Texto extraído del libro: Teoría del infierno, publicado por FCE.
Para quienes se han interesado por toda esa literatura surgida recientemente en torno al análisis de la personalidad secreta del hombre contemporáneo, el nombre de Georges Bataille no será sin duda desconocido. Filósofo, ensayista, crítico de arte, novelista, Bataille fue una de las personalidades más interesantes en la vida intelectual francesa a partir de la primera eclosión del movimiento surrealista durante los años de 1920. Profundamente interesado en conciliar facetas antagónicas de la vida humana, su obra revela, en su carácter psicológico y antropológico, una intensidad abstrusa y sorprendente. Al lado de la euforia “sexológica”, Bataille investigó concienzudamente el trasfondo filosófico del erotismo y es quien por primera vez traza, con cierta exactitud, la línea divisoria entre el erotismo considerado como característica diferencial del hombre y quien esboza por primera vez también la estrecha relación que encuentra entre la sensualidad y la muerte: “Qué significa el erotismo de los cuerpos si no una violación del ser de los amantes, una violación que linda con la muerte, con el homicidio?” Basada en su idea de la discontinuidad del hombre que busca en la relación erótica la creación de una “continuidad” que a la vez que lo trasciende le es ajena, Bataille funda una clasificación del erotismo de acuerdo con los grados de continuidad que se establecen entre los contrayentes del compromiso erótico.
Esta clasificación lo lleva a hacer un estudio exhaustivo de las tres formas fundamentales del erotismo que él acepta: erotismo de los cuerpos, erotismo del corazón y erotismo místico. Mediante esta clasificación Bataille reduce toda la actividad trascendente del hombre al erotismo. La importancia de esta idea reside sobre todo en el hecho de que la concepción de lo erótico se funda para el autor, esencialmente, en el hecho de que el erotismo más que una forma de dar origen a nuevos seres humanos es un método de disciplina interior que pretende sobreponer la conciencia de posibilidad ineluctable de la muerte mediante su imitación en el acto sexual. “Lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constituidas… de esas formas de vida social, regular, que fundamentan el orden discontinuo de individualidades definidas que somos.” Para formular esta idea, Bataille parte de la ampliación de la concepción de “lo prohibido”, del tabú que ya ha sido ampliamente estudiado para por los antropólogos y por los psicoanalistas. Bataille introduce respecto a ella, una idea sorprendente. El tabú, tal y como ha sido definido por la antropología clásica —afirma— se expresa invariablemente mediante símbolos mágicos. Ello lo relega a una función real sólo dentro de aquellas sociedades primitivas que se sustentan, justamente, en el pensamiento mágico. Esa concepción le resta a la interdicción su carácter de universalidad trascendente y lejos de constituirla en la raíz verdadera del sistema social, la convierte, simplemente, en una costumbre inveterada. El cadáver y la posibilidad ontológica que tenemos todos los hombres de convertirnos en carroña —más que cualquier símbolo mágico—, es lo que constituye, esencialmente, no sólo la “prohibición” en contra de la cual se ejerce la violencia desencadenada por el erotismo, sino su prefiguración mediante el acto sexual, su fin último.
Estas investigaciones se concretan en el ensayo de Bataille intitulado Les larmes de´Eros (Pauvert, París, 1961). Aquí, mediante la utilización del mito como vehículo de la expresión de ideas, Bataille analiza, por medio de un método que se sustenta no sólo en la meditación filosófica, sino también en el análisis y en el ordenamiento de datos iconográficos surgidos de la historia del arte, la relación estrecha que existe entre el amor y la muerte. Para fundamentar esta relación Bataille nos remite, en un principio, al significado semántico de algunos aspectos del acto sexual. Encuentra que estas expresiones siempre aluden a la muerte y a la posibilidad inherente al cuerpo de convertirse en carroña. Ilustrando sus aseveraciones con las metáforas inconscientes que aporta la historia de la pintura, el autor se recrea largamente en exponer antes nuestros ojos la realidad de los conceptos. Es particularmente significativo el hecho de que esta investigación revalora el arte barroco y le concede su justa medida, no sólo como documento del espíritu sino también como expresión plástica afín a la gran poesía mística del siglo XVII. Este estudio, que principia con la exégesis de las figuras itifálicas rupestres de Europa, abarca hasta nuestros tiempos. Es particularmente impresionante la fotografía del suplicio chino llamado “Leng-Tch´e”, imagen en la que Bataille advierte todas las características esenciales del erotismo: la crueldad, la violencia, la violación de la interioridad del cuerpo humano, la profanación de las estructuras vitales, el atentado contra la interdicción, la fascinación del suplicio y el éxtasis místico.
La interpretación psicoanalítica siempre ha topado contra el muro de la imposibilidad en el caso de la interpretación de la experiencia mística. Denis de Rougemont había ya apuntado en su ensayo L´Amour et l´Occident la ambivalencia de la experiencia mística y, la experiencia amorosa. Es, sin embargo, Bataille el que más certeramente da a esta ambivalencia el carácter de una identidad calificando a la experiencia mística de erotismo. Conformo a este esquema, la interpretación del éxtasis se hace factible. Es justamente ésta la tarea que acomete Bataille en la última parte de L´Érotisme. En su especulación, la definición de la experiencia mística representa la síntesis de dos formas de erotismo que concibe como premisas: el erotismo de los cuerpos y el erotismo del corazón. La experiencia trascendental del erotismo místico comporta ya una referencia que se centra en la muerte que es el primer principio del erotismo en general.
Profundamente influido por el pensamiento de Nietzsche, Bataille se adentra en los vericuetos legados por el romanticismo a la cultura occidental con el paso firme del racionalismo cartesiano que, quiérase o no, muchas veces conduce a un romanticismo mucho más feroz. Como quiera que sea, el valor fundamental de la obra de Bataille reside no tanto en la fenomenología del erotismo que él pretendió instaurar, como en la meditación trascendente del erotismo, a la definición de la libertad humana. Tanto más curiosa resulta esta tarea de Bataille si tenemos en cuenta que no es sino la expresión metódica de una especulación emprendida hace casi dos siglos, en una de las mazmorras de la Bastilla, por otro curioso pensador francés: D. A. F. de Sade.
Influido también por el ateísmo místico de la India, quiso Bataille incorporar a la cultura de Occidente la idea de que la experiencia mística no es una experiencia de relación, sino una experiencia del Yo. En su libro, Somme Athéologique, Bataille define la experiencia mística unilateral como la experiencia que define las culturas. Allí mismo intenta precisar el sentido de la experiencia interior a la que se llega mediante un método particular de meditación. Todo ello hace pensar que Bataille pretendía, a toda costa, construir una filosofía sistemática que sintetizara la experiencia interior de la realidad. Cuando intuyó que le procedimiento para lograrlo se encontraba estrechamente ligado a la experiencia erótica, señaló, seguramente, la importancia de una verdad que en nuestra época, en nuestra sociedad, sólo comienza a ser evidente. La obra de Georges Bataille viene a poner puntos suspensivos a una de las afirmaciones más turbadoras de nuestra historia y de nuestra cultura.
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