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Relajo y muerte: los mexicanos frente al Covid-19

Actualizado: 15 dic 2020



El relajo se presenta, en la generalidad de los casos, acompañado de hilaridad. Ríe quien lo provoca, ríe quien participa y ríe, incidentalmente, quien es su víctima.


Jorge Portilla




Por: Luis Veloz






A lo largo de prácticamente un año, la Covid-19 ha propiciado estragos desmesurados a nivel global. En México, por ejemplo, hemos rebasado el escenario que tuvimos hace unos meses con el llamado pico de pandemia, ya que a la fecha se contabilizan más de 110 mil defunciones confirmadas, y más de un millón de contagios, sin que esto suponga, al menos en corto plazo, una reducción de pacientes que requieren ayuda médica especializada. Los cuales, y al aumentar el requerimiento hospitalario, podrían precipitar el colapso del sistema de salud. Por esta razón, la crisis sanitaria que estamos viviendo se ha convertido, tanto por su complejidad y letalidad, en una crisis humanitaria, social, política y económica.



No obstante, y a pesar de las trágicas cifras que se suman diariamente, motivo de zozobra para unos, ya por la pérdida de familia, trabajo, o por el confinamiento en sí, para otros, sin embargo, no ha significado gran cosa. Lo anterior constituye una percepción que engloba, en primer lugar, a que existe un número elevado de personas que no creen en el virus o no lo consideran grave, y en segundo lugar, a la necesidad de reactivar la economía interna. Por lo mismo, las medidas sanitarias de mitigación (sana distancia, uso de cubrebocas, lavado de manos), implementadas por las autoridades competentes, o bien han resultado limitadas o, en otros casos, inefectivas. Entonces, ¿a quién culpar por el aumento de contagios?



Para ahondar en la cuestión, retornaremos a Jorge Portilla, un filósofo mexicano que, en los años 50 analizó la tesis según la cual la sociedad mexicana se caracteriza, entre otras cosas, por su propensión al relajo[1]. Tal vez enfocarnos en este término, sin caer en esencialismos, sirva un poco para explicar, cómo la idiosincrasia del mexicano en casos específicos puede alimentar la irresponsabilidad cívica. Es decir, que si bien hay una caracterología subyacente en el comportamiento de algunos mexicanos, eso no significa necesariamente que, en relación a una ética ciudadana, se propague, en un momento crítico como el actual, una falta de empatía y respeto hacia la vida del otro, al no tomarse con seriedad el problema de salud pública y, por ende, las medidas sanitarias de mitigación.


Cabe aclarar, en efecto, que la condición socio-económica de la población mexicana, tan desigual en la distribución de la riqueza, también es un factor importante que ha impedido que las recomendaciones sanitarias sean llevadas a su cabal práctica, por lo mismo nos enfocaremos sólo al aspecto del relajo del mexicano, ya que buena parte de la población lo ha exhibido rotundamente con su actitud frente a la pandemia.



El relajo



Pero iniciemos por lo siguiente: ¿Qué es el relajo? El relajo, aunque conocido por la gran mayoría, regularmente no lo entendemos partiendo de una definición de diccionario, sino que nos adaptamos a su práctica a partir de la experiencia que cada uno tiene. Por ello, Jorge Portilla se da a la tarea antes que nada de explicar, que el relajo por principio no es una cosa sino un comportamiento. Con el relajo lo que hacemos es nombrar una forma de ser, o una conducta compleja que tiene como objetivo primordial: suspender la seriedad.



Quizá con lo anterior queda de alguna manera explicada en su amplitud lo que significa el relajo. Pero no del todo, por ello, Portilla desarrolla varios puntos antes de dar por concluida su investigación, por lo cual distingue el relajo de la burla, del sarcasmo, y del choteo, este último término que, aunque no está en desuso, ocurre que se ocupa cada vez menos.




Entonces, lo que presupone el relajo es la suspensión de la seriedad. Esto queda claro. Sin embargo, a ello cabe agregar sutilmente que la seriedad condiciona un tipo de valor. Y un valor es aquello deseable por lo que representa. Valores hay muchos (individuales o colectivos), nacen de la subjetividad, es decir, de una particular inclinación (personal) hacia algo que consideramos digno o estimable. Pero por esta misma razón, sucede con frecuencia que no todo lo que sea valioso para unos, lo sea para otros. Aquí encontramos el porqué, el relajo, con propiedad, conduce en lo fundamental a la suspensión de un valor apreciado en un contexto específico.



