluidos ancianos y personas vulnerables, a pasar por alto las recomendaciones de aislamiento aun cuando pueden llevarlas a cabo; hemos visto que numerosos grupos de mexicanos han decido continuar con sus actividades como si no pasara nada: organizan y asisten a bailes y eventos multitudinarios, o bien, contra toda recomendación, han tomado este periodo de cuarentena como una especie de vacaciones extendidas y salieron entusiastas a la playa a convivir no solo son su familia, sino también con miles de turistas.


Ahora bien, como sostiene Michael Butter en Teorías de la conspiración, las teorías conspirativas son aparentemente inofensivas, pero pueden convertirse en un problema si alguien cree, por ejemplo, que Angela Merkel es una alienígena y piensa que debe hacer algo al respecto; en contraposición, nos dice también que estas teorías pueden ser razonables en la medida que sus defensores apelan a una especie de hastío político guiado por la desconfianza y por casos en donde la conspiración resultó ser muy real.


Ejemplos de ello son las recientes investigaciones sobre el ataque a las torres gemelas perpetrado por el propio gobierno estadounidense y no por grupos terroristas, asunción hecha desde el 2001 por los, así llamados, conspiracionistas. Un caso más cercano a nosotros es el del chupacabras, una especie de animal que aterrorizó a México en la década de los 90 y que obligó a poblaciones enteras a organizarse para buscar y cazar al animal que acababa no solo con ganados, sino que también atacaba a personas; la gran cobertura mediática que recibió este ser, de acuerdo con algunos opiniones resultó una suerte de cortina de humo que pretendió desviar la atención del asesinato de Colosio, de la devaluación que sufrió nuestra moneda y del autoritarismo del régimen priista.


Estas teorías, como podemos ver, en todos los casos formulan hipótesis alternativas a las aceptadas oficialmente y todas ellas se basan en la idea de que nada sucede por azar, es decir, suponen la existencia de causas o razones ocultas tras eventos aparentemente fortuitos, como es el caso que nos ocupa.


En efecto, hemos visto, por ejemplo, que China ha salido de su cuarentena económica y que ha reanudado su producción industrial, especialmente la relativa a cubrebocas, pruebas de detección de Covid y gel antibacterial, ante ello podríamos pensar que hubo un plan perfectamente maquinado por el gigante asiático con el cual pretendía afianzar su particular sistema capitalista y posicionarse así por encima de los decadentes capitalismos occidentales que, dicho sea de paso, tendrían que haber participado en esta maquinación para revitalizarse o desmoronarse a fin de adoptar otros sistemas económicos o imitar el chino y, para ello, pondrían en juego la vida de sus sociedades haciéndolas creer en la existencia de un virus inexistente.



Esta clase de hipótesis se escuchan entre amigos y familiares, se leen en las redes sociales y, lo más preocupante, se han usado como argumento para no seguir las recomendaciones de la OMS: el coronavirus no existe, no hay razón para guardar la cuarentena, aunque tenga posibilidad de hacerlo.


Teniendo esto en cuenta, parece que decidir entre la existencia o la no existencia del SARS–CoV–2, puede someterse a un análisis pascaliano: hagamos una apuesta razonable.


Como hicimos anteriormente, supongamos que: A = existe el SARS–CoV–2, A* = no existe el SARS–CoV–2, B = actuar como si creyera en la existencia del SARS–CoV–2 y B* = actuar como si no creyera en la existencia del SARS–CoV–2. Nuestra representación gráfica es la siguiente:



De acuerdo con nuestra representación, la utilidad de actuar como si el virus existiera y creyera en él es mayor a la reportada en cualquier otro caso, o bien: U(A,B) = +1; la utilidad de actuar como si creyera en él y no existiera no representa ganancia ni pérdida: U(A*,B) = 0; de modo análogo, con las combinaciones restantes obtenemos: U(A,B*) = -1 y U(A*,B*) = 0. Dicho en otros términos, si el temible virus no existiera, sería posible elegir al azar actuar o no conforme a las recomendaciones sanitarias, pues la utilidad reportada en ambos casos es la misma: cero; sin embargo, como no tenemos plena certeza de su existencia, entonces será más conveniente actuar como si existiera, pues en este caso obtendríamos una ganancia infinita: la conservación de nuestra salud y la de nuestros seres queridos; caso contrario, como sugeriría Pascal, tendríamos una pérdida y no de una apuesta inocua, sino de nuestra salud y, acaso, de nuestra vida.


En conclusión, apostemos sin temor: el coronavirus existe, debemos atender las recomendaciones sanitarias.


SARS–CoV–2: ¿Es posible apostar razonablemente?


