Yosi Montserrat Vilchis Alquicira
FES Acatlán/UNAM
El Marqués de Sade ha sido siempre considerado controversial, como mínimo. Mucho más lo han sido sus obras, pues en ellas hay críticas convincentes sobre las hipocresías sociales, políticas y religiosas de su siglo, aunque válidas, muchas de ellas, para cualquier otro siglo. Por otra parte, pensar en Sade es pensar en lo grotesco, dado que su nombre está asociado a términos como sadismo, libertinaje, crueldad, perversión, encarnizamiento, etc. Pero, ¿alguna vez se le ha considerado como un defensor de la libertad femenina? ¿Cuál es realmente su filosofía? ¿Se le puede llegar a malinterpretar? En este texto se exponen algunos argumentos que ayudarán a esclarecer dichos cuestionamientos y que, además, apoyan la hipótesis de que, al ser sus obras malinterpretadas, se pueden cometer actos atroces contra las mujeres.
Para una mejor comprensión de este escrito se comienza por explicar la relación entre sexo-género y el porqué es tan importante en un sistema patriarcal. Después, se muestra el contexto en el que Sade se desenvolvió, esto con el fin de entender un poco mejor su pensamiento. Posteriormente, se compara la ambigüedad de la naturaleza en la que el Marqués enfrasca la autonomía y la heteronomía de las mujeres; de inmediato se explica por qué al caer en una mala interpretación de las obras de Sade se puede violar de manera cruenta a las mujeres. Finalmente, se darán, a manera de conclusión, los argumentos que hemos encontrado para formular la hipótesis antes mencionada.
Hay una relación entre sexo-género. El sexo marca la existencia de ciertos elementos en la naturaleza humana como los fisiológicos y anatómicos. Dichos elementos constituyen lo que socialmente se esperaría de cada persona. Esto es lo que engloba la relación entre sexo y género. Bajo esta relación es que se mide lo correcto y lo incorrecto según los valores que algún grupo social mantenga.[1]
La relación entre sexo y género es de suma importancia para el sistema patriarcal. Ésta es la encargada de asignar roles a las personas dependiendo del gran valor que poseen los hombres.[2] Como señala Laks-Eizirik: “el hombre desde muy pronto en la historia, atribuyó a sí mismo todas las cualidades positivas y concedió las negativas a las mujeres”.[3] Esto quiere decir que la relación entre sexo y género cataloga a las personas para poder crear una relación, de cierta manera, entre una especie de seres superiores (hombres) y una especie de seres inferiores (mujeres), pues se cree que por su concepción biológica y sus diferencias de fuerza estas últimas son consideradas naturalmente inferiores. Es menester que esta relación de seres superiores e inferiores no pase desapercibida, ya que en un sistema patriarcal nunca se tendrá una igualdad entre hombres y mujeres debido a que en sus naturalezas son diferentes.
Ahora bien, hoy en día, sin duda, aún existen casos de discriminación de género en el ámbito de la literatura y la filosofía. No obstante, estos no se comparan con los que se vivían antes y durante el siglo XVIII. En esa época, y desde mucho antes, no había cabida ni difusión para las mujeres en la filosofía. Un ejemplo claro de esto lo dará un contemporáneo del Marqués de Sade, Rousseau. En su obra Emilio o la educación, el filósofo suizo expresa claramente su misoginia. Reconoce que, aunque tanto hombres como mujeres poseen cada uno ciertas cualidades, jamás el hombre deberá de buscar mezclar sus cualidades con las de una mujer, pues eso lo perjudicaría y ridiculizaría, ya que las mujeres solamente están para servir a los hombres: “no se trata de hacerles penosa su dependencia, basta con hacérsela sentir”.[4]
El contexto del materialismo francés en el que se desenvolvió Sade es la naturaleza. Por esta razón, no es de extrañar que ésta, la Naturaleza, juegue un papel fundamental en su filosofía, en sus obras (“educativas”). Sin embargo, es un concepto suficientemente ambiguo con respecto a la relación sexo-género que se venía manejando en el sistema patriarcal de su época. Este último punto es importante aclararlo antes de referirnos a la ambigüedad sadiana, pues recordemos que “Sade es hijo de la ilustración, y por eso esboza un modelo de sociedad que otorga una especie de derecho fundamental al exceso”.[5] Con respecto a las mujeres de su tiempo, éstas eran expulsadas de participar en los asuntos públicos, ya que debían permanecer en la esfera privada. Pongamos por caso la elaboración de los derechos del hombre (1789), donde la cuestión de la mujer no fue abordada por la Asamblea Constituyente. Esa ambigüedad, previamente mencionada recae en que Sade, mínimamente en algunos puntos de su obra La filosofía en el tocador, rescata la autonomía de las mujeres, pero en otros puntos y, en su filosofía de vida, las denigraba.
