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La filosofía, una novedad para el alumno de nivel medio superior*


Adolfo Sánchez Vázquez



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La filosofía suele presentarse como una inextricable selva en la que unos plantan árboles que otros vienen a derribar. Platón es derribado por Aristóteles; Hume por Kant; Hegel por Marx, etcétera. Ciertamente, esta es una visión. Pero no deja de ser verdad que el alumno de nivel medio se encuentra perplejo en esta selva filosófica, ante esta sucesiva plantación y derribo de árboles filosóficos, sin que sepa realmente a la sombra de cuál acogerse. 


Pero el hecho está ahí. Ahí están el idealismo y el materialismo; el empirismo y el racionalismo; el monismo y el dualismo; el subjetivismo y el objetivismo, etcétera. Y cada una de estas oposiciones con sus matices que impiden esquematizarlas, incluso tratándose de una misma línea filosófica materialista, por ejemplo, en la que se inscriben –con sus diferencias– Demócrito, Heráclito, Baron d´Holbach, Feuerbach, Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Althusser o Kosik. 


La toma de posición filosófica no es fácil ni rectilínea; tiene que pasar por el reconocimiento de esa diversidad y de afrontarla en consecuencia. Sólo quienes ignoran este hecho pueden suprimir la necesidad de una explicación por la socorrida vía de suprimir el problema mismo. Sabemos también que las dificultades que entraña el reconocimiento de la diversidad filosófica se explota en nuestro tiempo ideológicamente, en apariencia contra la filosofía, pero en realidad, contra cierta filosofía. Es la posición que adoptan en nuestro tiempo ciertos medios cientificistas (que no científicos) o tecnócratas. A partir de una supuesta defensa del verdadero saber, la ciencia, y de la técnica, como aplicación de ella, se asume una posición hostil a la filosofía y, por tanto, hostil también a su enseñanza a nivel medio o universitario. La filosofía se presentaría, como probaría su diversidad, falta de objetividad del verdadero conocimiento; es decir, como pura especulación, y de ahí su inferioridad frente a la ciencia. 


En verdad, tras esta aparente negación de la filosofía hay la defensa de una filosofía: el viejo o remozado positivismo. Y tras este lugar privilegiado que se atribuye a la ciencia, lo que se pretende privilegiar es cierta actitud cientificista ante ella, que oculta su función social y su inserción en los aparatos ideológicos del Estado. Esta función e inserción es justamente la que pone de manifiesto la filosofía que ve el mundo social sujeto a un proceso total de transformación, del cual no puede ser separada de la ciencia en nombre de una supuesta “neutralidad” ideológica o moral. 


Todos los caminos conducen, como vemos, a la necesidad de aceptar el hecho de la diversidad de filosofías y de tratar de explicárnoslo para poder asumir la posición que nos permita hacer de la naturaleza y la sociedad –y, por tanto–, de la ciencia, la lectura adecuada. 


Por qué o para qué enseñar filosofía


La filosofía ha cumplido siempre una función social: desde el momento en que contribuye a una aceptación o rechazo del mundo; o también –como decíamos antes– a dejarlo como está o transformarlo. La filosofía contribuye a ello en señalar el puesto del hombre en su relación con el doble ámbito en que discurre la vida humana: la naturaleza y la sociedad (relación del hombre con la naturaleza y la sociedad y relaciones sociales, a través de ella, entre los hombres). 


Y esto explica que las clases sociales nunca se hayan considerado indiferentes o neutrales ante la actividad filosófica. Y ello es así porque al señalar el modo de instalarse el hombre en esos ámbitos, y su actitud ante ellos, la filosofía toca directa o indirectamente problemas que afectan a la vida social e incluso a la práctica política. 


No nos proponemos entrar ahora en el contenido temático que se haya de enseñar. Esto lo harán los profesores de las materias respectivas, tratando de conjugar la necesidad de tocar los aspectos esenciales para las más diversas posiciones filosóficas y el principio de libertad de cátedra que rige nuestra Universidad, tanto para los profesores como para los alumnos. Pero sí quisiera decir algunas palabras acerca del estilo o modo de presentar el contenido. 


En primer lugar, hay que esforzarse por exponer las ideas con la mayor claridad posible. Se ha dicho que “la claridad es la cortesía del filósofo” (Ortega y Gasset); pero yo diría que más que una cortesía, en la clase es un deber. 


