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El tiempo del amor

Actualizado: 15 feb 2020


Fernando Broncano*




Ciertos sociólogos de la posmodernidad (Zygmunt Bauman, Anthony Giddens) han mantenido la idea de que, como producto de la modernización, las intimidades pierden consistencia, dejan de tener como horizonte el tiempo de la vida, se tornan fugaces y pierden compromiso. Creen que la estadística de los tiempos del amor, que en las sociedades urbanas muestra un creciente acortamiento es un signo de esta "liquidez" de las relaciones bajo la condición de la modernidad tardía. Sostienen que la modernización habría acabado con un componente esencial del concepto de amor: la duración ilimitada. "Amor eterno, más allá de la muerte"; "seré polvo, mas polvo enamorado", son expresiones que han ido elaborando la idea de este sentimiento tan importante en la sociedad contemporánea. Israel Roncero ha escrito una respuesta crítica a esta tesis. Intimidades fugaces, su libro, es un alegato contra la idea de que el amor tenga que ser un sentimiento duradero. Ha realizado una exploración etnográfica en una comunidad que, estereotípicamente, practica la promiscuidad, la cultura gay, para argumentar que no: el amor puede existir y sobrevivir en tiempos cortos, que son la intimidad y la amistad, y no los sentimientos de tiempo largo, los que constituyen su valor fundamental, y que lo episódico puede ser un tiempo de amor tanto como el que se supone que constituyen los amores monógamos de rigen el patrón usual de familia dominante. Las historias de vida que presenta y su discurso propio son un argumento convincente que reivindica para el amor las formas de eros que se manifiestan como modos alternativos y que este libro considera que son aportaciones al concepto de amor y no, por el contrario, ejemplificaciones de su degeneración bajo los procesos de modernización. Querría conectar esta tesis de Israel, que defiende la fugacidad como una modalidad no negativa, e incluso una forma resistente de amor, con una cuestión más general sobre los tiempos y espacios de vida bajo nuestra civilización ordenada por el capitalismo tardío. Sendos trabajos de Amador Fernández-Savater y Jorge Moruno han analizado la precariedad de tantas existencias contemporáneas como una "pérdida" de tiempo, en realidad una expropiación del tiempo que no solo afectaría a las condiciones de trabajo precario, sino a una mucho más amplia condición de existencia en la que incluso las clases acomodadas sufrirían de la pérdida de tiempo y de una suerte de estrés permanente por dicha falta. "Todo lo sólido se desvanece en el aire" bajo la continua revolución de las condiciones materiales de existencia que promueve el capitalismo, escribían Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. Si en el capitalismo primero el tiempo de la vida era un límite intrínseco a la explotación, pues hasta el capitalista comprendía que el obrero tenía que comer, dormir, reproducirse, para que su negocio tuviese continuidad, el capitalismo tardío habría borrado esta frontera. Por un lado, el tiempo de la vida se ha convertido en un tiempo de explotación continua. El tiempo de ocio se vuelve tiempo de negocio, el tiempo de descanso, tiempo de consumo; los planes de vida amorosa, nos cuenta Eva Illouz, mutan en tiempos de consumo: viajes, hipotecas, etc. Por otro lado, el sentimiento de pérdida de tiempo está asociado a la forma esencial en la que se produce la expropiación del tiempo por parte del mercado: el control continuo de la atención. Trabajo y ocio, producción y consumo, se transmutan en una esclavización permanente de la atención, en una imposibilidad de tiempo propio distraído, desobediente, lento. El CEO moderno (director ejecutivo), movido por la exigencia de ganancia y rapiña permanente, ya ha perdido el sentido de los tiempos largos. Desaparece la empresa, en la vieja acepción de institución de tiempos largos orientada a la permanencia y a sagas familiares. Aparece el negocio rápido, la continua disolución de las viejas empresas para trasladar los capitales con velocidad a nuevas colonias de beneficio. El proyecto sustituye a la empresa, y la exigencia de rendimiento continuo a la viabilidad sostenible. El propio CEO sufre en sus carnes la pérdida de tiempo: de avión en avión, su mirada está continuamente atada a las múltiples pantallas que le informan de los vaivenes del beneficio, que alimentan su estrés y le convierten en adicto a lo episódico. El trabajador precario, el "empresario de sí mismo" sufre toda la ansiedad del directivo, con el