Y cantaban y bailaban sus poemas, los gestos de los Dioses y de los hombres, del Ente y del mundo, ante los ojos atónitos de la gente, durante el breve espacio entre el desconcierto inicial del auditorio y la carcajada final por las locuras de tales locos de remate.
Juan David García Bacca, Los presocráticos.
Luis Veloz
En los años 60, los estudios filosóficos en México toman un nuevo rumbo: el camino a la profesionalización y especialización en las diversas áreas que la componen. Fruto de ello resulta el Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF), cuya creación enmarca el horizonte teórico, técnico y estilístico, en el que se va a presentar la filosofía académica. Sin embargo, la profesionalización también propició debates entre filósofos de disciplinas o tradiciones distintas: Eduardo Nicol; José Gaos, Abelardo Villegas, García Maynes, Luis Villoro, Alejandro Rosi, Lepoldo Zea, entre otros. El problema al que se enfrentaron partió por la pregunta de si en México existían las condiciones necesarias para elaborar una filosofía como ciencia rigurosa, o no las había.
Ante dicho cuestionamiento, las opiniones se dividieron, de tal modo que para un grupo de filósofos el momento histórico había llegado para desarrollar una filosofía con el rigor de la ciencia, es decir, con la metodología y la sistematicidad requeridas. Pero para otros, la filosofía no podía aspirar a ser una ciencia dado que no era posible despojarla de la carga ideológica que la situaba en un espacio histórico-concreto.[1] La filosofía, se argumentó, no podía sustraerse de los conflictos sociales que son inherentes a su identidad tanto crítica como teórica.
Con respecto a los impulsores de la especialización, estos dejaron entrever su menosprecio por el estilo ensayístico para filosofar, por carecer de rigor y sistematicidad analítica. En el otro bando, sucedió lo opuesto, porque no sólo se tomó con buenos ojos el estilo ensayístico, sino que además se manifestó que tal estilo era una forma que sin duda le procuraba integridad e identidad al pensamiento situado de la filosofía cultivada en lengua castellana y más específicamente latinoamericana.
A partir de aquí, aconteció lo que podemos denominar consistió en el choque sobre la tendencia de una filosofía especializada y una filosofía que trataba, por otro lado, de permanecer integradora de un pensamiento que se avoca a pensar lo local (para dar el salto a lo universal) sin menguar su inclinación a la crítica. No obstante, y como era de esperarse, la disparidad de estilos en cuanto a la prosa y las herramientas conceptuales, alentó a muchos filósofos a tomar postura.
Hoy en día el debate no ha concluido. Incluso podríamos advertir que sigue viva la tensión entre los extremos. La excesiva especialización manifiesta actualmente en el paper, y la filosofía en clave poética, literaria o ensayística continúan dando de qué hablar a quienes se acercan a ella ya sea de modo profesional o por simple gusto cultural. Pero tampoco este problema se acota al modo expositivo de elaborar filosofía, sino que trasciende, ya que es mucho más complejo en tanto que involucra a las corrientes filosóficas que se cultivan en México y, por supuesto, a las instituciones universitarias que, debido a la presión que tienen dentro de una economía mundializada, se les exigen investigaciones a granel, de ahí que se adapten a un modelo de escritos estandarizado para acumular publicaciones indexadas.
De cualquier manera, con todo y que la filosofía académica ha cumplido con las pautas impuestas, paradójicamente se le ha subestimado e incluso neutralizado de los ámbitos públicos. Esto lleva a cuestionar y volver al punto de justificar el papel que tiene la filosofía en la realidad social. Porque, en efecto, el inconveniente de una filosofía arraigada en planos de excesiva especialización, es su alejamiento de la gente, del lector común, ya que sólo se ocupa de las comunidades epistémicas que manejan el lenguaje y el entrenamiento exigido para leer y debatir los textos fundamentales. Y como se puede intuir, este alejamiento ha contribuido notablemente a agudizar el ninguneo de la filosofía (en sectores políticos), esto porque se arraiga la falta de información sobre lo que en ella se trabaja.
Así pues, la filosofía que originalmente nace en la plaza pública, el agora, en medio del bullicio, hoy parece constituir una materia para unos cuantos iniciados, entre académicos y estudiantes. Regresar la filosofía al debate público con el fin de que aporte a los problemas emergentes: políticos, culturales, sociales, económicos, implica un arduo trabajo que exige al filósofo escribir con un lenguaje claro y por ende opuesto a los malabares discursivos. Lo que no siempre se logra. ¿Pero qué pasa con los medios de difusión?
