Por: Ivonne Zarazúa
UNAM/FFyL
Ficha bibliográfica del libro reseñado: Garibay, Ángel M. (2015). En torno al español hablado en México. Máynez Vidal, P. (Comp.). Primera reimpresión. México: UNAM.
A lo largo de En torno al español hablado en México[1] Ángel María Garibay (1892-1967) nos invita a degustar exquisitos aperitivos lingüísticos que hacen de nuestro español su principal ingrediente. Valga la terminología gastronómica para referirnos a los sabrosos artículos que integran esta valiosa antología compilada por Pilar Máynez Vidal y que, bocado a bocado, despiertan un ávido interés por nuestro patrimonio lingüístico.
Los artículos que componen la obra que tenemos entre manos no constituyen reflexiones pretenciosas ni simples instructivos de nuestra lengua; al contrario, brindan al público en general –y también al especialista– información clara y digerible sobre la diversa composición de nuestro español y lo invitan a pensar sobre su particular tesitura y uso en México.
Conquistados y conquistadores: carácter y estructura de la obra
Resulta difícil señalar un único hilo que guíe la lectura de la obra que nos ocupa, aunque es claro que cada uno de sus artículos evidencia un profundo interés por exhibir el carácter profuso y diverso de una lengua como la nuestra, que si bien es la lengua del conquistador, también lo es de un conquistador que fue y sigue siendo conquistado. Las semillas lingüísticas que nos ha ofrecido el contacto con el otro, al cuidado de nuestra tierra, han devenido en frutos próximos, identitarios.
El español que analiza Garibay es una lengua frondosamente vital que se desarrolla entre la exuberancia, las reglas y los disparates. He aquí las directrices que nos guiaran en la comprensión de la obra del mexiquense.
Exuberancia del español mexicano
“No hay en el mundo lenguas vírgenes”[2], nuestro español da fiel testimonio de ello. El carácter maculado de la lengua –no solo del español– lejos de ser vicio, resulta virtud; ahí donde veríamos macula, impureza o deslustre, Garibay observa historia y legado pues la lengua se cocina con tiempo y se sazona con contacto cultural. Pretender castidad en la lengua implica negar su historia y su porvenir. Más grave aún resulta ignorar el pasado y anular el futuro de los pueblos, quienes forman las lenguas. Los intrincados caminos que han transitado expresan los rasgos culturales e ideológicos que, habiendo pertenecido a nuestro pasado se expresan en nuestro presente lingüístico. Pero no hablemos solo del pasado, del cual Garibay analiza términos como machote, epazote o enchinchar, sino también de las invasiones actuales que nos hacen decir actriz en lugar de actora –por influencia del francés– o convivio antes que convite –por efecto del inglés.
Tan rebosante es el habla del mexicano como su mundo. Cada palabra, nueva, heredada o adaptada da nombre y conforma objetos no conocidos por el conquistador[3], exhibe aspectos de una realidad que se nutre del extraño sin dejar de ser auténtica.
Entre reglas y disparates
Entender la tesitura de nuestro español supone examinar las reglas que la rigen y los disparates a que da lugar. Sin ser un purista, Garibay esgrime severas críticas contra quienes difunden los segundos, pero también contra quienes se asumen dictaminadores de las primeras.
Con la convicción de que la Real Academia se encarga de difundir y depurar las reglas que unifican una lengua común a tantos pueblos, el mexiquense no deja de complacerse por tan loable y necesario cometido, pero también advierte que la lengua es creada por sus hablantes, esto es, le pertenece, en la misma medida, al lego y al letrado, al español y al mexicano. España, como bien dice, no es la reina, aunque sea la madre[4].
Es por ello que vuelca su crítica contra quienes ignoran la variedad semántica de términos que, pese a venir de la misma raíz, no terminan de expresar el sentido con el que son usados en México como mangonear, manejar, manipular o manosear[5].
Asimismo dirige sus ataques contra los que sostienen que el español no da para todo; pedantes que recurren al empleo de términos extraños –ya sea por la moda o por ignorancia– y construyen disparates como tetracrimen[6] o standars[7] a quienes recomienda estudio y apego a la regla.
Bajo la lente de Garibay, nuestro español resulta imagen y vehículo de la riqueza inagotable de sus hablantes: es necesario hacerla valer o, al menos, estimarla[8]. Objetivo bien logrado por las delicias que nos ofrece el mexiquense y que, como todo buen banquete mexicano, pueden disfrutarse para llevar y leer en casa, para leer aquí o para ir leyendo.
Citas
[1] Garibay, Ángel M. (2015). En torno al español hablado en México. Máynez Vidal, P. (Comp.). Primera reimpresión. México: UNAM.
[2] Garibay, Ángel M. “Expurgatorio” (1960), op. cit., p. 65.
[3] Cfr. Garibay, Ángel M. “Tarea sin fin” (1957), op. cit., p. 25.
[4] Cfr. Garibay, Ángel M. “Novedades académicas” (1961), op. cit., p. 96.
[5] Cfr. Garibay, Ángel M. “Otros bocados” (1958), op. cit., pp. 57-60.
[6] Garibay, Ángel M. “Disparatario” s.f., op. cit., p. 129.
[7] Garibay, Ángel M. “Chuza de plurales” (1957), op. cit., p. 30.
[8] Cfr. Garibay, Ángel M. “Arrabales” (1963), op. cit., p. 116.
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