Publicado en la revista Universidad de México, junio, 1987, número 437.
LOS AMORES DEL GATO RIÑENDO ENTRAN
Lindo animalito el gato. Y con el perro uno de los primeros animales que el hombre domesticó, redujo a domesticidad. Pero, contrariamente al perro, nunca se entrega del todo, se conserva independiente. Comparte la casa, pero tiene su rincón, su escondite. Leal, fiel, sólo en cierta manera lo es. Acude al llamado, pero puede decir que sea obediente, que sea vasallo. No sumiso, sino manumiso de toda esclavitud, es el gato.
Se restriega contra ti, le gusta acariciarse, no que le acaricien. Da la mano, pero a su hora araña, clava las uñas, rasguña. Su andar es de seda, de terciopelo, de raso, para que no se le advierta. Pulcro, pudoroso el gato. Oculta, entierra sus inmundicias. Se asea, se lame amoroso, se deleita. Para todo se recata, se esconde. Juega al escondite consigo mismo. No se muestra en su intimidad. En tanto que el perro, con el que jamás se lleva, para todo se exhibe, él para todo se oculta. No encasta de día, sólo de noche. De día se insinúa, porfía cándido, enviste, invita, hace invite, una leve insinuación: el disimulado anuncio de unas bodas felices.
Engendra llorando, en un grito. Dicha más grande no puede haber, puesto que se logra a costa de dolor. Él, no ella, llora. Ella, de dicha. El pene del gato tiene contrarias las escamas. Y sangra cada vez, doncel siempre. Es como un pequeño clavo ardiente, como ese chile silvestre con razón llamado en el español pueblerino, pijadegato. La cercana felicidad amorosa, la apetencia genésica perfuma la vulva, la cloaca: es un incentivo para el salto, que ella retiene, aplaza. La olfatea el macho, le acerca el rojo puñal, muerde feroz. Bien se ve en la pareja que el varón busca la escondida hendedura, igual que si buscara el sepulcro: están agónicos los dos.
Ahora finge que ha renunciado y se aparta desdeñoso. Ahora es ella quien vuelve en sí, regresa de un rápido desmayo. Ella adopta distintas posturas: boca abajo, boca arriba, de perfil, restirada, las ancas levantas, como para que, como dijo el poeta, mejor se reciba la simiente de la vida. Un aplazamiento más. Doña Gata, aunque muerta de apetito amoroso, resiste, se defiende o hace como que. Don Gato se lame la pija, tal como si quisiera trabajarse con la boca, convertirla en vulva, extremo que la señora no va a permitir. Le besa las tetillas, también erectas. Y de pronto la monta feroz, sin el menor miramiento. La plaza fue tomada. Ambos lloran, pero más él. En un beso que se prolonga en un solo grito las nupcias quedan consumadas. Cesó el llanto. Cesó el ¡ay! con que la vida empieza y se prolonga hasta la muerte.
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