Por fortuna en la actualidad contamos con plataformas virtuales que antes no se poseían para difundir la filosofía, como es el caso de los blogs, videos en Youtube, Facebook, Twitter, o revistas con un criterio no especializado en formato digital. Y si bien son recursos importantes, todavía hay buena cantidad de personas que no se acercan a ellos por falta de interés o simplemente porque no tienen acceso a la tecnología requerida. Ante esto, ¿qué se puede hacer? Si como se sabe los medios masivos tradicionales, como la radio o la televisión van a la baja, y además han mantenido poco o nulo interés por la filosofía, dada su falta de rentabilidad, existen otros, como la prensa.
La prensa, como publicación masiva, no necesariamente impresa sino incluso digital, puede completar la carencia de difusión en otras claves, aunque por supuesto tampoco es condición de garantía de que así suceda. No obstante, es un recurso valioso, ya que puede cumplir el cometido de hacer público en un radio más amplio de lectores, reflexiones con carga filosófica a un lector no especializado.
Por qué filosofar en el periodismo.
El periodismo, recuerda Vicente Leñero, nace en respuesta a la necesidad de comunicar asuntos de interés social o público con la mayor objetividad. Por eso manifiesta una carga fundamental al interior de un marco político en donde se respete la libre expresión, tanto el hablar como el escribir, sin que lo dicho o escrito sea censurado por ningún tipo de gobierno. Una herencia nata de la Ilustración. La actividad intelectual del periodismo, a la vez, envuelve una carga axiológica para su cabal ejercicio: la veracidad. Más allá de incursionar ahora en una aproximación más completa sobre la importancia del periodismo (entre lo objetivo y subjetivo de su hacer), y sus distintas ramas (noticia, reportaje, entrevista, columna, crónica, etc.), tomaremos de él lo más general, o sea, su función de comunicar para el interés social o público, e indagar así en la necesidad de llevar la filosofía a ese rubro.
Si lo vemos en este sentido, en principio parece no haber un elemento que colinde la filosofía con el periodismo, porque la filosofía pareciera no ser de interés público, sino privado. Y por privado me refiero a grupos (epistémicos) que son cerrados a todo aquel que no mantenga un formulario lingüístico para surcar su campo. El mismo Platón en el Gorgias, al referirse al filósofo, lo pinta como recuerda Luis Villoro: “como un personaje inconforme, cínico o extravagante: escondido en un rincón…, murmurando con tres o cuatro jóvenes.”
Es claro que esta imagen puede confundir en más de un sentido, porque el filósofo, si bien puede ser un personaje inconforme, cínico o extravagante, no es alguien que se esconda o se aleje necesariamente de su circunstancia, al contrario, el filósofo ha tenido una presencia fuerte en el polémico mundo de la política. Ya para justificar, ya para criticar. El hecho por supuesto sugiere regresar un poco, y recordar el papel de los filósofos en la labor de esclarecer la carga conceptual y práctica que nutre en cada época las distintas formas de ejercer el poder.
Pero el asunto tampoco queda ahí, sino en las repercusiones que la actividad filosófica conlleva. Porque la filosofía requiere una permanente tarea para cuestionar todo cuanto es supuesto. De ahí su corte disruptivo. Y de ahí que al implementar el peso del argumento, logre fundamentar algo siempre apegado a razones claras y distintas. La práctica teórica de la filosofía, se exacerba pues, en los debates y actos políticos, centrales y específicos de las prácticas sociales.
Basta recordar que la Revolución francesa, como documentó Eric Hobsbawm en Las revoluciones burguesas, fue obra de filósofos, y las implicaciones de su función pública trascendieron su momento histórico. En México, la importancia del pensamiento ilustrado fue capital para el movimiento revolucionario independentista. Las lecturas de Rousseau, Voltaire, Diderot, entre otros, constituyeron dispositivos no sólo teóricos en cuestión de emancipación, sino de lucha directa. Así que, más que haber sido leídos los ilustrados en la quietud de un aula, fueron leídos e implementados en el campo de batalla.
