Alejandro Olvera
Todos los humanos, por genuina necesidad, desean la lucidez; sin embargo, también es cierto que en ocasiones la lucidez da miedo. Esto sucede porque la lucidez exige esfuerzo del pensamiento. Y a su vez, el pensamiento es el resultado de la satisfacción espiritual que nos da el conocimiento. Hacer funcionar el pensamiento en momentos en que simplemente se busca el consuelo a nuestros problemas y frustraciones cotidianas es complicado, pero la satisfacción que proporciona tener conocimientos forma parte de la grandeza de la humanidad desde tiempos inmemoriales.
La naturaleza en sí no es disciplinaria, pero en la naturaleza humana hay algo que nos ha hecho ser seres disciplinarios. En su origen, filosofía y ciencia eran indistinguibles. Hay conocimientos comunes que aún hoy sobreviven en ambas disciplinas y que forman parte de una misma fuente: el pensamiento. Desde la aparición de la ciencia, la humanidad no puede prescindir ya de ella, no podríamos sobrevivir sin la cultura científica que poseemos como patrimonio de la humanidad.
El pensamiento, en su carácter más amplio, es el patrimonio civilizador que se abre camino sin libertad, a veces sin esperanza, a través de los más diversos cauces, pero siempre con un mismo impulso. El objetivo educador de la ciencia como patrimonio humano es una realidad vigente. Y la filosofía sigue siendo un patrimonio de la humanidad en potencia. Ambas disciplinas convergen en la ruta educadora y formativa del conocimiento libre. En el carácter filosófico del pensamiento, la humanidad ha encontrado la satisfacción del saber, y en el de la ciencia el método de conocer.
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