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El beso: una breve indagación filosófica

Actualizado: 13 feb



El beso es imperativo. Tierra prometida y a veces alcanzada, la boca y las zonas erógenas son fuego para las imaginaciones. Incitan al deseo y son las torres que nos permiten elevarnos por encima de la cotidianidad.

Andrés de Luna




Por: Luis Veloz





Menciona Alfonso Reyes en su breve ensayo, Todo tiene una historia, que el origen del beso es averiguable, es decir, se puede estudiar desde un punto de vista biológico, aunque también desde una perspectiva histórica, semántica y filosófica. Sobre el beso, en efecto, existe un pasado y un presente, una manera de nombrarlo y practicarlo. Incluso es posible apelar al hecho de que contamos con un testimonio cotidiano de su importancia, ya que, en relación al afecto, el respeto, el deseo o la cortesía, el beso aparece como un denominador común.



Por ello no es fortuito que, por largo tiempo, tanto en la poesía, la narrativa, el cine, la pintura o la escultura, se le ha plasmado de numerosas formas, para unos como un delicado roce de labios, para otros, como el más furioso acto de juntar las bocas. De cualquier manera, el beso y lo que simboliza es, sin duda alguna, un componente esencial y diferencial en las relaciones humanas, tal como se constata en el siguiente verso de El cantar de los cantares.



¡Bésame con los besos de tu boca!

¡Porque más embriagantes que el vino

Son tus amores!

Suave es el perfume de tus bálsamos…

nombre va manando de aceites aromáticos…



Ahora bien, para iniciar una reflexión en torno al fenómeno del beso, creemos importante enfatizar la extrañeza que lo encubre. Lo que queremos decir es que con el beso la actividad originaria de la boca se violenta o desvía, es decir, la acción de comer. Pero también, y esto es lo sobresaliente, se relaciona, esto porque con el beso hay una imitación de la actividad de comer al momento en que se concreta el contacto piel a piel. Sin embargo, una vez hecho, se suspende. De modo que, de una “destrucción” del objeto (comida) con el beso se da un cambio sustancial, porque se transforma el acto en un deleite sui generis que involucra al tacto y posibilita una “proyección” imaginaria del otro siempre y en todo momento mediada por el cuerpo.



Se puede señalar, entendido así, que el desviamiento de la función originaria de la boca denota una gran complejidad inserta en la sociabilidad y eroticidad de los actos humanos delimitados por prácticas comunes. Por ejemplo, una primera des-naturalización en cuanto a la relación humana inicia con el habla. Afirmaba Rousseau que el habla es forzada y por ende, no natural. Aunque, pese a la forzocidad, también debieron coincidir distintos factores que hicieron posible el habla, tal como aconteció con la evolución de la garganta y la lengua que, al comportarse como instrumentos de vibración, tienen la enorme capacidad de convertir el aire en sonido, y éste, en sentido o código.



La boca por lo tanto, se puede considerar un elemento fundamental inherente a la corporalidad a partir de la cual se come y se habla, ahí está el principio de la nutrición y de la organización política por medio del discurso, pero también con la cual se besa. Aunque con el beso, caso curioso, no hay necesidad de palabras, sino silencio; además de que al besar se visibiliza materialmente y fenoménicamente un contacto que alienta una expresión emotiva en franca cercanía o encuentro con la alteridad.





Desmond Morris al respecto de este tema, dedicó en La mujer desnuda, un espacio a fin de reflexionar en la boca. Así pues, lo que explica el autor es que la boca, ciertamente, es una cavidad que no se limita al medio por el cual nos alimentamos y hablamos. Y, en este sentido, lo que sostiene en su disertación es que la boca representa un punto erótico (y erógeno) que tiene la potencia de emitir una señal sexual excesiva al escrutinio de la mirada. En este caso, el territorio simbólico de eroticidad lo va a ubicar inmediatamente en los labios.