Por ahora expongamos únicamente el primer punto de dicha ambigüedad. Aquí se podría encontrar a la instructora de Eugenia, la Sra. De Saint-Ange, quien da razones a favor de la mujer. Sade, bajo este personaje, expresa que la mujer no está obligada a cumplir los prejuicios sociales que le son atribuidos por su sexo:
El destino de la mujer es ser como la perra, como la loba: debe pertenecer a cuantos quieran algo de ella. Es evidente, ultrajar el destino que la naturaleza impone a las mujeres encadenarlas por el lazo absurdo de un himeneo solitario. […] si son tan dignas de lástima que resultan olvidadas, deben colocarse ellas mismas por encima de la costumbre y el prejuicio y pisotear audazmente los hierros vergonzosos con que pretendan esclavizarlas.[6]
En estas líneas, Sade, como se explica anteriormente, expresa una postura positiva con respecto a la libertad femenina, pues la mujer no fue engendrada exclusivamente para cumplir los roles sociales, tales como el ser esposa y madre.
En la naturaleza Sade encuentra que es ella la encargada de ubicar a las personas en las categorías de femenino y masculino. A diferencia de muchos, distingue el sexo del género, pues el comportamiento de las personas no depende del primero. Esta diferenciación revela que cada persona actúa según la voluntad y la fuerza que desee imponerle cada persona como individuo. Como menciona la Sra. De Saint-Ange, “no debe haber límites para tus placeres, salvo los que impongan tus fuerzas y tu voluntad”.[7] Esta cita hace ver que, en Sade, el sexo es el cimiento sobre el cual se constituye la personalidad, mas no la existencia. Sade hace su propia relación entre género y sexo: él ve al sexo como un complemento del género y dicha relación será solamente visible cuando la persona comience a madurar.
El Marqués es consciente de que, aunque la naturaleza le ha dado a la mujer el don de engendrar, también le dio la capacidad de disfrutar de su cuerpo a su conveniencia: “tu cuerpo es tuyo, sólo tuyo: sólo tú en el mundo tienes derecho de gozar de él y a hacer gozar con él a quien bien te parezca”.[8] Este argumento reafirma lo antes mencionado en relación con lo sexual, pues la reproducción que entra en este parámetro no es un distintivo del género como para que la mujer lo deba incluir en los prejuicios sociales de la maternidad. Al contrario, la reproducción es algo que en esta novela Sade lo pone como algo aberrante porque priva a las mujeres de disfrutar con plenitud de su vida y de su cuerpo. Es por esto que Sade propone que, nuevamente bajo la figura de la institutriz, al estar la mujer casada, le proponga al marido no tener hijos, si éste no acepta y llega a preñar a la mujer, ésta puede abortar:
A tu marido […] dile que detestas los hijos, que le suplicas no hacértelos […]si esta desgracia te ocurre sin que tú tengas culpa, avísame en las siete u ocho primeras semanas, y te haré echarlo suavemente. No temas el infanticidio; ese crimen es imaginario; nosotras somos siempre dueñas de lo que llevamos en nuestro seno […].[9]
En el siglo XVIII existían dos clases de mujeres: por un lado, se encontraban las mujeres que vinculaban su vida a los ámbitos compatibles con el decoro y la fuerza de su sexo: criaban a los hijos, atendían el hogar, llevaban la economía doméstica, hilaban y, sobre todo, eran buenas y recatadas esposas; por otro, estaban las que iban contra corriente a la imposición de la idea de la buena mujer; éstas eran las prostitutas. Podríamos concederle a Sade otro punto a favor con respecto a esta segunda clase de mujeres. Sade, de cierta manera, les quita esta carga negativa al momento en que las considera víctimas de la sociedad, puesto que son juzgadas por entregarse sin inconveniente alguno al mero acto del goce, y también cuando las considera víctimas de los hombres que solamente en ellas buscan saciar sus instintos naturales:
Se denomina así, […] a esas víctimas públicas de la depravación de los hombres, siempre dispuestos a entregarse a su temperamento o a su interés; felices y respetables criaturas que la opinión mancilla, pero que la voluptuosidad corona, y que, más necesarias a la sociedad que las mojigatas, tienen el coraje de sacrificar, para servirla, la consideración que esa sociedad osa quitarles injustamente. […] Ésas son las mujeres realmente amables, las únicas verdaderamente filósofas.[10]
