Josué Issac Muñoz Núñez
La pandemia transformó nuestros modos de vida. Nos hizo cuestionarnos sobre el uso que le damos a nuestro tiempo y a las actividades que realizamos. Nos dimos cuenta que el trabajo no lo es todo, que la salud también es importante y que tenemos muchísimo tiempo de sobra cuando nos dedicamos solo a lo esencial. Ahora, somos más conscientes del tiempo que desperdiciamos en otras actividades como estar en el tránsito o desplazarnos de nuestras casas al trabajo.
Las pandemias siempre han estado presentes a lo largo de la historia humana, y no es la primera vez ni será la última que se vivirá una. Ahora, al estar más conscientes del tiempo que tenemos de sobra sería bueno preguntarnos ¿qué hacer con ello?
Hace dos mil años, en el 55 d.C., Lucio Anneo Séneca, filósofo estoico, escribió una obra llamada De la brevedad de la vida (De brevitate vitae). Esta obra dedicada a Paulino, que se dice fue su cuñado, nos explica que no es que el tiempo de nuestra vida sea muy corto, sino que lo desperdiciamos demasiado. El tiempo que vivimos es el justo, no hay más o menos vida, sino solo la que tenemos, y nosotros la desperdiciamos, la derrochamos con negocios o vicios.
Séneca escribe:
No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. Bastante larga es la vida que se nos da y en ella se pueden llevar a cabo grandes cosas, si toda ella se empleara bien; pero si se disipa en el lujo en la negligencia, sino se gasta en nada bueno, cuando por fin nos aprieta la última necesidad, nos damos cuenta de que se ha ido una vida que ni siquiera habíamos entendido que estaba pasando.
El tiempo de nuestra vida es lo más preciado, cada minuto cuenta y es irrepetible; por eso mismo debemos de hacer que valga la pena. Pero sabemos que no actuamos ni pensamos así, dejamos que muchos asuntos consuman nuestro tiempo.
Aunque hay dos mil años de distancia entre lo que escribió Séneca y nosotros, las personas siguen agotando su tiempo del mismo modo: algunos lo hacen por medio de vicios como el alcohol, drogas y fiestas; o pierden su tiempo en la lujuria; hay otros que se dedican a enaltecer a los demás en la espera de algo a cambio o por simple adulación; también están los eruditos que se dedican a los conocimientos vanos e inservibles, éstos son los que emplean horas y horas en conocer datos inútiles y, por último, los que se enfrascan en ocupaciones políticas: los que dedican su vida a gobernar, o también a las riquezas y el poder, pero todos ellos no atienden sus propias vidas, sino que se enfocan en la vida de otras personas o asuntos que no les permiten cuidar de sí mismos, es decir, cuidar de su propio tiempo.
Nos diría Séneca, que si contáramos cuánto tiempo malgastamos atendiendo a los demás o haciendo cosas vanas, veríamos cuan poco tiempo ha sido nuestro.
Con este fenómeno de la pandemia también se hizo consciente el tema de la muerte y la fragilidad de la vida. Parece que uno no se detiene a reflexionar sobre esto hasta que es un hecho inevitable. Pensamos que las actividades que realizamos son necesarias, pero realmente ¿cuáles son indispensables y cuáles no?
Vivimos como si no fuésemos a morir, por lo que actuamos ignorando nuestra finitud y haciendo menos nuestro valioso tiempo
Sobre esto señala: Estáis viviendo como si siempre hubieres de vivir, nunca os viene la idea de nuestra fragilidad, ni observáis cuánto tiempo ha pasado ya; lo perdéis como si tuvierais de él plenitud y abundancia, cuando quizá ese día que concedéis a un hombre o un negocio sea el último vuestro. Lo teméis todo, como mortales que sois, lo deseáis todo, como si fuerais inmortales. No tenemos tiempo de sobra, sino solo el justo. Para Séneca, sólo aquel que no desperdicia su tiempo es el que se dedica al ocio, pero no el ocio como distracción, sino el ocio consciente, el que se ocupa en uno mismo. Para entender esto, hay que tener en cuenta que la filosofía en la antigüedad era un modo de vivir, no una profesión como tal o una disciplina escolar. Aquel que quería ser virtuoso, es decir, ser una persona de excelencia, se tenía que entregar al estudio de la filosofía. La filosofía antigua se enseñaba con el fin de hacernos virtuosos pues aquello aleja de los vicios que nos hacen perder nuestro tiempo.
