Alejandro Olvera
"En griego, pandemia significa "todo el pueblo". Todos estamos unidos por un cordón invisible" —Markus Gabriel
Pensemos en el hecho que habitualmente hemos vivido en la" normalidad", y que este presente del mundo se nos ha desparramado intempestivamente con un panorama que en extremo nos resulta desconcertante. Los hábitos y rutinas personales se han visto abruptamente confrontados con una emergencia desconocida que no se había visto en generaciones. El presente, y de seguro el futuro, será muy diferente para muchas personas a pesar de que todos haremos grandes esfuerzos para retornar a nuestras agendas individuales, tan pronto sea posible, a la vida diaria que solíamos tener.
Experimentamos los acontecimientos con nuestro cuerpo y por tanto al mundo lo concebimos como "nuestro". En ese sentido lo "normal", la inmanencia de nuestra normalidad, contrasta con el extremo opuesto de la "realidad" porque la realidad nos está mostrando un mundo que es frontalmente independiente de nosotros.
Damos por supuesta la garantía de una gran cantidad de satisfacciones de necesidades cotidianas y de actividades que asumimos sin percatarnos de ellas. Vivimos una civilización de ciudadanos donde la ciudadanía, a veces perezosa para tomar decisiones, prefiere atender al "mandato" de entidades elegidas para que decidan por los ciudadanos. Vivimos de continuo inmersos en sociedades estructuradas en torno a la obligación de estar demasiado ocupados, ensimismados, enajenados en la lógica del trabajo y el consumo. Reconocemos sin resistencia que ese continuo está normalizado por desconocidas fuerzas que escapan a nuestra conciencia absorta en la distracción e indiferencia.
Nuestra normalidad, sin que seamos capaces de admitirlo, ha estado sujeta a la cadena infecciosa del capitalismo que destruye la naturaleza en aras de un mal llamado desarrollo y que atonta a los ciudadanos para convertirlos en meros consumidores y turistas del planeta. Y súbitamente un virus recién conocido nos plantea una cadena infecciosa diferente. Los virus nos plantean problemas de compleja solución, porque no sabes a ciencia si son seres vivos o elementos de vida en el límite. Nos recuerdan que la vida misma no tiene una definición única constatable y que preferimos mantenernos distraídos de esa complicación. Y de pronto, a nosotros, a toda la humanidad nos obliga a concentrarnos, sacrificando nuestra preciada normalidad, por la irrupción de un virus material que día con día se va propagando en el mundo y que además se ha viralizado en el espectro global de los medios digitales de información, saturando nuestros sentidos de por sí crispados por la incertidumbre, por la ansiedad del confinamiento y por el temor en diferentes grados y escalas.
Este concentrarse de la ciudadanía no está siendo producto de un deseable despertar de la conciencia colectiva, claro que no, sino que es producto de la pérdida de la seguridad del orden establecido en sus distintas formas y niveles. Lo que llama a nuestros cuerpos a un estado de alerta y concentración es la interrupción abrupta de la realidad por encima de años y años del hedonismo de masas, se ha revuelto "el hedonismo del poder de la sociedad de consumo" retorcido en el deseo de seguridad, comodidad y entretenimiento.
"Esta sensación de irrealidad se debe al hecho de que por primera vez nos está ocurriendo algo real. Es decir, nos está ocurriendo algo a todos juntos y al mismo tiempo. Aprovechemos la oportunidad" —Santiago Alba Rico
En pocas ocasiones tenemos acceso a la percepción de la independencia del mundo que de manera inconsciente concebimos como nuestro. El mundo no nos necesita, y esta confrontación con la realidad se manifiesta a través del dolor, un duelo en los límites de la importancia que le damos a nuestras propias vidas. Pero también la pandemia nos está permitiendo darnos cuenta que podemos acceder a esta realidad a través del amor, enamorados experimentamos la ausencia de lo otro amado, de los otros cuerpos queridos en la clara autonomía de las circunstancias que se oponen a nuestras necesidades de contacto en la soledad del confinamiento forzado.
Una de las emociones que se han disparado ante esta contingencia es el miedo. Miedo ante toda suerte de diagnósticos médicos y socio-económicos de los alcances de la epidemia pandemia, miedo ante pronósticos nefastos o ante lo desconocido. El miedo como mecanismo primario de supervivencia individual y de la especie es el mismo que, sin embargo, puede llegar a extremos de su exacerbación o de la prolongación en el tiempo hasta llegar a estados de pánico irracional, anticipando los peores escenarios que debilitan nuestras conductas haciéndolas erráticas y contraproducentes.
