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EL HUMANISMO RENACENTISTA FLORENTINO HACIA EL CONTINENTE AMERICANO[1] de Annunziata Rossi



Víctor García Salas



El allí se volverá una y otra vez el aquí,

y será siempre remplazado, inútilmente

perseguido, ya que la utopía es posible

“gracias a la más difícil de las revoluciones”,

es decir, gracias a la renovación interior

del hombre, a través de la consciencia

y de la voluntad.


Annunziata Rossi






Hace poco más de una década, Tzvetan Todorov nos recordaba que el siglo XVIII, la vertiente humanista de la Ilustración, es responsable, más que ninguna otra época, de nuestra actual identidad. “Por primera vez en la historia”, dice Todorov, “los seres humanos deciden tomar las riendas de su destino y convertir el bienestar de la humanidad en objetivo último de sus actos”[2]. Yo creo, y parafraseo a García Bacca, que ésta puede parecer una verdad tan grande como una catedral gótica, pero es una verdad a medias. De hecho, será precisamente durante la Ilustración que se comenzará a tomar consciencia de que gran parte de las ideas y de la cultura ilustrada tienen su origen en el Humanismo[3] y el espíritu del Renacimiento italianos. No acaso, escribe Annunziata Rossi: “Ilustración, amante del Renacimiento” (p. 133).



Es, pues, durante el Humanismo y el Renacimiento, que el hombre comienza a considerarse como un ser perfectamente natural, que no ha recibido nada de nadie, ni el ser ni sus dotes naturales; por tanto, comienza a estar atenido a sí mismo, a tomar en sí y sobre sí su responsabilidad. Baste recordar a Pico della Mirandola, Oratio de hominis dignitate (1486): el hombre es señor del universo, dueño y artífice de su destino, libre de elegir el camino que quiera, en el sentido del bien o del mal. Pero no es sólo Pico, De dignitate et excellentia hominis, De libero arbitrio, De libertate, De valuptate son, a lo largo del Quatrocento (siglo XV), recuerda Annunziata Rossi, títulos muy significativos al respecto (Cfr. p. 63).



Por otra parte, es también en este momento que la ciencia de la contemplación de las causas, propias del hombre antiguo y medieval, comienza a transformarse en ciencias de la posesión y del dominio de las mismas, ciencia de la acción y no de la contemplación. Escribe Leonardo da Vinci: “todo lo que se haya en el espíritu en virtud de la contemplación, puede alcanzar cumplimiento perfecto mediante la ejecución manual”[4]. Así, pues, ciencia, técnica y fuego, regalo de los dioses en la antigua concepción del Universo, comienzan a ser una conquista del hombre, y a abrirse al infinito, a la conquista del espacio y del tiempo. Otro tanto sucede con las virtudes políticas (en el Protágoras de Platón, la reverencia para con los dioses, la justicia y el pundonor o la vergüenza), piénsese, por no decir más, en Maquiavelo.





En pocas palabras, en el siglo XV termina una época y comienza otra; las transformaciones que se dan en todos los campos del saber son de calidad, y no sólo de cantidad, y terminarán transformando los espíritus de la época. La obra de la Dra. Rossi nos presenta estas transformaciones, particularmente la aportación de ideas y de obras de Italia (de Florencia, epicentro del primer Renacimiento italiano) a una empresa que cambió la cara del mundo y que transformó la imago mundi tradicional: el “descubrimiento” del Nuevo Mundo (p. 11); y que asentaron, además, las premisas de la revolución científica copernicana (la caída del geocentrismo y el sisma religioso son dos de los pilares, creo yo, que más contribuyeron al derrumbamiento de una concepción del Universo y del hombre y al nacimiento de otra).



La excepcionalidad, pues, que representa Ulises en el mundo antiguo, por haberse lanzado, deseoso de “divenir del mondo esperto, e delle vizi umani e del valore (Infierno, XXVI), más allá de las Columnas de Hércules, garganta de Satán, puerta vedada a lo desconocido, comenzará a ser ahora el pan de todos los días. El nudo del conflicto interior entre prohibición (particularmente doctrinaria), presente claramente en Dante, hombre de la Edad Media al fin y al cabo, y el deseo por lo desconocido se deshace. Paradojas de la vida, como resultado de este hecho, el mundo se cierra, se unifica, y el universo se abre al infinito.