La extrapolación que he hecho no se halla exenta de algunas consideraciones importantes sobre todo en lo que respecta a su relación con la Teoría de la elección racional; como sabemos la apuesta de Pascal se considera como base de la elección racional, en donde la racionalidad es entendida en su dimensión instrumental, es decir, la elección de los mejores medios para lograr determinados fines. Un sujeto será racional, desde este punto de vista, si es capaz de elegir, mediante un procedimiento confiable, la mejor opción dentro de un grupo de alternativas rivales. Un fumador, por ejemplo, no sería racional bajo estos parámetros, pues pese a toda recomendación ha elegido la pérdida paulatina de su salud, antes que su conservación y ulterior beneficio.


Esta teoría supone además que los sujetos son fundamentalmente egoístas y, por ello, perfectamente capaces de actuar racionalmente frente al riesgo de pérdida; dicho en otros términos, asume que los sujetos pueden abstraerse de sus condiciones emocionales, políticas o económicas para elegir la mejor opción posible guiados por su propio interés y al margen de la complejidad de la elección que deban tomar. Smith, formula una objeción a la apuesta de Pascal en este sentido y nos recuerda que la decisión de creer o no en Dios, no es tan simple como el francés lo quiere hacer ver pues esta formulación solo funcionaría en el caso de que el Dios verdadero fuera el de la tradición juedeocristiana, solo en ese caso, no creer en él aun cuando existiera, nos traería el tormento eterno tras la muerte. Más aún, si el Dios verdadero fuera el judeocristiano, dado que una sus cualidades es ser omnisapiente, advertiría que creemos en él no por convicción, sino por interés y, en ese caso, también iríamos al infierno. La decisión no es tan sencilla.


Traslademos estas consideraciones al problema que nos ocupa: si aceptamos los resultados de nuestra apuesta y la noción de racionalidad que subyace a ella, podríamos decir que el vendedor que vive al día es irracional por querer salir a la calle pese al riesgo que esto implica, pues la pérdida económica es menor a la de perder la vida o la salud; lo mismo sucedería con el obrero que debe llevar sustento a su hogar o la madre soltera que debe salir con su hijo a hacer compras y, peor aún, los que, pudiendo respetar la cuarentena, no lo hacen; sin embargo ¿son estos sujetos realmente irracionales?


Óscar de la Borbolla ha publicado recientemente un artículo llamado Por un valemadrismo equilibrado, título que señala una de las actitudes que parecen caracterizar, más que ninguna otra al mexicano: el valemadrismo.


El valemadrismo puede entenderse como una actitud de despreocupación e indiferencia ante el peligro o la amenaza, lo cual lleva a violar leyes, incumplir acuerdos o irrespetar compromisos. Esta actitud que nos lleva a proferir el tan conocido: “¡Me vale madres!”, es una forma de enfrentar y sobrellevar una realidad agobiante, como diría Emilio Uranga, en el mexicano hay una sensación casi nunca dominada de agobio del ser, nuestra vida es un claro ejemplo de no poder con la existencia, de no comprenderla al grado que buscamos la muerte como una especie de “liberación”, la tentación por la muerte o el peligro se esconden tras esta actitud que De la Borbolla pretende sugerir equilibrar.



Podríamos decir que ignoramos deliberadamente el riesgo que supone una pandemia como la que atravesamos y, por ello, parece que no nos interesa seguir recomendación sanitaria alguna, más aún si suponemos que nos están engañando. En este contexto, parece entonces que nuestras apuestas pascalianas no encuentran eco.


Sin embargo, De la Borbolla insiste en que, al día de hoy, nuestra conciencia de la muerte se ha visto reforzada por la crisis que atravesamos, pero esta conciencia de nuestra propia muerte es, hoy más que nunca, incierta; no sabemos de qué vamos a morir: por la infección, por la falta de dinero, por la asfixia del encierro o por inanición; podríamos agregar: no sabemos si moriremos por hacer gárgaras con cloro para evitar el coronavirus, por un ataque de histeria en la calle debido a que formamos parte del sector salud o porque nuestras parejas decidieron asesinarnos por haberlas contagiado de Covid.


El valemadrismo se muestra así como el rostro de la indiferencia ante la incertidumbre de la forma en que moriremos: ya sea de esto o de aquello, “¡total, de algo nos vamos a morir!”, diríamos muy mexicanamente.


Estas consideraciones refuerzan la idea de que nuestra apuesta por actuar como si el virus existiera no es tan simple como una cuestión de cara o cruz, es decir, no es una decisión que se base en una partición tan sencilla.