Séneca define al ocioso como aquel que tiene consciencia de su ocio. A diferencia de las otras personas que ven al ocio como holgazanería o derroche del tiempo. El ocioso no derrocha sino que aprovecha su tiempo en sí mismo.
Así pues:
Sólo son ociosos aquellos que se dedican a la sabiduría y sólo ellos son los que viven, porque no es sólo su propio tiempo el que emplean bien; a él añaden todos los tiempos: todos los años que han pasado los hacen suyos.
Y al usar el tiempo correctamente no desperdiciamos nuestra vida, sino que la extendemos. Hacemos que valga más de lo que es. No importando si se vive poco o mucho tiempo. Pero para ello, para tomar el tiempo y hacerlo nuestro, el autor nos dice que debemos dedicarnos a la filosofía. Encargarnos de formarnos con los pensadores de otros tiempos. Si nos dedicamos a la sabiduría, entonces se hace una inversión de nuestras vidas. De ahí que el filósofo nos diga:
Ningún siglo nos está vedado, a todos somos admitidos, y si con grandeza de ánimo queremos salir de las estrecheces de la flaqueza humana, mucho es el tiempo en que podremos espaciarnos. Podemos disputar con Sócrates, dudar con Carneades, descansar con Epicuro, vencer la naturaleza humana con los estoicos, superarla con los cínicos. Puesto que la naturaleza nos permite andar en compañía de todas las edades, ¿por qué no entregarnos con toda el alma desde este breve y caduco tránsito del tiempo a aquellas cosas que son inmensas, que son eternas, que nos son comunes con los mejores?
Ahora, ¿esto qué tiene que ver con el confinamiento que estamos viviendo?
Durante este tiempo se ha dicho que las personas deben de usarlo en lo mejor posible: leer un libro, ver una película, una serie, estudiar idiomas, terminar pendientes, recoger la casa, etc. Pero Séneca nos diría que en realidad no disfrutamos nuestro tiempo, sino que simplemente lo ocupamos. Me explico, lo que hacemos es ocuparnos de hacer cosas, de agotar nuestro tiempo libre, nuestro tiempo de ocio; en ningún momento nos preocupamos por nosotros mismos. Nos preocupamos por ocuparnos.
Esto se debe porque nos han enseñado a que las personas deben de ser productivas, que deben “invertir” su tiempo, y aquel que no lo hace es un flojo, un perezoso. La gente confunde ocio con distracción, siendo que el ocio debería ser un tiempo para la reflexión, un momento privado y único donde uno se centra en sí mismo.
Entonces, la pandemia nos muestra que el ser humano ya no está acostumbrado al ocio como el tiempo personal de reflexión o placer de descanso, sino que consideran al ocio como un derroche de tiempo. Nuestra época está regida por la idea de productividad, y ésta idea está emparentada con la de negocio, es decir, una actividad productiva. La etimología de negocio nos aclara esto, ya que proviene de nec que significa negación y otium que es ocio, entonces el negocio es la negación del ocio, es la productividad, el trabajo, el hacer algo que no es para uno mismo, tal como expone Séneca. Por lo cual la gente ya evita el tiempo libre porque piensa que es improductivo, situación que muestra que en la actualidad casi todos buscan generar riquezas a costa de su tiempo.
El trabajo no es algo detestable, es algo que nos realiza como individuos, pero si nuestra vida se basa en la capacidad de producir y para ello, debemos de estar todo el tiempo trabajando, entonces en qué momento podemos disfrutarla. Si la vida se evalúa a partir de la productividad o de las ganancias que se obtienen, entonces la vida como ocio es imposible. Ahora mismo, es impensable tener un momento de ocio. Muchas veces utilizamos ese tiempo para ir al cine, salir con los amigos, leer un libro, desafanarnos del trabajo, pero en qué momento lo dedicamos para nuestra reflexión.