Ahora bien, este comportamiento, cabe hacer mención, no se establece de manera aislada, por el contrario, el relajo tiene que exhibirse necesariamente en grupo, con y para los otros. El relajo por lo tanto no es lo mismo que el sarcasmo, porque éste potencia un daño en tanto que, dirá Portilla: “apunta con una espada al centro de una persona en una relación estrictamente interindividual”. Tampoco se reduce a la simple burla o el chiste, porque estos aisladamente no configuran el relajo, ya que, si bien hay una relación intrínseca entre ellos, tal relación es meramente instrumental.



El relajo por lo tanto se da en situación y con los otros. Se establece en comunidad, lo cual presupone suspender o desviar un valor y en su lugar, ocasionar la risa: provocarla. Y mientras ello sucede, se establece un retroceso del relajiento, un hacerse para atrás con la intención de que, al esconderse, se invite a los demás a la plétora comunal de la risa, para participar en ella.



Existe asimismo un aire subversivo o disidente en el relajo que no podemos pasar por alto aquí, ya que, cuando el valor que se suspende es un “valor impuesto autoritariamente”, el relajo sirve como arma de choque. En este sentido, el relajo se ocupa de tal modo que se ejerce para desactivar aquello que lejos de ser un valor (para muchos), se configura como una visión deseable meramente particular.



Y, aunque ejemplos hay varios, acotados a uno, pensemos que, a finales del siglo XIX y principios del XX en México, la prensa subversiva intencionalmente, haciendo gala de la caricatura (la sátira) y el texto breve, propiciaron el relajo del mexicano al grado que, lo que se consideraba políticamente intocable, inmaculado, cayera ante la risa de la comunidad. Esto se lograba de una manera instrumental, racionalizada, para anteponer el relajo a la seriedad impoluta de un gobierno considerado ilegítimo, con finalidades eminentemente subversivas.



El relajo, entonces, se presenta en diversas circunstancias. Pero hay que precisar siempre la colaboración de los otros para que sea tal, de lo contrario, únicamente se entendería como la burla personalista de quien intenta desorientar, someter, descalificar: un ataque, en suma, a juicio propio. Ahora bien, queda dicho por lo tanto que el relajo también es subversivo, incluso, puede ocuparse para que permita que los otros, en un momento de tensión o miedo, dejen a un lado sus atavíos de seriedad para entrar, aunque sea por un momento, en el reino de la risa.



Sin embargo, cabe argüir, desde una perspectiva distinta, que el relajo también puede conducir, según la forma y el momento, a otras circunstancias no siempre bienvenidas, porque, si bien puede aparecernos como una conducta de autocreación, también puede derivar en lo opuesto, o sea, en una voluntad de autodestrucción. Y esto es lo que anota perfectamente Jorge Portilla aduciendo lo que encubre el otro lado del relajo. Así pues, si se toma “todo a la ligera”, el relajo sólo propicia una actitud contraria de los valores (sí estimables objetivamente) cuando estos actúan en la conciencia espontánea de autoconstitución. Por lo mismo, Portilla remata diciendo que el relajiento se manifiesta como un hombre sin porvenir. Es decir, en el sentido de que vive anclado a su pasado. Y lo más importante, en la clara actitud de abstenerse a tomar nada en serio.





Claro, difícil es negar que nos gusta el relajo (en mayor o menor medida), esto porque nos inyecta en algunos casos nuevo ánimo, alienta ante el desasosiego, y cobra factura, en otras ocasiones, de lo que unos imponen a fuerza de ley como valioso. Pero también hay que tener cierta conciencia ética para que, en momentos estrictamente graves, sea fundamental tomar el asunto con seriedad. Puede claro, el relajo revitalizar la circunstancia social, pero no conllevar a su autodestrucción.