Michael Martin presenta este problema en Ateísmo: Una justificación filosófica en donde ofrece una refutación a la apuesta de Pascal que consiste en argumentar que en ella no se consideran, o bien, se asumen como irrelevantes, algunas posibilidades que son importantes para lo que se pretende demostrar; de modo que, si tomamos en cuenta tales posibilidades, entonces lo más conveniente es no creer y no sólo en Dios, sino en cualquier ser sobrenatural. A este respecto, Martin nos pide considerar lo siguiente:

Supongamos que existe un ser sobrenatural –llamémoslo un Genio Maligno (PM) ̶ quien castigará con infinito tormento al que crea en Dios o cualquier entidad superior (incluido él mismo) y recompensará con dicha infinita a cualquiera que crea en la no existencia de entidades sobrenaturales. (Martin; 1990:232-233)

Martin propone que la existencia de PM no es lógicamente imposible y por ello es, al menos, altamente probable, de modo que si reconfiguramos lo antes expuesto, tendremos:



Observamos entonces que, dada esta reconfiguración, regresamos al estado de incertidumbre en que nos hallábamos al principio, pues nos encontramos ante la imposibilidad de elegir. Para resolver este nuevo problema, la estrategia que Martin sugiere es generalizar su argumento, es decir, nos pide considerar la existencia de múltiples APM’s de tal manera que se concluirá, en términos de buenas razones, que no deberíamos creer que Dios existe o que cualquier otra entidad sobrenatural existe.


Ahora bien, este argumento, aunque plausible, presenta una dificultad debido a que en él se le exige a Pascal considerar un conjunto no vacío de seres sobrenaturales que no son Dios, con lo cual Martin le reclama, en el fondo, no haber tomado una partición genuina.


Una partición, de acuerdo con Hacking, es un conjunto de posibilidades tales que sean exhaustivas y mutuamente excluyentes. La partición del pensador francés: Dios existe y Dios no existe, no es válida a la luz de lo que Martin presenta, lo cual es cierto en la medida en que los argumentos PM y APM’s lo hacen notar, pues siempre se puede considerar un conjunto más vasto de exhaustivos y mutuamente excluyentes estados del universo en cuestión; no obstante, también se puede afirmar que tal observación es insostenible dado el contexto y los objetivos de Pascal.


Ahora bien, ¿podríamos sostener que nuestra partición respecto al problema que nos ocupa no es genuina? Considero que no, pero lo que sí debemos cuestionar es que hemos asumido como irrelevantes algunas condiciones que resultan relevantes para lo que se pretende señalar: ciertamente es razonable quedarse en casa, pero los que no han podido guardar la cuarentena no son irracionales, pues su decisión de seguir ocupando los espacios públicos obedecen a razones de otra índole, no meramente lógicas, sino vitales: búsqueda del sustento, necesidad de contacto o, simplemente, necesidad de enfrentarse al riesgo. Asimismo, tendríamos que decir que algunos han preferido morir de Covid antes que morir de hambre.


En efecto, la conservación de la vida, de nuestra forma de vida y el miedo a la muerte, como sostiene De la Borbolla, nos hace aislarnos, pero también nos obliga a salir a buscar alimento y el contacto humano. Algunos otros han debido ignorar el riesgo por cuestiones que ponen en entredicho el supuesto egoísmo que hemos mencionado: los miembros del sector salud cuidan y salvaguardan otras vidas, ¿diríamos que son irracionales por salir a trabajar en lugar de permanecer en sus casas?, decididamente no.


El problema que tenemos aquí no estriba en particiones no genuinas, sino en la noción de racionalidad que subyace a este tipo de análisis que pueden venir muy bien para entender cuestiones lógicas, pero no responden a problemas vitales como el que enfrentamos, dicho en otros términos, deberíamos pensar si las herramientas que este análisis nos ofrece son suficientes para analizar un asunto de tal importancia para la naturaleza de nuestras decisiones.


Para terminar quisiera decir que, pese a las consideraciones ofrecidas, debemos reiterar la conclusión a la que llegamos en la sección anterior: apostemos por la existencia de la enfermedad que actualmente nos aqueja y atendamos las recomendaciones hasta donde sea posible, lo cual implica, por supuesto, atender el entramado de condiciones que hacen que, ante la decisión más racional, optemos por ser irracionales. Finalmente en México somos muy pascalianos y no nos resultan ajenas esta clase de apuestas, de lo cual puede dar cuenta la siguiente expresión: “Por si son peras o son manzanas, cuidémonos, ¡Total! ¡¿Qué más podemos perder?!”.


Bibliografía


- Blaise, P. (1670/2014). Pensamientos. Madrid: Ediciones RIALP.

- Butter, M. Teorías de la conspiración: “No solo es cosa de locos paranoicos”. (06/04/2020). Hipertexto. ˂https://www.semana,com/mundo/articulo/teorías-de-conspiración-no-solo-es-cosa-de-locos-paranoicos/620550˃

- De la Borbolla, O. Por un valemadrismo equilibrado. (06/04/2020). Hipertexto. ˂https://www.sinembargo.mx/06-04-2020/3761070˃

- Hacking, I. (2001). An introduction to Probability and Inductive Logic. New York: Cambridge University Press.

- Martin, M. (1990). Atheism: A philosophical justification. Filadelfia: Temple University Press.

- Uranga, E. (1952/2013). Análisis del ser del mexicano y otros escritos sobre la filosofía de lo mexicano (1949-1952). México: Bonilla Artigas editores.

332 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page