Sin embargo, esta nueva concepción del hombre, del espacio y del tiempo, que abre al ser humano dotado de libertad total el dominio del mundo, de la naturaleza, y lo encamina hacia la conquista del universo, no estará libre de presagios de muerte[5], “de un estado de ánimo lleno de deseos de retroceder y de borrar las novedades que amenazan con alejar al hombre de Dios” (p. 124). Y esto, dice la Dra. Rossi, “lleva a dos direcciones opuestas: al pasado, a la edad de oro, como refugio (la Arcadia) y al futuro como proyecto (la Utopía o la Tierra Prometida)” (p. 124).



Por desgracia, y vuelvo al epígrafe con que iniciamos, el sueño tan deseado de los humanistas del siglo XV de construir un mundo más humano, “el respeto a lo “diverso” con lo que habían soñado los grandes humanistas europeos: Nicolás de Cusa, Ficino, Pico” (p. 152), no se realizó en el Nuevo Mundo. Sabemos todos lo que pasó después del “descubrimiento” de América: el sueño hacia un mundo nuevo, más humano, justo y pacífico, y hacia un hombre nuevo (la Utopía), fue desbordado por el poder, signado por la violencia, la destrucción, la colonización, la “rabia de dominio”, no sólo de América, pues muy pronto “los países del Viejo Continente se lanzaron [también] a la conquista del continente asiático y africano” (p. 149).



América parece, pues, el ejemplo de la incapacidad del hombre en general, que no sólo del europeo, de “utopizarse”. No obstante, el espíritu humanista del Quatrocento, como bien señala la Dra. Rossi, seguirá y sigue fascinando. Ha fascinado a hombres como Alfonso Reyes y Henríquez Ureña en su sueño de una utopía latinoamericana, hecha por y para latinoamericanos. Por su parte, el filósofo Horacio Cerutti, en Posibilitar otra vida trans-capitalista, habla de “el derecho a desear” la utopía, entendida ésta como una tensión operante en la historia, que lleve a eliminar lo insoportable para ponernos en camino de la construcción de lo deseable. Y para continuar con el epígrafe, me permito una larga cita:

Y por utopía no hay que entender cualquier proyecto elaborado desde lo alto para realizar un deber ser eterno e inmóvil, sino aquel que había indicado Pico della Mirandola... Es decir, como apertura a los ilimitados mundos que el ser humano, ser inacabado y mutable, abierto a cualquier metamorfosis, puede crear en esta tierra. Y hay que insistir: esto, una vez que esté desvinculado de las cadenas del materialismo y de la injusticia que lo mantienen atado, para que la utopía sea creación colectiva en la que pueda participar cualquier hombre según sus capacidades y su voluntad, por supuesto; porque igualdad social y justicia no significan nivelación, son solo punto de partida para que el hombre se realice en su diversidad (p. 155).



Pero el Excursus de la Dra. Annunziata Rossi se centra, como ya dijimos, en la aportación de ideas y de obras de Italia a una empresa que cambió la cara del mundo, y hasta aquí llega, “hasta el descubrimiento de América, porque aquí, a las orillas del nuevo continente, concluye la aportación italiana” (p. 148).



Ahora bien, en la obra ya cita de Todorov, éste también escribe: “No cabe duda de que no es posible ni deseable volver al pasado... Sin embargo, intentar entender ese cambio radical puede ayudarnos a vivir mejor la actualidad”. Puede ayudarnos acaso a buscar la necesaria y deseada utopía con la que soñó el Humanismo y con las que no hemos dejado de soñar, pero una utopía construida desde dentro (una renovación interior del hombre), desde abajo, horizontal y colectivamente. Bernardo de Chartres, a quien cita la Dra. Rossi, hablando de la Antigüedad clásica, escribe: “Somos enanos que sobre las espaldas de los gigantes vemos más allá de ellos” (p. 42). Aplica también a los hombres del primer Renacimiento florentino, y este espléndido trabajo de Annunziata Rossi nos puede ayudar a ello, a mirar más allá, a entender ese cambio radical y, por ende, a vivir mejor la actualidad.