Portilla también, y en este sentido, se da a la tarea de diferenciar entre el relajiento y el apretado, dos polos opuestos. Durante buen tiempo el adjetivo “apretado” ha servido no sólo para afianzar el acento clasista del mexicano (ya que el apretado figura como el snob, o el sujeto exclusivo que visibiliza y valora su ser a partir de lo que posee), sino también para hacer una crítica en tono amigable o quizá de encono, a quien no se suma al relajo. Por lo tanto, la seriedad es distintiva en el sujeto apretado, ya que carece de sentido del humor: “No seas apretado”, o bien, “no seas tan apretado” se señala.



No es necesario, en este punto, aducir que en el temple y las libertades verbales del mexicano se perciba la “seriedad justificada razonablemente” como una actitud de apretado, o como dirá Portilla: “afectado del espíritu de seriedad”. Por el contrario, cada uno es capaz y potencialmente de diferenciar aquello que representa una “seriedad objetiva”: es decir, “reconocida racionalmente” por la mayoría del grupo. El funeral de un amigo o familiar, pongamos de ejemplo, difícilmente puede ser el escenario para el relajo. Reconocemos también, ante el enfermo o el desahuciado, donde en el primero su vida está afectada, y en el segundo en el límite de su último suspiro, que ello amerita seriedad por quienes los rodean.



Actualmente, el caótico problema que ha ocasionado la pandemia a nivel social e individual, se ha traducido en cientos o miles de memes o videos en redes sociales. El campo del relajamiento (otra derivación del relajo) se ha dinamitado en la virtualidad, que a fin de todo, también tiende a impactar en las relaciones intersubjetivas, en el día a día. La virtualidad en la que nos sumergen las redes sociales hoy ha servido para reactivar, a la lejanía, la vida social humana en las distintas plataformas y en una modalidad aún más acelerada de lo que fue antes del inicio de la pandemia.



Por lo mismo, hemos atestiguado que lo anterior ha traído otros efectos, efectos derivados de cientos de noticias falsas, de comentarios sin sentido o carentes de todo fundamento, como ha sucedido con las teorías conspiracionistas, lo que sin duda ha afectado a la opinión pública, esto porque, lejos de asumir nuestra responsabilidad ciudadana y, bajo el pretexto del hartazgo y del mal manejo de la pandemia, se promovieron, y se sigue haciendo en redes sociales, reuniones familiares, fiestas, celebraciones religiosas, para continuar echando relajo, al fin y al cabo, según ellos, o no pasa nada, o de algo nos tenemos que morir.





De este modo retornamos a la pregunta de inicio a modo de reflexión: ¿a quién culpar por el aumento de contagios? Naturalmente y dado el resentimiento ideológico-político que pulula en ciertos individuos, lo más fácil ha sido extrapolar responsabilidades propias a otros: al gobierno o la clase política en el poder, con sus distintas ramificaciones. Y si bien, efectivamente estos tienen una enorme responsabilidad en el manejo y cuidado de la salud pública, también, y dado el fenómeno excepcional de la pandemia (con toda su complejidad médica, biológica, social, económica, política), corresponde por igual a la ciudadanía asumir, como dijera Immanuel Kant en el siglo XVIII, la mayoría de edad para pensar por cuenta propia. Recordemos que la libertad, apelar a ella e incluso, promocionar su extensibilidad, implica responsabilidad, o lo que es igual: quien actúa libremente debe responder por su actos.



Por tanto, creemos que si se prioriza la “seriedad objetiva” por lo que ella representa, en tanto que está en juego la vida de todos, al final esto sería un acto “prudente” para tomar el virus SARS-CoV-2 con la debida gravedad, si bien consideramos el costo humano de no hacerlo. Porque, como ha constatado la experiencia y las estadísticas en los largos meses que han transcurrido (y lo que falta), el asumir la pandemia con relajo, se ha traducido penosamente en el prolongamiento de la crisis económica, crisis emocional, individual y pública, y lo peor, en la muerte de miles de mexicanos.




[1] Jorge Portilla fue el miembro más joven del grupo Hiperion, un grupo de filósofos mexicanos que, durante los años 50 del pasado siglo, tuvieron como tarea el estudiar las complejidades inherentes que representa la noción del mexicano. En el caso de Portilla, su investigación se puede leer en el libro, Fenomenología del relajo, en editorial F.C.E o Era.

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