Así pues, y partir de una constante tarea de observación, captando todo detalle por mínimo que fuera, que como él afirma, no es más que el método que ocupa un etólogo, Morris llegó a la conclusión que con los labios se condensa un rol prácticamente genital. Por ello subraya el hecho casi común de que las mujeres suelen tener los labios más gruesos que los varones, lo cual sirve efectivamente para atraer su mirada. Esto deriva, a decir de Morris, a que en la relación “genitalidad” y “labios” haya una síntesis que caracteriza un rasgo biológico de la mujer y por ende, de su sexualidad. Lo cual se eleva a un punto más complejo cuando se lleva al plano simbólico-imaginario, esto es, al momento definitivo que consideramos en el encuentro con el otro y, por lo tanto, en el juego de la seducción.



Dicho lo anterior, y al extender el tema, Morris explica que los labios femeninos antes y durante el orgasmo aumentan no sólo de tamaño, sino que también modifican el tono de color, tornándose aún más rojizos de la misma manera como sucede con la vulva: “Cuando la hembra humana se excita sexualmente, los labios de su vulva se enrojecen y se ponen turgentes. Al mismo tiempo, en su cara, sus labios también se hinchan y se ponen más rojos y sensibles. Estos cambios se producen al unísono, como parte de la agitación fisiológica que acompaña a la extrema excitación sexual.”[1]



Naturalmente, aunque para algunos varones inexpertos lo anterior pase desapercibido de forma consciente, no sucede lo mismo inconscientemente. El rojo de los labios se convierte en un tono atractivo aunque no haya plena conciencia de ello, razón por la cual es el color que más se ha explotado en la industria cosmética, que basándose en ciertas pruebas, combinan diferentes tonalidades de rojo al gusto de sus clientes. Esto, con un claro objetivo: hacer, en la práctica, aún más evidente la connotación sexual que se expone a la vista. Pero tampoco esto es una novedad propia de nuestro tiempo, ya que contamos con una historia amplísima que nos remonta a más de tres mil años de antigüedad, con los egipcios, quienes, al percatarse de este poderoso símbolo visual, ocuparon el ocre rojo con toda la intencionalidad de acentuar el efecto carnoso y rojizo de los labios, pero sin involucrar la práctica del beso.





Por lo tanto, y apreciado de esta manera, se puede sopesar que el beso contribuyó, también, a la transformación de la sociabilidad humana, precipitando y haciéndola distinta a otras formas de vida complejas. Porque no es sólo el habla, el logos, el acto comunicativo lo que nos humaniza y crea el tejido intersubjetivo que formamos socialmente, sino que lo anterior se complementa a través de expresiones sensibles o emotivas como el beso, aunque en un grado restringido en tanto que está situado históricamente y, además, por su incuestionable carga de intimidad. El beso, difícil negarlo, aunque tiene su lugar y momento, no se otorga a cualquiera.



La intimidad que encierra un beso está condicionada por el afecto a alguien o por el preámbulo de la cortesía, como es el caso del saludo, el cual es posible valorizar únicamente en un marco social y cultural especifico, por lo menos en Occidente, y por tanto, en un contexto ligado a las costumbres propias de cada región. Amado Nervo escribió por ejemplo que los japoneses no conocieron el beso hasta el comienzo de la centuria pasada. Y aun hoy entre sus costumbres es mal visto saludar de beso o besarse amorosamente en público. En esta línea, Alfonso Reyes al trazar un breve recuento de la historia del beso, recuerda lo siguiente:



Parece que en la India védica (2000 años a. C.) sólo se usaba el consabido frotamiento de nariz con nariz, y que el contacto de boca a boca empezó apenas en los días del Mahabharata. Las autoridades dicen que, aunque el beso se propagó por los pueblos con singular fortuna, no llegó a establecerse en Egipto. Entre ciertas tribus indostánicas, como también en Borneo, el equivalente de “dame un beso” viene a ser: huéleme.[2]



Vale la pena precisar que, en cuanto al acercamiento que hemos trazado del beso, también debemos abordar su etimología. Esto, principalmente porque con las palabras se torna relevante enfatizar, en muchas de ellas, lo que sucede con su significado original. La etimología (y la tipología) puede hacernos comprender un poco más el fenómeno que aquí abordamos y, en la medida de lo posible, analizar someramente el sentido de una palabra que parece a primera vista no envolver ninguna oscuridad semántica.