Este razonamiento es claro: Sade le otorgó, hasta cierto punto, a las prostitutas los mismos valores que socialmente eran concedidos a las mujeres recatadas y bajo el personaje de Dolmancé lo refutó al mencionar que “tanto valen unas como otras”.[11]
Pasemos ahora al segundo punto de la antes mencionada ambigüedad. Hasta ahora, en este escrito, se han mencionado ideas que podrían ser consideradas revolucionarias para la época en la que se desenvolvió Sade. Sin embargo, no por eso se debe olvidar que en él se encuentran arraigadas, por el mismo contexto en el que se encontraba, ideas puramente machistas. Estas ideas se veían reflejadas no sólo en su literatura, sino también en su día a día. Gracias a ¿Hay que quemar a Sade?, de Simone de Beauvoir, entre varios otros textos, se sabe de estos acontecimientos. La filósofa francesa menciona que, en una de tantas veces que el Marqués estuvo encerrado en prisión, éste “se divirtió en torturar a la marquesa: se hacia el celoso, le imputaba negros complots y le reprochaba su vestuario exigiéndole ropa más austera”.[12] Esta información hace notar el micromachismo que se arraigaba en el espíritu del Marqués, pues con la marquesa utilizó “mecanismos sutiles de dominación, […] que no son abiertamente violentos e incluso pueden ser advertidos como aceptables y esperados”.[13]
De hecho, en 1763, Sade se dio a conocer por su masculinidad violenta[14] en el caso Rose Keller, ya que “Sade había azotado a la prostituta, luego le produjo cortes con un cuchillo, derramó cera en las heridas y la incitó a la lasciva con símbolos cristianos, introduciendo hostias en diversas aberturas de su cuerpo”.[15]
Ahora bien, con respecto a este tipo de pensamiento plasmado en sus escritos, véase, por ejemplo, el desenlace de la ya antes citada obra La filosofía en el tocador, cuando se reclama y tortura a la Sr. De Mistival por la mala educación que le dio a su hija:
En cuanto a la educación, tiene que haber sido muy mala, porque aquí nos hemos visto obligados a refundir todos los principios que le habéis inculcado; no hay uno solo encaminado a su felicidad, ni uno que no sea absurdo o quimérico. […] Le habéis dicho que joder era un pecado, mientras que joder es la acción más deliciosa de la vida; habéis querido darle buenas costumbres, como si la felicidad de una joven no estuviera en el desenfreno y la inmoralidad, como si la más feliz de todas las mujeres no tuviera que ser, indiscutiblemente, la que más se revuelca en la porquería y el libertinaje, la que mejor desafía todos los embustes y la que más se burla de la reputación.[16]
En la cita anterior se muestra, de manera evidente, la contrariedad de argumentos con respecto a la valorización de la mujer. Si antes a los dos tipos de mujeres de su época les había concedido el mismo valor (ético), en este punto, lo que social y moralmente estaba bien visto con respecto a las mujeres que eran consideradas con recato, es lo que Sade toma como lo más bajo que puede enseñar una mujer.[17]
Y eso no lo es todo, ya que este mismo pasaje refleja cómo es que Sade llevaba la realidad a la ficción, es decir, a su literatura, pues cuando violenta y agrede en su obra a la Sra. De Mistival, lo que busca es ridiculizar, mancillar y torturar[18] a su suegra Madame de Montreuil, quien, supuestamente, hizo de él un criminal.[19]
Las mujeres jugaron un papel muy importante en la vida y obra de Sade. De hecho, muchos de sus personajes gozan al momento de desvirgar a jovencitas, “pero incluso cuando inician a una virgen, prefieren a menudo tratarla como a un muchacho”.[20] Y es que tienen muchísimo sentido las palabras de Beauvoir, pues no se necesita ser psicólogo para entender que cuando Sade escribe: “Es tan dulce cambiar de sexo, tan delicioso imitar a la puta, entregarse a un hombre que nos trata como mujer, llamar a ese hombre amante y confesarse su querida”[21], lo que hace es identificarse no como un hombre homosexual o bisexual, sino como mujer. Quizás, esto se deba a algún acomplejamiento de su virilidad, pero es algo que, para los fines de este escrito, no trae relevancia y por eso mismo no se abordara más.
