Traducción del inglés, por Norma Ivonne Ortega Zarazúa
Los editores de The Journal of Philosophy se honran por tener la oportunidad de publicar el siguiente reporte que, sobre unos filósofos mexicanos encarcelados, preparó Rudolf Carnap para un comité de la Asociación Norteamericana de Filosofía (APA por sus siglas en inglés) algunas semanas antes de fallecer.
A. Algunos comentarios preliminares
Cuando estuve en México (junto con Feigl, quien acudió al Congreso Internacional de Filosofía) en agosto y septiembre de 1963 conocí a los primeros dos filósofos de la siguiente triada, y pronto nos hicimos buenos amigos:
1. Rafael Ruiz Harrel, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien enseña en el departamento de Filosofía y está especialmente interesado en los fundamentos filosóficos de las ciencias y de la jurisprudencia.
2. Nicolás Molina Flores, profesor de preparatoria (educación recibida entre la secundaria y la universidad), quien planeó una antología de artículos sobre los empiristas lógicos y mantuvo correspondencia sobre este proyecto con Feigl y Hempel.
3. Eli de Gortari, profesor de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México. En el otoño de 1969 yo y los otros firmantes de la carta en el New York Times recibimos correspondencia de él (yo no lo conocía personalmente). En ella, enumeró ocho libros de su autoría que trataban principalmente sobre los fundamentos de la ciencia y sobre lógica dialéctica. Su carta fue escrita desde la cárcel (la prisión preventiva de Lecumberri).
Molina y De Gortari están en sus cincuentas. Ambos fueron arrestados en septiembre de 1968 por policías que irrumpieron violentamente en sus hogares sin una orden formal de arresto. Cuando estuve en la Ciudad de México, en enero de 1970, mantuve contacto cercano con Ruiz y gracias a él tuve noticia acerca del encarcelamiento de estos filósofos. Le ofrecí una suma de dinero para ellos, cuyo uso futuro podríamos determinar después; pero él sugirió lo contrario pues la ayuda financiera no era urgente en este momento ya que los profesores, aun presos, todavía recibían sus salarios. Sin embargo, cuando el tan esperado proceso judicial tuviera lugar y, finalmente, fueran declarados culpables y sentenciados, entonces dejarían de percibir su salario automáticamente. Hasta ese momento la ayuda financiera sería urgente y él me informaría en cuanto esto ocurriera.
Ya antes había escuchado que las autoridades habían ofrecido liberar a uno de los profesores tan pronto como tuviera una visa y un pasaje para Inglaterra. Ahora comprendía que esta posibilidad ya no existía (si es que alguna vez había existido).
A petición mía, Ruiz me presentó a la Sra. De Gortari (señora Artemisa de Gortari, Bahía de Chachalacas 78-2, Verónica Anzures, México 17, D.F.). Ella me dijo que su esposo y Molina estaban en la misma cárcel y en la misma crujía, así que diariamente mantenían contacto entre sí.
Había escuchado anteriormente que los reclusos (no políticos) de la misma prisión, quienes eran hostiles con los presos políticos, habían invadido sus crujías en un determinado momento y robaron o destruyeron algunas de sus pertenencias e incluso habían herido a algunos de los presos políticos. El manuscrito de la antología de Molina fue robado y también su máquina de escribir, pero existía la posibilidad de recuperarlos si se daba a cambio una cantidad de dinero.
Yo le había dicho a Ruiz que, si fuera posible, me gustaría mucho ver a mi viejo amigo Molina. Por su parte, la Sra. De Gortari me comentó que su esposo sería muy feliz si yo lo visitara y tendría ocasión de también ver a Molina, ya que los presos que tenían celdas en la misma crujía eran libres de visitarse y caminar juntos en el patio. Acepté con mucho gusto la oferta de la Sra. De Gortari de llevarme consigo en su próxima visita a la cárcel.
B. Mi visita a la cárcel
El 22 de enero fuimos a Lecumberri. Ingresamos al edificio administrativo de la penitenciaría que es muy grande, con muchas alas y patios interiores. Primero fuimos a la oficina del funcionario que determina la admisión de visitantes. La Sra. De Gortari me lo presentó; luego me pidió que volviera a la sala de espera. Más tarde ella salió con los documentos que nos permitían visitar a De Gortari; sin embargo, para mi decepción, el permiso no era para la crujía donde estaba (y en la cual también me reuniría con Molina), sino para un edificio llamado el "Polígono". En ese momento recorrimos un largo camino para cumplir con los numerosos requisitos que debía cumplir cualquier visitante. Tuvimos que atravesar muchas alas y patios, largos pasillos y varias salas. En una habitación entregué mi pasaporte y mi tarjeta mexicana de turista; en otra, entregué todo el dinero que traía conmigo. Luego, un policía me registró a fondo.
En uno de los patios interiores conocimos por casualidad a la madre de Molina que también estaba pasando por el mismo proceso. Le pedí que le enviara a su hijo un cordial saludo y los mejores deseos de parte de Ruiz y de mí, y también que le expresara mi profundo pesar por no poder verlo.
Finalmente recorrimos un largo camino entre pasillos de crujías. Al final se veía una gran estructura de acero y vidrio. Cuando llegamos vimos que era octogonal; era el polígono. Entramos en él y constaba de una única y gran habitación. Un oficial de policía estaba sentado detrás de un gran escritorio, algunos empleados uniformados estaban a su lado. Además, otros policías que aparentemente no tenían nada que hacer estaban apostados a su alrededor. Mataban el tiempo hablando entre ellos. La Sra. De Gortari y yo éramos los únicos civiles. Le mostramos nuestros permisos al oficial y luego nos sentamos en las sillas que estaban frente a un ventanal. El oficial envió a un hombre que, después de un tiempo, regresó con De Gortari.