De la etimología a la tipología.



En el Diccionario de la Lengua Española hallamos el verbo besar, el cual, como hemos dicho, supone un determinado tipo de acción, esta acción se define ahí de la siguiente manera: “Tocar u oprimir con los labios (algo o a alguien), en señal de amor, afecto o reverencia, o como saludo”. Lo primero que cabe observar es que la definición aportada por el diccionario es sumamente amplia, esto porque el beso, así entendido, admite ser un acto que no se cierra únicamente al contacto entre personas, sino que se extiende, por ejemplo, a juntar u oprimir los labios con “algo”.



Pensamos sin embargo que el beso aun con la extensión de significado que se le pueda agregar, su punto más excelso y dionisiaco, que es el que aquí nos interesa, no está en relación a las cosas: a “algo”, sino a “alguien”. Y por supuesto, lo anterior significa mucha más complejidad de lo que puede ser únicamente el acto de juntar los labios. Por lo tanto, y siendo que la definición del diccionario se ve restringida al no considerar la etimología, pasaremos entonces al siguiente punto.





Según Moreno de Alba, la palabra beso tiene su génesis en la lengua latina, con el diminutivo “os” (boca), osculum (boquita). Cabe asimismo señalar, desde ahora, que la etimología abrirá simultáneamente el escrutinio de la tipología del beso. Cada etimología, de hecho, hace referencia a un tipo de beso. Por lo tanto, osculum significa un beso tierno. Con el vocablo osculari los latinos hicieron mención simplemente a besar u ofrecer un beso, e incluso, acariciar o amar con ternura.[3] Siguiendo con este trabajo se puede inscribir que la palabra beso contempla dos sustantivos más: basium y suavium.[4] Los cuales cambian el sentido de lo antes dicho, porque con ellos ya no se habla de un beso tierno, sino de un beso lascivo.



Un beso lascivo, en efecto, excede la ternura en tanto que lleva expreso un deseo, es decir, una falta; siendo ésta la que faculta, en última instancia, la apetencia del ser en relación al otro. Los latinos (pensemos en Ovidio), como se puede observar, distinguieron pertinentemente la actitud propiciada al momento de ejecutar la acción de besar, por lo que enfocaron su atención en la motivación que llevaba implícita. Ósculo todavía es una palabra viva entre nosotros, pero prácticamente se tiene reducida al uso culto, puesto que no figura en el lenguaje coloquial.



Como sea, parece evidente que diferenciamos entre algunos besos: en la mejilla, la mano, la frente, o los labios. Aunque los besos no admiten un límite en tanto que pueden surcar toda la geografía de un cuerpo en evidente intención lasciva, lubrica o poco pudorosa, incluyendo por supuesto el cunnilingus, el cual fue excelsamente descrito por Tomás Segovia en aquel portentoso poema titulado: Besos: "tu sexo triángulo sagrado besaré/ besaré besaré/ hasta hacer que toda tú te enciendas/ como un farol de papel que flota locamente en la noche". O como Alfonso Reyes escribió, aquellos besos con erudición: los besos eróticos.



Asimismo y por otro lado, no está por demás hacer un breve recuento de las grandes obras de la literatura erótica cuando se quiere aumentar el conocimiento en torno a ciertas prácticas en las que se ve comprometida la sexualidad. De modo que, y ya que hemos inquirido en la etimología y la tipología que nos provee el latín, haremos un puente hacia Oriente, específicamente al viejo tratado del Kamasutra, porque en esta obra hallamos otra clasificación no menos interesante sobre el beso.



Recordemos que la tradición oriental caminó en un sendero opuesto a Occidente, de ahí que la comprensión del cuerpo cobre con ellos una importancia capital en cuanto al equilibrio de la energía se refiere, por ello fue que, mientras que en Occidente se cultivó una “sexología”, es decir, un estudio científico de la sexualidad donde se prioriza el análisis y la clasificación, en Oriente, como dijera Octavio Paz, se desarrolló un ars erotica. La comprensión del fenómeno se distancia de manera clara al no ser un simple conocimiento sino, como diría Luis Villoro, un saber.