Lo mismo sucede a finales del siglo XIX, y comienzos del XX, en plena época revolucionaria, donde la filosofía estremece la plaza pública en respuesta a los debates de lucha y reconstrucción política del país, ya que se jugaba un futuro y no sólo un saber, como expone Abelardo Villegas: “(…) con frecuencia no se filosofó en el aula o en el gabinete sino en la tribuna popular, en los púlpitos, en los escaños de los congresos, en las mesas de las conspiraciones o en la misma silla presidencial. (…) esos filosofemas se emitieron, también con frecuencia, no en los libros sistemáticos sino en discursos, ensayos, declaraciones periodísticas, etc.”
Sea como fuere, la actividad filosófica nace en un contexto, y de él se nutre. Imaginar que una filosofía emerge como entelequia, o región eidética, es por completo errado a lo que en verdad sucede. Pero lo preocupante, comprendiendo esto, es que en la actualidad la filosofía ha sido inmunizada en la academia. Esto, aparentemente con la intención de que no cumpla con esa función social disruptiva que le caracteriza, o sea, de ser una herramienta crítica radical ante cualquier adoctrinamiento. Lo que significa en términos amplios, enseñar a pensar más allá de lo dado.
Por tal motivo es que surge, ante la crisis, la necesidad de recuperar el espacio casi perdido. Es así por lo que el periodismo, a nuestro modo de ver, puede fungir como una ruta más de salida, para extraer la filosofía del claustro y exponerla al criterio amplio de la comunidad ciudadana. No quiere decir ni supone lo anterior llevar los “abstractos” trabajos de análisis filosófico al periodismo. Lo que por principio es imposible.
De lo que se trata más bien es hacer uso del artículo de opinión o la columna, que forman parte del amplio cuerpo del periodismo, para filosofar. Sin embargo, al hacerlo, por fuerza dicha tarea requiere un modelo de escritura ajeno al especializado. Es verdad, esto puede significar un filtro que le resta profundidad al pensar filosófico. Pero la intención no es mostrar que tan profunda y oscura puede ser la filosofía, sino dejar una huella en el lector.
Algo que, por mínimo que sea, induzca quizá a los lectores, como alguna vez dijera José Vasconcelos, a levantarse de la silla. Si un punto de vista del filósofo lograse la faena de poner de pie al lector, entonces el cometido estaría más que cumplido. No siempre eso será posible, es verdad, pero el hecho de intentarlo no le resta importancia. La filosofía, por lo tanto, no es un asunto exclusivo de pocos, sino que debe alentar a pensar y cuestionar a muchos.
No se trata tampoco de restarle importancia a la filosofía, por llevarla al plano periodístico, sino hacerla comunicable en otra vertiente. Y esto es algo que por fortuna ya se viene dando con más insistencia. Porque son cada vez más los filósofos profesionales que se animan a entablar un diálogo con la amplia comunidad de lectores que sostienen la periodicidad de la prensa.
Yendo un poco atrás, Marx es probablemente un pionero en esta incursión. Además que dejó la enseñanza de cómo escribir para los muchos, ya que pese a que los lectores de la vieja prensa radical en la que incursionó el filósofo, eran pocos, los lectores de su obra podemos percatarnos fácilmente que entre El capital, y un artículo periodístico de su autoría, la distancia expositiva fue demasiada, en cuanto al estilo y la extensión.
En la primera impera la oscuridad y el tecnicismo, en la segunda la claridad y la economía prosística, herencia de su admiración por los poetas clásicos tanto griegos como latinos. Un ejemplo que hoy, sin duda alguna, los filósofos mexicanos reiteran cuando colaboran con artículos de opinión en el medio periodístico.
No es nada nuevo pues, que el filósofo escriba en el periódico, pero por bastante tiempo esa empresa se dejó de hacer. Y el que de nuevo se tengan resonancias e incursiones filosóficas en los debates sociales, son buenas noticias. Tanto porque se toque la política, la ciencia, la salud (que actualmente es un problema de primer orden), la educación, los avatares de la economía, el terrible escenario de la violencia e injusticia, tanto porque se hable de la vida, la muerte, o la felicidad. Los temas que puede abordar el filósofo son variados y de gran calado. La filosofía en suma, así entendida, tiene que ser un puente (y no un exclusivismo) que induzca a la reflexión y la crítica, de tal modo que se conozca y aprecie el porqué, pese a su antigüedad, vive aún entre los mortales.
[1] La controversia que surge en la relación entre ideología, ciencia y filosofía es por supuesto uno de los temas cruciales a los que se enfrentan filósofos neopositivistas pero también marxistas, como fue el caso de Louis Althusser, y en México, Adolfo Sánchez Vázquez, entre otros.
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