El 15 de abril murió uno de los filósofos contemporáneos más importantes: Jean-Paul Sartre. Su filosofía tuvo la desgracia de haberse puesto de moda en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en aquellos que no conocían de su pensamiento más que los comentarios periodísticos. Fueron estos años los que crearon el concepto de existencialismo; en realidad Sartre hablaba entonces de la “filosofía de la existencia”, pero más tarde adoptó el neologismo periodístico. Lo más importante de su filosofía, sobre todo de su segunda gran obra filosófica: la Crítica de la razón dialéctica es la parte menos conocida de su producción.
Sartre entró en la Ecole Normale Supérieure en los años 20, con el fin de realizar estudios que conducirían hacia una carrera universitaria típica. El idealismo francés reinaba entonces, Hegel era leído y de Marx se conocían algunos textos, pero no sus escritos de juventud. Su formación francesa, con cuyo idealismo rompería rápidamente y definitivamente, le dejó sin embargo una magnifica formación en la historia de la filosofía; en particular Sartre era un gran conocedor de la obra de Descartes, de Kant, de Rousseau, autores que tuvieron gran influencia sobre sus teorías.
Gracias a su abuelo alsaciano Schwitzer, Sartre hablaba perfectamente alemán y esto le permitió leer primero a Hegel, después a Husserl, cuyo conocimiento profundizó en 1934 en Berlín. De Husserl adquiriría el método de trabajo fundamental de la mayoría de sus escritos: la fenomenología. Influenciado además por la sociología americana y por la psicología de la forma produjo: La Imaginación, Lo Imaginario y La trascendencia del ego. Durante su prisión en un campo de concentración alemán, en 1940, releyó a Heidegger cuya definición del hombre como “ser-ahí”, como conciencia, tuvo gran influencia sobre su obra. La discusión filosófica de El ser y la nada constituye una discusión con Hegel, Freud, Husserl y Heidegger.
Aunque se interesó en la obra de Marx desde 1935, no comprendió realmente la obra del autor de El capital sino hasta después de la guerra. Varios escritos muestran su diálogo crítico con el marxismo: Materialismo y revolución, Los Comunistas y la paz y El fantasma de Stalin, entre otros. Este diálogo crítico con el materialismo histórico lo conducirá a escribir Cuestión de método, donde plantea en 1957-58, la situación del existencialismo ante el marxismo, haciendo de aquel una ideología de lo que él califica como “la filosofía insuperable de nuestro tiempo”. El texto antes mencionado constituye la primera parte de la Crítica de la razón dialéctica, donde a la manera de un Kant dialéctico procura dar las bases de una aproximación dialéctica de la realidad.
Para Sartre, el hombre es praxis libre —negación— pero una negación práctica de la materia; es decir, crea el trabajo que la convierte en “materia laborada”, es negación también por su praxis sobre la sociedad, actividad que se desarrolla en un universo de conflicto con las praxis de otros: los proyectos humanos se ven enajenados a la vez por la inercia de la materia y por la acción de los otros hombres en su mismo universo orgánico. Todo en el hombre es histórico, las estructuras sociales, la historia que pesa y determina en cierta medida la condición de los hombres, son consecuencia de las praxis muertas, es decir, de la acción libre anterior de los hombres.
Sin embargo, por sólidas que sean estas estructuras sociohistóricas, los hombres pueden en todo momento disolverlas o cambiarlas: la revuelta y la revolución son dos posibilidades continuamente al alcance de los agentes históricos. En este sentido, Sartre fue favorable al espontaneísmo de las masas —cuya revuelta es producto de una unión prácticamente indestructible, en el momento histórico en que se cristaliza— y contrario a las tesis leninistas de la dictadura del proletariado, que para Sartre no son más que la expresión de la revolución institucionalizada y del surgimiento de una nueva clase o grupo social dominante que sustituye al anterior.
Su libro es una importante contribución al estudio de la dialéctica como ley del desarrollo de las sociedades, pero es un libro que no ha sido aún tomado en su justo valor por los marxistas que duermen todavía un sueño dogmático. Su critica al dogmatismo constituye de hecho la relación fundamental de Sartre con el partido comunista, el único al que se refiere en sus escritos como “el” partido de izquierda. En 1934, al vivir en Berlín el ascenso del nazismo, pensó en inscribirse en el PCF, donde militaba su amigo Nizan, con el fin de luchar contra la amenaza nazi. Se desilusionó, una primera vez, de este partido debido al injusto tratamiento que le dio Nizan, quien criticó con razón (como lo tendrían que reconocer muy a pesar suyo mis dirigentes del partido) el pacto germano-soviético.
Después de la guerra, pensó en fundar, junto con otros activistas, un partido que se llamaría Agrupación democrática revolucionaria, que anunciaba un socialismo libertario. Este proyecto fracasó por las desviaciones derechistas de algunos de sus miembros.
En los años de la Guerra Fría defendió al partido comunista y se acercó a sus dirigentes. En esos años la Enciclopedia de la Unión Soviética mencionaba en buenos términos a Sartre (las subsiguientes ediciones lo calificaban de “intelectual pequeño burgués”). Rompió definitivamente con el partido como consecuencia de la invasión soviética de Hungría, y más tarde criticó violentamente la invasión de Checoslovaquia y la de Afganistán.
Aunque fue editor y vendió en las calles de Paris La cause du peuple, famoso periódico maoísta, realizó esta actividad para mostrar que el régimen burgués no sería capaz de meterlo a la cárcel a él (el periódico estaba prohibido), demostrando así su carácter injusto y desigual. Sartre criticó, sin embargo, las “piedras” que constituyen los pensamientos de Mao en su famoso libro rojo. Últimamente se había acercado mucho a las ideas de un socialismo libertario, profundamente crítico de los regímenes socialistas actuales y con un rechazo absoluto a los regímenes capitalistas.
Su obra filosófica se vio brillantemente acompañada por su trabajo literario: la Náusea, su primera novela, los cuentos de El muro, Los caminos de la libertad son una prueba fehaciente de sus dotes estéticas. Su obra dramaturgia fue aún más prolífica: Las Moscas, A puerta Cerrada, La prostituta respetuosa, Muertos sin sepultura, Las manos sucias, El Diablo y Dios, Los secuestrados de Altona y las adaptaciones de Kean de A. Dumas padre y de Las Troyanas de Eurípides.
Su obra crítica es inmensa. Se deben destacar sus intentos de biografía intelectual en los que aplica los principios de su psicoanálisis existencial: Baudelaire, Saint Genet y El idiota de la familia (sobre Flaubert) del cual sólo aparecieron tres libros y 2500 páginas de texto, pero que dejó inconcluso, como quedaron inconclusos el II tomo —sobre la moral— de El ser y la nada, el II tomo de La crítica sobre la historia, de la cual hay 300,000 palabras de borrador que, tal vez, algún día vean la luz. Inconclusa, finalmente, quedó la serie de Los caminos de la libertad.
La obra inmensamente rica de Sartre estaba un poco en el olvido porque el existencialismo ya no estaba de moda; otras modas tales como el estructuralismo la habían desplazado. Con su muerte surge la posibilidad de hacer un balance que establecerá, sin duda, que Sartre fue uno de los filósofos más importantes de este siglo.
*Texto publicado en la revista Dialéctica, UAP, #8, Junio 1980
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