Ahora, esperando que no me pasé como al monaguillo ese del que habla Ortega y Gasset en “Democracia morbosa” –“que no sabía su papel y a cuanto decía el oficiante, según la liturgia, respondía: ‘¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento!’ Hasta que arto de la insistencia el sacerdote se volteó y le dijo: ‘Hijo mío, eso es muy bueno; pero no viene al caso!’”[6]– termino con una anécdota de García Bacca con Alfonso Reyes. Hay dos razones: la primera es porque la última vez que encontré a Annunziata Rossi, además de insistirme en que el título de su obra debía ser El Humanismo renacentista florentino hacia el continente americano. Presagios, viajes, arte y ciencia, y no como aparece en la publicación, me habló con mucho afecto de Alfonso Reyes, profundo conocedor del Humanismo; la segunda, acaso la anécdota ilustra no poco nuestra actual concepción moderna del Universo, nacida en el Humanismo y Renacimiento italianos:



Estábamos un día dedicados a tal tarea [la traducción de la Ilíada], cuando don Alfonso me dijo: “García Bacca, escóndase inmediatamente debajo de la mesa”. Y me escondí. Al cabo de unos segundos, me dijo: “García Bacca, ya puede salir”. Y me explicó: “He visto a Júpiter mirando a ver si estaba usted aquí. Como no le ha visto, se ha retirado. Traía en su diestra mano el rayo, destinado para usted. No se extrañe. Ha fulminado ya a dos filósofos, ateos según él, por no creer en su divinidad: Antonio Caso y Joaquín Xirau. Antonio Caso ha muerto de ataque cardíaco, según la opinión médica. En realidad, ha sido fulminado por Júpiter, por ateo. Xirau, al salir de Mascarones, de dar su curso de filosofía, vio que el tranvía iba a atropellar a su hijo. Se lanzó y lo salvó; pero el tranvía lo arrolló a él. Que lo atropelló fue la explicación materialista. Pero la causa real fue divina, teológica. Por ateo. Júpiter aniquiló a dos filósofos por ateos. No creían en su divinidad[7].



“¿Cuento helénico de don Alfonso?”, pregunta García Bacca. A nosotros, hijos de la concepción moderna del Universo, ¿nos puede parecer otra cosa?


[1] Annunziata Rossi, El humanismo renacentista florentino. Presagios, viajes, arte y ciencia hacia el continente americano, UNAM, Cuidad de México, 2017. [2] Tzvetan Todorov, El espíritu de la Ilustración, traducción de Noemí Sobregués, Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2008, p. 7. [3] Sobre la definición del Humanismo, escribe Annunzita Rossi: “En la historiografía dedicada al Renacimiento, el Humanismo resulta ser el movimiento cultural que, a través del redescubrimiento de la Antigüedad clásica grecorromana y el culto de las humane litterae, afirma la centralidad del hombre en el cosmos y su libertad absoluta, hasta, incluso, el libre albedrío. Al Humanismo seguirá el que se llama “pleno” Renacimiento de los primeros decenios... La palabra humanismo viene de humanitas, que significa calidad humana, y se propone la formación del ser humano integral, en su totalidad cuerpo-alma...”. pp. 41-42. Importante al respecto resulta también la primera nota de la obra. [4] Leonardo da Vinci, Libro di pittura, citado por: Annunziata Rossi, p. 61. [5] Sobre este particular, escribe Annunziata Rossi: “Hay que observar cómo esos presagios, adivinaciones, apariciones de astros, incendios y el sentimiento de una era que llega a su fin se presentan también del otro lado del Atlántico, en los años entre el Descubrimiento y la Conquista”. p. 123. [6] José Ortega y Gasset, El espectador II, Obras completas II, Fundación José Ortega y Gasset – Taurus, Madrid, 20105, p. 272. [7] Juan David García Bacca (2000), Confesiones. Obtenido de: http://bajaepub.com/book/confesiones/

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