Desconfiad de quienes pretenden hacer pasar por densidad y profundidad de un pensamiento la oscuridad con que lo presentan. Siempre me ha parecido que quien expone oscuramente es porque comprende oscuramente. Si la exposición no es clara, es porque las ideas no están claras para quien las expone. 


Naturalmente, esta claridad no se alcanza sin más; es una conquista. Requiere dominio de la materia , preparación, pero también dominio y preparación del modo como las ideas tienen que ser expuestas, sopesando bien las posibilidades que ofrecen a quienes han de recibirlas. 


En cuanto al enfoque filosófico, creo que por honestidad intelectual no hay que ocultar el punto de vista propio. Ahora bien, no debe ser presentado de manera demasiado ostensible, proclamándolo a cada momento.


Pero en filosofía hay que tomar posición, y un maestro que carece de ella o trata de ocultarla no hará más que llevar la confusión al alumno. Por otro lado, no hay que perder de vista que “neutralidad” o “asepsia” filosóficas, aunque se crea sinceramente en ellas, resulta imposible dada la imposibilidad de arrojar por la borda el peso ideológico con que carga toda filosofía. 


Y si se trata de escapar a una toma de posición, nada más estéril que el intento de lograrlo tratando de picotear aquí y allá o de hacer una especie de mezcla o cocktail filosófico. 


Este es el intento frustrado del eclecticismo. No es casual que las épocas más pobres o menos creadores en la historia de la filosofía sean aquellas en que ha dominado el eclecticismo. Pero la posición que se asuma debe ser argumentada, fundada y puesta en confrontación con posiciones diversas e incluso opuestas. 


Lo que dice Engels de la obra de arte puede aplicarse plenamente a la filosofía y a su enseñanza. Todo arte es tendencioso, pero la tenencia debe brotar de la misma obra y no presentarse como algo exterior o impuesto por ella. 


El profesor, a su vez, no sólo debe tratar de imponer su tendencia al alumno sino que debe proporcionarle con la presentación de otros puntos de vista y con la recomendación de las lecturas correspondientes, la posibilidad de contrastar diferentes posiciones y de llegar a una posición propia. 


Así se evita caer en el dogmatismo: dar status de dogma a lo que debe ser fundado, argumentado y discutido. El dogmatismo es incompatible con la ciencia, ya que cierra el camino al conocimiento. 


La clase no debe convertirse en el escenario de una batalla ganada, aunque el profesor la considere ganada para sí, sino de una batalla de las ideas en la cual han de participar los alumnos. El sectarismo consiste precisamente en creer que lo que ya está ganado para uno lo está ganado también, por eso mismo, para los demás. 


Sólo eliminándolo se puede dar autoridad a la filosofía que se profesa, autoridad que proviene de demostrar, con nuestra demostraciones, que es la filosofía más adecuada. 


Aunque estemos convencidos del error de otras posiciones y de la verdad de la nuestra, no perdamos nunca de vista que no hay verdad absoluta, que la verdad es un proceso en el cual nos acecha también a nosotros el error. Y de ahí la importancia –tanto en la investigación como en la enseñanza filosófica– de someter a crítica no sólo las posiciones ajenas sino también las afines a las nuestras y de someter también las nuestras a una constante autocrítica; Marx es, a este respecto, un caso ejemplar. 


La crítica y autocrítica constituyen la garantía más firme para que, al sostener nuestra posición filosófica, no se incurra en los defectos antes señalados y, por consiguiente, para contribuir a que la filosofía que asumimos como nuestra sea, tanto para nosotros como nuestros alumnos, un pensamiento vivo. 


De ahí también la importancia de no conformarse con esos cementerios de ideas que son los manuales de uso, ni con las versiones simplistas o de trasmano del autor. Hay que ir por ellos a los textos, al menos los más significativos, para poder entrar –poniéndolos en su contexto histórico– en el pensamiento vivo del autor. 


En conclusión: tratemos de poner la enseñanza de la filosofía a la altura de la necesidad de la filosofía misma, de la importante función no sólo teórica y académica sino ideológica y social que ha cumplido históricamente y que hoy puede y debe cumplir.    



*Texto reunido en el libro Ensayos marxistas sobre filosofía e ideología, publicado por la editorial Océano.    


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