Es indudable la manera en que la autoridad masculina, a lo largo de la historia, ha mantenido a las mujeres bajo su yugo por el simple hecho de creer que su naturaleza, al ser más sensible, es por ende más débil. Sade es uno de los exponentes de su siglo que más hace evidente aquella gran denigración, justo por la misma atribución de lo sensible, pero bajo otros parámetros. Él consideraba que la crueldad en las mujeres estaba más activa en ellas que en los hombres por la poderosa razón de la excesiva sensibilidad de sus órganos: “fruto de la extrema sensibilidad de los órganos, sólo es conocida por seres extremadamente delicados, […] esa delicadeza, la que, para despertar, utiliza todos los recursos de la crueldad […] es el que afecta con más frecuencia a las mujeres”.[22]
Aunque aquí pareciera que Sade busca atribuirles un aspecto naturalmente encantador a las mujeres gracias a su sensibilidad, y en relación con la naturaleza libertina a la que encaminaba su filosofía, la verdad es que lo único que hace es mostrar que por esta misma característica la mujer está al servicio del hombre. Otro “argumento” al respecto lo encontramos cuando habla del goce del hombre: “Si la intención de la naturaleza no fuera que el hombre tuviera esta superioridad, no [las] habría creado más débiles que él […] Esta debilidad a que la naturaleza condenó a las mujeres prueba de forma irrefutable que su intención es que el hombre, que goza de su potencia, ejerza mediante todas las violencias que buenamente le parezca el goce, incluso mediante suplicios”.[23] Indiscutiblemente, Sade deja ver a la mujer como alguien que puede ser “útil” en función del hombre, sólo si el hombre así lo desea.
Es evidente que si ponemos en una balanza los pros y contras con respecto a cómo Sade veía a las mujeres, ganarán por mucho los argumentos negativos que tenía hacia éstas. Quizás por el pensamiento que se manejaba en su época con respecto a las mujeres, mezclado con problemas en la infancia con su madre, con su esposa o hasta con su suegra es que él se convirtió en todo un misógino[24]. Pero, en realidad, es esto algo sobre lo que sólo podemos especular, pues, como tal, no hay pruebas contundentes que nos permitan aseverar dicha hipótesis.
Por otra parte, dentro de la filosofía natural del Marqués, se encontraba el argumento de la destrucción del otro. Sin importar el género, se miraba a la persona sólo como carne de la cual se podía un verdugo servir y satisfacer. Pero ¿qué pasa cuando al pasar de los siglos este punto de la filosofía de Sade se sigue estudiando hasta el momento en que se malinterpreta y, además, se le agrega una carga de masculinidad violenta? Lo que ocurriría al caer en esta malinterpretación es que se cometería contra las mujeres algo que para Sade era bien visto: la violación cruenta. En palabras de Rita Segato: “la violación cruenta es la cometida en el anonimato de las calles, por personas desconocidas anónimas, […] el acto se realiza por medio de la fuerza o la amenaza de su uso”.[25]
Así, pues, la violación cruenta podría ser considerada en el mismo nivel en que Sade ve al otro como objeto, pues en la violación se ve el uso y abuso del cuerpo del otro, sin que éste participe con intención o voluntad. De esto también puede seguirse lo que, en efecto, Sade pensaba del goce, esto es que “cualquier goce compartido se debilita”.[26] De modo que se necesita que la víctima sufra, se queje y contorsione, porque solo gracias a su suplicio es que se podrá obtener la felicidad del verdugo. Como menciona Safranski: “para Sade el otro es el objeto propio del disfrute. No se trata de que este objeto mismo perciba placer. El libertino no tiene disfrute para regalar, quiere retenerlos todos él mismo”.[27] Por esta razón, en Sade, todo lo que se refiere al placer ha de tener carácter de un objeto. Es decir, en el instante del disfrute en una agresión, las personas se convierten en objetos.