Estas condiciones están presentes ahora mismo en nuestra comunidad global y pasamos por diversas fases adaptativas con el fin de sobrellevar la contingencia. Situaciones que se amplifican ante la crisis de virus desconocido por nuestros cuerpos derivando en actitudes de respuesta social muy diferentes a las habituales, reacciones intensas, incluso extremas.
Entre varias otras, las características del reto que nos presenta esta pandemia son principalmente la oportunidad de sintonizar de nuevo nuestras emociones y nuestros pensamientos para no ser manipulados por la información de mala calidad, sobreponer la histeria colectiva, saber ser responsables con nuestro propio cuidado y el de los demás. Sobre todo nos convoca a no incurrir en conductas de rechazo y sobrevigilancia del actuar de los demás, sino por el contrario, nos conmina a buscar formulas de gestión inmediata. Las actitudes de empatía y solidaridad con el conjunto de la sociedad permiten ser resistentes ante la incertidumbre puesto que despiertan en nuestra mente la consciencia de la interdependencia de grupo, característica que ha sido eficaz para que la humanidad haya podido sobreponerse a grandes desastres y a graves conflictos en el pasado. Sobre todo se puede pensar que este momento es propicio para enseñarnos un proceso de esfuerzos colectivos enfocados al desarrollo de capacidades de organización, al margen de las directrices que habitualmente se nos imponen a través de leyes y normatividades de carácter obligatorio.
Actuando como ciudadanos atentos y concentrado en la actual situación, como ciudadanos realistas podemos pedir, una vez que se ha descubierto la necesidad de una amplia coordinación y colaboración internacional en el ámbito de la salud, que nuestra humanidad acepte el reto de afrontar retos mucho más graves y persistentes que los de esta pandemia; la hambruna, el drama de los refugiados, las diversas guerras, la desnutrición, y las muertes en el tercer mundo por enfermedades que sí se pueden curar o controlar contando con los recursos adecuadamente distribuidos. Ser conscientes respecto de las posibilidades de la humanidad para mejorar la salud de todos, lo que implica retornar a un antiguo p proyecto que ilumino ideales por última vez hace décadas, en el seno de los proyectos de los estados occidentales, y que es imperativo a nivel planetario: un renovado proyecto de justicia social.
La oportunidad que la pandemia nos muestra en la conciencia de que podemos asumir un rol de presión activa, dadas las condiciones, demanda que un grupo considerable de ciudadanos encaucemos nuestras emociones ante la necesidad de oponer resistencia al establishment, dada la presión social que la sociedad le demanda al Estado para atender la demanda de salud bajo condiciones de emergencia. Pero además es necesario pensar en que cada ciudadano deje de esperar a que papá Estado nos resuelva y por lo tanto controle. Del mismo modo se puede dejar de repetir conductas egoístas y organizar prácticas autogestivas directas, simplemente porque la vida de los más débiles va en ello Obviamente, vale aclararlo, esto no equivale a decir que el Estado no tiene que hacer nada. El Estado tiene que hacer todo lo que le compete conforme a su compromiso al mandato que se le ha dado en las urnas. Pero sin una mayor responsabilidad ciudadana, con gestión y acción directa, eso nunca va a ser suficiente. Estamos ante una oportunidad inédita de convertir este magno encuentro con la realidad en una ciudadanía inédita. Sin embargo, si el peso de la inercia de nuestra normalidad hedonista egoísta pervive interiorizado en nuestras conductas.
No obstante, la peor de las disyuntivas, se verá cuando pase la crisis y regresemos a la normalidad, como si nada. Podemos imaginar dos vertientes que se excluyen una de la otra. Que la primera vertiente sea que defendamos con fuerte resistencia y exigencia la necesidad de profundos cambios para vivir de mejor manera la realidad del mundo que se nos ha revelado en toda su precariedad, tanto en la esfera social como en la política, a nivel local y global. Y que la otra vertiente sea que la pandemia nos deje con una depresión postraumática tras este encuentro mundial con la realidad de nuestras vulnerabilidades ante las futuras epidemias que vendrán, y que con menos defensas ante el sistema de pensamiento hegemónico vigente, encontremos al alcance de la mano la oferta de nuestras necesidades resueltas por regímenes autoritarios al servicio de capitalismos nacionalistas, remozados como garantes de la seguridad y de la salud en el marco de una normalidad agrandada e irreal.
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