Como resultado tenemos que, en las eruditas reflexiones orientales no le restan importancia a elemento alguno que pudiera ser factor determinante para la plétora de la sexualidad. El Kamasutra como es sabido, es una obra ampliamente conocida porque muestra las variaciones que pueden darse en la cópula carnal. No obstante, también suele ser común para el lector poco versado que pase desapercibido que en dicho texto también se pone atención a las caricias que prologan el camino erótico antes de la cópula. Razón por lo cual, los besos cobran un papel fundamental en virtud de los grados de placer que otorgan, y que pueden ser definitivos en el acto sexual.



Contamos entonces con cuatro principales tipos de besos en el Kamasutra: 1) el beso directo, 2) el inclinado, 3) el beso en escorzo, y 4) el beso de opresión. El primero consiste en un toque simple o directo de labios; el segundo, por el contrario, corresponde a una pequeña inclinación de la cabeza que realizan los amantes a fin de proveerse un beso. El siguiente, en orden de aparición, sucede cuando se gira a uno de ellos tomándolo por la cabeza y el mentón para besarlo; y el último, consiste en oprimir el labio con mucha fuerza, pero, ocupando al tiempo la lengua. Sin embargo, esto no concluye aquí, porque en el Kamasutra se abre otra posibilidad, de ahí que se hable de los besos “moderados”, “contrariados”, “apretados”, “dulces”, los que incitan al amor, los que distraen, los que despiertan. [5]



E incluso se pude hacer aún más extenso, ya que no se pude pasar por alto los “besos robados”, los cuales ameritan audacia y sutileza por quien lo lleva a cabo. El “beso profundo” al igual exige un movimiento de la lengua, sin embargo, estos se reservan al momento más excitante de la unión corporal. Como sea, hay una extensa tipología que se puede extraer de la narrativa que ofrece el manual oriental del Kamasutra.



Digamos pues, que los besos en sus variantes más dulces, o bien, audaces, dejan apreciar una clara propensión del ser humano a la proximidad; se significa con el beso una cordialidad, cariño o respeto, pero también son una base erótica que tiene por fin conocer íntimamente al otro. En este caso en específico, el beso permite sin duda alguna avivar un deseo que pone en acción los labios, los dientes y la lengua: “Cuando verdaderamente te beso toda, cuando dejo de pensar estos son los dientes, la lengua tibia, tu saliva, lentamente me entero de tu historia…”[6]



Por eso es que el beso, en efecto, requiere un entrenamiento a fin de hacer más hábil el acercamiento cara-a-cara, como dijera Levinas, esto para dejar la tosquedad y torpeza a un lado y potenciar el goce y la satisfacción sexual entre los protagonistas. En la actualidad se han escrito algunos trabajos que aportan algunas técnicas para el aprendizaje del beso a los poco hábiles en la materia, como por ejemplo, El arte de besar del cubano, Carlos Velasco.



Como sea, la simbología del beso, su historia, sentido y nomenclatura que se exalta como se dijo ya, en la literatura y la poesía, el cine, la fotografía o la escultura, puede estar, como se mencionó antes, a medio camino del acto de comer, donde al suspenderse se transgrede una acción destructiva para dar pie a la apetencia de la alteridad. Lo que nos hace pensar que, en una suerte de analogía, con el beso simbólicamente se come al otro, se ingiere, se consume su esencia. O como canta el poeta Guillermo Vega en la “La ilusión caníbal:”



No bromea aquel que confiesa:

“me la comería a besos”.

Si pudiera, la engulliría toda

como la boa del diminutivo príncipe,

como la tierra ávida

absorbe la lluvia del desierto


El beso es una mordida extraviada,

un tímido devoramiento

en una danza de lenguas excitadas.



[1] Desmond Morris, La mujer desnuda, ed. Planeta, Barcelona, España, 2004, p. 102. [2] Alfonso Reyes, “Todo tiene una historia”, en Revista de la Universidad de México, Noviembre 1996, Número 550, p. 14 [3] Cfr., José Moreno de Alba, “De besos y etimologías”, en Revista de la Universidad de México, Noviembre 1996, Número, 550, p. 12 [4] Idem. [5] Cfr., op. cit., p. 12

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