Séneca expone que mucha gente que se dedica a la política o a los negocios, toda su vida la pasa o gobernando o trabajando, y ya cuando están viejos deciden tomar un descanso y se suele decir “por fin tengo un tiempo para mí mismo”. Como si antes no lo hubieran podido tomar descanso, más bien no querían o no sabían tener un tiempo para sí mismos.
En la actualidad las vacaciones y los días libres son muy solicitados y deseados, son días sagrados, y esto se debe a que no sabemos ni podemos disfrutar de nuestro ocio. Nuestro modo actual de vivir nos niega otras maneras de pensar la vida.
Este tema, también se relaciona con nuestra condición de mortales. La muerte es algo inevitable, con pandemia o sin pandemia en algún momento moriremos. Ahora que estamos encerrados, algunos con miedo, otros con ansiedad o con depresión, la gente está más sensible a la idea de la muerte. Séneca nos dice que no temamos a ella, pues no podemos evitarla, lo mejor es vivir tal como queremos, y para ello debemos de hacernos conscientes de cómo hacemos uso de nuestra vida. No hay que malgastarla, solo tenemos una.
El confinamiento mostró que la gente no tiene tiempo para sí misma. Muchos incluso son adictos al trabajo y sienten que pierden el tiempo si no trabajan, si no producen. Hasta lo más mínimo como el reparar una chapa, pintar un cuarto u ordenar los libros es una actividad que ocupa nuestro valioso tiempo y no es algo indispensable.
El dinero, la productividad, es necesaria pero no lo es todo, por lo que podemos preguntarnos: ¿podríamos vivir trabajando solo lo necesario? ¿Podríamos vivir sin los lujos modernos?
A partir de esto, podríamos preguntarnos: ¿es reprobable ir a beber con los amigos, ver una película, leer un libro, ver ser series, ir al gimnasio? No, en realidad no; son actividades muy buenas y necesarias, sin embargo, si uno las realiza como pasatiempos, es decir, exclusivamente como lo que permite el paso rápido del tiempo, entonces en realidad no lo estamos disfrutando, no estamos en el ocio, sino en un tipo de ocupación, que al final de cuentas termina siendo simple productividad: es responder a esta vanidad de decir qué tantas películas uno ve, qué tantos libros uno lee, qué tantas horas hace uno ejercicio, como si eso nos hiciera más inteligentes, más sabios o más fuertes. Siempre habrá alguien que se ejercite más o que lea más, etcétera. Lo que uno hace con estas actividades, es ocupar nuestro tiempo para así negar nuestro ocio. Es decir, usamos estas actividades para evitar estar sin hacer nada.
Y simplemente hay que escuchar a las personas cuando dicen que leen porque están aburridas, o que se meten al gimnasio para matar las horas libres, es decir, niegan esas horas libres que pueden tener para sí en el ocio reflexivo. La pandemia muestra que en la actualidad las personas no están acostumbradas al ocio, ya que el modo de vida que llevamos tampoco lo permite.
Muchos sólo esperan a que acabe la pandemia para volver a su normalidad, o lo que será lo normal, por lo que todos ellos solo buscan matar el tiempo hasta que todo vuelva a ser como antes. Con pandemia o sin pandemia la gente no se da cuenta que desperdicia su tiempo, su vida. Muchos están desesperados porque ahora tienen tiempo de sobra, cuando en realidad nunca han tenido tiempo de sobra ni lo recuperarán, sólo se tiene una vida y no se dan cuenta de ello.
Séneca plantea que:
Es, pues, muy espaciosa la vida del sabio, a la que no encierran los mismos confines que a la de los demás. Él sólo está exento de las leyes del género humano: todos los siglos le sirven como a un dios. ¿Algún tiempo ha pasado? Con el recuerdo lo recoge. ¿Es presente? Lo emplea. ¿Ha de venir? Lo dispone. Esta fusión en uno de todos los tiempos hace larga su vida.
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