En definitiva, el contexto ideológico en el que se desenvuelve una persona influye en ésta; el contexto en el que se está inmerso contribuye, sin duda, en la construcción del sujeto. El mundo en el que el Marqués de Sade se encontraba inmiscuido era un mundo en el que las mujeres no eran consideradas, para los hombres, verdaderos individuos. En este sentido, en las obras del Marqués hay ciertos pensamientos que, para su época, eran revolucionarios, tales como la autonomía sexual y el aborto, por mencionar algunos. No obstante, además de escritor, era un hombre francés del siglo XVIII, para quien, tanto su esposa como las mujeres que lo rodeaban, no eran sus iguales y, por tanto, no merecían el mismo respeto a pesar de que “él las amara tanto”.[28]
Para finalizar, creemos que no se debe justificar a Sade, pues era un moralista que contribuyó a ciertos patrones de comportamiento inaceptables: el (micro)machismo y la masculinidad violenta, por decir lo menos. De hecho, podría pensarse que, dado que la filosofía de Sade se basa(ba) en la destrucción del otro, no se podría llegar a caer en malinterpretaciones para que este tipo de actos sean llevados a cabo. Sin embargo, no ha sido ni es así; además, de acuerdo con lo que hemos venido desarrollando, hay una clara distinción entre ver a todo ser humano como “objeto destructible” y ver como tal tan sólo a un sector de la población, ya que éste (el sector de las mujeres), queda en un grado mayor de vulnerabilidad. En cualquier caso, el ultraje es inaceptable en todo sector o individuo. El problema radica en que, al malinterpretar las enseñanzas de Sade, sumado a un poco de ideas masculinas violentas, se puede llevar a la práctica muchísimos tipos de violaciones particularmente contra las mujeres, haciendo de estas las víctimas por excelencia de los hombres tiranos (formados o natos). Claro, también es ostensible que éstas pueden ser agresoras, al igual que un hombre, pero la verdad es que dichas infamias han sido llevadas a la praxis, a lo largo de la historia, en su mayoría por hombres hacia mujeres, por considerarlas naturalmente débiles.
Sade fue un misántropo, pero sobre todo fue un misógino y, si hombres de esta índole adoptaran su filosofía, la hipótesis de este texto no es, en absoluto, descabellada. Como menciona Safranski: “el mal se convierte en tentación estética para quienes están hartos de las delicias cotidianas y, por eso, buscan lo supra terrestre en lo infra terrestre”[29].
Bibliografía
Beauvoir, Simone de. ¿Hay que quemar a Sade? Madrid: Antonio Machado , 2002.
Comision Nacional para Prevenir y Erradicar, la Violencia Contra las Mujeres. «¿A que nos referimos cuando hablamos de "sexo" y "género"?» 24 de marzo de 2016. https://www.gob.mx/conavim/articulos/a-que-nos-referimos-cuando-hablamos-de-sexo-ygenero#:~:text=El%20g%C3%A9nero%20determina%20lo%20que,femenino%E2%80%9D%20son%20categor%C3%ADas%20de%20g%C3%A9nero. (último acceso: 27 de mayo de 2022).
Congreso de la Unión, Cámara de Diputados H. «Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.» 01 de febrero de 2007. https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/209278/Ley_General_de_Acceso_de_las_Mujeres_a_una_Vida_Libre_de_Violencia.pdf (último acceso: 27 de mayo de 2022).
Laks- Eizirik, C. Contexto histórico cultural de lo masculino y de lo femenino. Buenos Aires: Lumen, 2004.
