Alejandro Olvera
Las políticas de beneficios ciudadanos, que buscan el bienestar de la sociedad civil moderna, atentan contra los “valores tradicionalistas” que privilegian los intereses de las jerarquías de clases, por lo tanto, amenazan el principio de desigualdad y privilegios de cualquier tipo, que son defendidos con ahínco por aquellos que ven en la cultura occidental contemporánea una contradicción entre libertad y democracia. A la extrema derecha le molestan las democracias que promueven el bienestar de la sociedad si esto les resta privilegios a las élites.
En los discursos de los grupos de la extrema derecha, en distintas partes del mundo, se pueden encontrar expresiones que denotan crispación y enojo explosivo cuando los procesos democráticos establecidos no les resultan favorables por la repercusión social de las políticas públicas de los gobiernos democráticamente elegidos. Discursos cargados de descalificaciones, amenazas y violencia verbal son proferidos en aras de la prevención, casi paranoica, del probable establecimiento de agendas sociales que amenazan la ideología conservadora de un statu quo supremacista. Ideología que, por encima de todo, defiende la existencia de un supuesto orden natural de estratos sociales que queda expuesto al riesgo de ser pervertido por ideas de igualdad colectiva y de justicia social, ideas a las que la extrema derecha suele equiparar llanamente como socialismo y comunismo aún cuando no sea así.
Resulta interesante observar que las derechas moderadas, cuando están al frente del gobierno, tienden a ejercer el mandato público con mayor cautela respecto de las agendas que amparan los derechos sociales del conjunto de la ciudadanía. Sin embargo, cuando estas derechas no están a cargo del gobierno, se sienten incomodas con la implementación de las políticas públicas tendientes a favorecer los intereses de la mayoría de la población y, casi de manera instintiva, se suman emocionalmente a las reacciones y posturas de encono desplegadas por la extrema derecha. Este fenómeno tiene sus raíces en el afán conservador del antiguo sistema de castas, actualmente clases sociales, una rancia defensa de valores occidentales con un fuerte componente religioso cultural. Más a fondo la extrema derecha rechaza furibunda todo gesto de solidaridad y búsqueda del bien común anteponiendo el interés individual que ven coartado por la legislación de cualquier Estado emanado de procesos democráticos.
La respuesta emocional que los conservadores dieron a la dimensión y alcances de la Revolución Francesa aún sigue vigente en la visión moderna que los conservadores tienen respecto de la política y de la sociedad. En el plano emocional las reivindicaciones del movimiento constituyente revolucionario de 1789, es decir, la igualdad, la fraternidad y la justicia para todos los ciudadanos, hizo surgir en el conservadurismo un sentimiento de injusta pérdida de privilegios. Este sentimiento está presente en el ánimo de un gran número de individuos que ejercen algún poder político, económico o social, y también en quienes se identifican con ellos, ante la posibilidad de perder algo más profundo: la obligación de la deferencia que los inferiores le deben al derecho de mando que los superiores detenten conforme a la normalización de un supuesto orden natural que diferencian a las personas en superiores e inferiores.
La superioridad del dirigente es el bien que hay que conservar por encima, incluso, de las propiedades y de los privilegios que le sirven para ese fin a las élites conservadoras. A lo largo de los últimos siglos, la superioridad racial, sexual, económica o de clase ha sido trastocada de continuo a partir de las reivindicaciones derivadas de la revolución de justicia social iniciada en 1789, en Francia. Desde entonces el principio ideológico conservador sigue siendo el de preservar de una o varias maneras las supuestas divisiones naturales entre élites y masas; y aunque actualmente no resulta tan fácil rechazar de manera abierta la legitimidad de la democracia, se sigue observando que la misma es cuestionada y contrastada con enojo cuando ésta no favorece a la prevalencia de las actitudes de supremacía de un determinado grupo social que aspira a ella.
En la actualidad la ultraderecha pregona insistentemente que “No hay nada más injusto que la justicia social”. Los privilegios no son lo mismo que los derechos ciudadanos, y hay quienes aspiran a situarse en la línea de defensa de los privilegiados a pesar, incluso, de que dichos defensores no posean tales privilegios y sólo comparten ideas de odio y rechazo a lo colectivo. Así, las élites privilegiadas cuentan con el apoyo de seguidores que aspiran a convertirse algún día parte de dichas élites aun así no lo consigan. Como resultado de este sentimiento, aquellos derechos que limitan o son contrarios a la preservación de los privilegios suelen ser motivo suficiente para producir una reacción de rechazo ante la posibilidad de su progreso, no consideran que los derechos ciudadanos sean valores de genuino reconocimiento y ante tal situación se oponen a la validez del Estado e incluso de la democracia misma.
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