De Gortari es un hombre robusto y de alta estatura. Su esposa nos presentó y él expresó su felicidad al verme. Se sentó entre nosotros y todos charlamos. Refiriéndome a su carta de agosto de 1969, elogié sus amplios intereses documentados en sus publicaciones, que van desde la metodología de la física hasta ámbitos tan lejanos como la teoría axiomática de conjuntos, ejemplo de ello es su artículo sobre la demostración de Cohen. También le hice algunos comentarios sobre su manuscrito "El tiempo en física atómica" que su esposa me había dado unos días antes. Mis observaciones se centraron especialmente a sus comentarios críticos sobre Heisenberg. Él parecía muy feliz y estimulado por la rara visita de un filósofo con los mismos intereses. Su charla fue animada y el rostro de su esposa reflejaba felicidad por su buen ánimo. Ella le dijo que teníamos permiso para estar sólo en el Polígono y que lamentaba no poder ver a Molina.
En ese momento se acercó al oficial y habló con él (quizá le dijo que aquí estaba un filósofo que había venido de Estados Unidos y deseaba con urgencia ver a Molina). Para mi sorpresa, el oficial envió a un policía; y al cabo de un tiempo volvió con Molina. Saludé a mi amigo con un abrazo cordial. Luego nos sentamos y le hice preguntas sobre su vida y su obra, especialmente sobre el borrador de la antología, sus planes para el futuro, etc. Me enteré de que, infelizmente, no había esperanza alguna de recuperar el manuscrito porque había sido destruido por completo; pero no se dejó desanimar por esta desgracia, estaba trabajando con entusiasmo en nuevas traducciones de los artículos de las cuales aún recordaba algunas de las que había hecho con anterioridad.
En diciembre, junto con otros prisioneros, se declaró en huelga de hambre como protesta por su encarcelamiento; pero por petición de sus amigos, incluido Ruiz, la abandonó después de cuarenta días. Sus amigos pensaban (con justa razón) que continuar con la huelga de hambre no ayudaría, al contrario, simplemente diezmaría su fuerza para el trabajo.
Le comenté que la traducción al español de mi libro sobre los fundamentos filosóficos de la física ya había sido publicado en Buenos Aires; pero Ruiz, quien deseaba usar este texto para su curso de filosofía de la ciencia, me había dicho que la editorial no le había mandado los ejemplares que había encargado ya que quería vender la primera edición sólo en Sudamérica. Le dije a Molina que encargaría algunos ejemplares a la editorial y, si los conseguía, le enviaría unos a Ruiz y otros a Molina y De Gortari. (Ya los envíe).
Molina me dijo que se estaba esforzando en mejorar su inglés. Su principal motivación era llevar a cabo su plan de emigrar a Inglaterra cuando fuera puesto en libertad. Le pregunté por qué no pensaba más bien venir a Estados Unidos y me contestó que dudaba mucho de que en Estados Unidos fueran bienvenidos los presos políticos, quienes eran retratados por su propio gobierno como rebeldes propensos a la violencia. Le dije que, bajo el actual gobierno estadounidense, era improbable que los aceptarán, pero que esperábamos que en 1972 fuera electo un presidente más liberal. Si esto es así, creo que hay buenas posibilidades de que sea aceptado.
La Sra. De Gortari me entregó dos tarjetas en blanco y me pidió que escribiera algunas palabras para cada uno de los dos filósofos. Al principio dudé porque los policías podrían considerarlo como sospechoso; pero me di cuenta de que no habían prestado la menor atención a nuestras conversaciones. Así que escribí para cada uno de ellos algunas palabras de admiración por la fortaleza, tenacidad y estoica ecuanimidad con la que sobrellevan su duro destino y por dedicar su tiempo a un trabajo positivo y fructífero; también expresé mi esperanza porque el día de su liberación no se retrasara demasiado. (Ruiz me había dicho que la elección presidencial sería en julio, y la toma de posesión del nuevo presidente a principios de diciembre, y que en Navidad solía concederse una amnistía para algunos presos políticos). Ambos hombres leyeron las tarjetas y estaban visiblemente conmovidos; dijeron que las guardarían y atesorarían para siempre.
De repente, las trompetas y los tambores indicaron que llegaba a su término el tiempo de visitas. Me despedí y abracé cordialmente a De Gortari y después a Molina. Me expresaron su agradecimiento muy calurosamente y dijeron que éste había sido su mejor día desde septiembre de 1968. Luego caminé con la Sra. De Gortari por el largo pasillo de crujías. Varias veces miré hacia atrás; vi a los dos hombres de pie en la puerta y les dije adiós con la mano. Después entramos otra vez al edificio administrativo, recuperamos nuestro dinero y pasaportes, y finalmente abandonamos la cárcel.
Rudolf Carnap, verano de 1970
*El siguiente documento fue publicado originalmente en The Journal of Philosophy en 1970. Y, el que ahora lo rescatemos con una nueva versión al español, se debe a que agrega un dato significativo sobre un momento en la historia y vida de Rudolf Carnap, su paso por México y la visita que realizó a tres filósofos mexicanos presos en el penal de Lecumberri, en el año de 1968, por su participación en el movimiento estudiantil.
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