Molina Petit C. Dialéctica feminista de la ilustración. Barcelona: Anthropos, 1994.
Montesinos, Rafael. Masculinidades emergentes. México : UAM- Iztapalapa y Miguel Angel Purrúa , 2005.
Rousseau, Jean Jacques. Emilio o la educación. Madríd: Alianza Editorial, 2004.
Sade, Marqués de. Filosofía en el tocador. México D.F.: Editores mexicanos unidos s. a., 2015.
Safranski, Rüdiger. El mal o el drama de la libertad. Barcelona: Turquets editores, 2005.
Segato, Rita Laura. Las estructuras elementales de la violencia . Buenos Aires : Universidad Nacional de Quilmes , 2003.
[1] «¿A que nos referimos cuando hablamos de "sexo" y "género"?» (24 de marzo de 2016). [en línea]. México: Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres. Disponible en https://www.gob.mx/conavim/articulos/a-que-nos-referimos-cuando-hablamos-de-sexo-y-genero#:~:text=El%20g%C3%A9nero%20determina%20lo%20que,femenino%E2%80%9D%20son%20categor%C3%ADas%20de%20g%C3%A9nero. [27 de mayo de 2022]. [2] Recordemos que el patriarcado es un postulado teórico que consiste en un sistema social en el que los hombres tienen el poder primario y predominan en roles de liderazgo político, autoridad moral, privilegio social y control de la propiedad. [3] Laks- Eizirik, C. Contexto histórico cultural de lo masculino y de lo femenino. Buenos Aires: Lumen, 2004. [4]Rousseau, Jean Jacques. Emilio o la educación. Madrid: Alianza Editorial, 2004. [5] Safranski, Rüdiger. El mal o el drama de la libertad. Barcelona: Tusquets Editores, 2005. [6] Sade, Marqués de. Filosofía en el tocador. México: Editores mexicanos unidos., 2015, pp. 22-23. [7] Ibid., 23. [8] Ibid., 24. [9] Ibid.,. 40. [10] Ibid., 16. [11] Idem. [12] Beauvoir, Simone de. ¿Hay que quemar a Sade? Madrid: Antonio Machado, 2002, p. 22. [13] Montesinos, Rafael. Masculinidades emergentes. México: UAM-Iztapalapa y Miguel Ángel Porrúa, 2005. [14] Idem. La masculinidad violenta que ejercen los hombres tiene una triple vertiente, ya que pueden desplegarla contra las mujeres, contra otros hombres e incluso contra ellos mismos. La violencia contra las mujeres ha sido legitimada a través de la supuesta supremacía de lo masculino frente a lo femenino, que se ha expresado en la distribución inequitativa de los espacios, las dobles y triples jornadas de trabajo, la falta de oportunidades, el hostigamiento, las violaciones, etcétera. [15]Safranski, op. cit., pág. 267. [16] Sade, op. cit., pag.105. [17] Recordemos que en Sade el valor natural tiene un peso enorme, tanto así que las paciones libertinas están por encima de las leyes morales que han sido construidas por la humanidad. [18] Beauvoir, op. cit., pág. 20. [19] Madame de Montreuil, madre de la esposa de Sade, estaba obsesionada con acabar con el matrimonio de su hija y tras haberle salvado el cuello al Marqués en varias ocasiones, se convirtió en su némesis. [20] Beauvoir, op. cit., pág. 29. [21] Ibid., pág. 40. [22] Sade, op. cit., pág. 45. [23] Ibid., pág. 100. [24] La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2006), en el artículo 5, fracción XI se refiere a la misoginia como “las conductas de odio hacia la mujer y se manifiesta en actos violentos y crueles por el hecho de ser mujer”. Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. (2006). [en línea]. México: Cámara de Diputados H. Congreso de la Unión. Disponible en https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/209278/Ley_General_de_Acceso_de_las_Mujeres_a_una_Vida_Libre_de_Violencia.pdf. [25] Segato Rita Laura. Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2003, p.16. [26] Sade, op. cit., pág. 99. [27]Safranski, op. cit., pág. 273. [28]Beauvoir, op. cit., pág. 30. [29] Safranski , op. cit., pág. 291.
Comments