agravante de que es su propio tiempo de vida lo que ha sido convertido en capital. El ciclista de Deliveroo, el conductor de Uber se mueven circularmente en el espacio urbano pendientes de la orden que llegará puntualmente a sus pantallas. El becario de investigación tendrá sobre su cabeza el peso de un tiempo corto que se le ha concedido, cada vez más corto, para realizar múltiples trabajos y ofrecer resultados que en otros días habrían exigido tiempos largos. La ansiedad y depresión, el padecimiento físico se convierten en la atmósfera que respiran cada minuto de sus vidas. No es la magnitud del tiempo lo que define el amor bajo la condición de modernización por el capitalismo tardío, sino la pérdida del tiempo de amor. Fugaces o persistentes, los tiempos de amor son colonizados como tiempo de consumo o tiempos de trabajo. El mensaje de Whatsapp del jefe que llega de madrugada comunicándote que esa mañana, de tu día libre, ha de ser dedicada a un trabajo urgente que no admite réplica; el espacio que separa a la pareja, cada cual habitando en ciudades distintas, viviendo pendientes de los horarios de trenes y aviones para poder compartir un tiempo juntos. No es la falta de compromiso, que alegan Bauman y Giddens, sino la corrosión del carácter, el cansancio sistémico, la ansiedad estructural, estados constitutivos de la condición de sujeto bajo el capitalismo. Mijail Bajtin, el gran teórico ruso de la literatura, construyó el concepto de cronotopo para dar cuenta de las formas narrativas. El cronotopo nace de la idea de la física relativista de que tiempo y espacio forman un bloque inseparable. La carretera, por ejemplo, sería un cronotopo habitual en la novela, en donde el espacio y el tiempo unen a personajes o los separan. La vida como camino sería una modalidad de este cronotopo. Este concepto nos puede ayudar a revisitar con nuevos ojos el viejo concepto del amor romántico. En el Romanticismo, el amor tuvo un papel crítico como distancia de las formas sociales banales constituidas por el mercado de matrimonios basados en el interés económico. La liberación de las costumbres sexuales, fruto de la convergencia de nuevas morales y de medios eficientes anticonceptivos, creo una posibilidad cultural para el amor como nueva forma de relación libre o libremente buscada. En ambos casos, siempre tuvo la virtualidad de constituir espacios y tiempos fuera del dominio de lo económico. Los cronotopos del amor, en las formas largas de planes de vida o en las cortas de episodios de intensos sentimientos compartidos, se han convertido ya en cronoutopías, en tiempos-espacios fuera de la lógica de la ansiedad producida por la mercantilización de la vida. En la lógica del amor, afirma Eva Illouz, en El consumo de la utopía romántica, se produce una dialéctica entre compartir consumos y compartir sentimientos. El cronotopo del amor es, en sus nuevas versiones, ser tiempo y espacio común, distraerse de los tiempos y espacios de atención para fijar la vista en la otra persona. El capitalismo tardío llena las pantallas de promesas de amor en la forma de viajes a lugares exóticos, que luego llena de nuevas pantallas que expropian el tiempo del amor.


No es la falta de compromiso lo que destruye el amor, sino la destrucción de los cronotopos eróticos, la expropiación del tiempo convertido ya en mercancía que ordena la vida como una inversión: inversión en sí mismo, inversión en una relación, inversión en un currículo. De nuevo, cabe una lectura de los mitos románticos como mitos desobedientes que activan en las fuerzas de la vida cronoutopias resistentes. Como indicaba Benjamin respecto a las películas de Chaplin, que producían una risa revolucionaria en los obreros, cuando veían reflejada su existencia en aquél ser débil que sobrevivía a los poderosos, también acaso muchas canciones de amor que consideramos banales y fruto de la industria musical son también reflejos de los deseos de otra vida, de habitar cronotopos de amor y no desiertos de mercancía.


*Fernando Boncano, filósofo español, doctorado por la Universidad de Salamanca, actualmente funge como catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. Su línea de investigación se concentra en la Filosofía de la Ciencia y Filosofía del Lenguaje, a partir de lo cual también ha realizado importantes investigaciones sobre el impacto de la tecnología en su aplicación social y humana. Algunos de sus libros más relevantes son: Nuevas meditaciones sobre la técnica, ed. Trotta y La melancolía del cyborg, ed. Herder.

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