Alejandro Olvera
Es curioso que, casi siempre, lo que más echamos de menos sean los sueños cotidianos que aún no se han realizado, las promesas que día a día nos hacemos, nuestros anhelos más elaborados, es decir, todo aquello que le da sentido al pulso de nuestras emociones.
El mundo vive una situación inusitada. La humanidad entera se ha visto forzada a confrontar una excepcional crisis de salud que a todos nos cuesta trabajo asimilar debido a la magnitud de sus implicaciones. Nos resulta difícil entender esta excepcionalidad por la dimensión tan radical de las medidas sanitarias que han trastocado nuestra vida diaria, a tal grado que el mayor impacto se vea reflejado en la conveniente necesidad de establecer el distanciamiento social de los cuerpos.
Esta separación de la proximidad entre las personas inevitablemente nos remite a una sensible “anormalidad”. Lo sepamos o no, para la economía de nuestra sociedad —la sumatoria de los cuerpos de los individuos, de sus necesidades y sus actos— es indispensable un determinado grado de interacción habitual del cual se derivan varias estructuras y un entramado al que solemos dar el nombre de “normalidad”.
La palabra "normalidad" es subjetiva. La vida acostumbrada previamente al brote en Wuhan, China, posiblemente no se vuelva a ver en un buen tiempo. Esto porque las autoridades tendrán que controlar los flujos de las personas, a la vez que abren nuevamente sus economías e industrias para reestablecer el nivel necesario de interacción entre la producción de satisfactores y su consumo.
La pandemia del Covid-19 sigue causando estragos en todo el mundo. ¿Cómo ha de darse un esperado retorno a la normalidad? ¿Sería un simple retorno aleatorio, o bien cabe pensar en la posibilidad del comienzo de una sólida recuperación de las economías? Conviene pensar que los desequilibrios de las economías, a menudo violentos, no son para nada infrecuentes durante las crisis.
Hasta el momento dos ineludibles incógnitas persisten. Una de carácter sanitario. Aunque en algunas regiones se han desplegado medidas drásticas, la respuesta en Estados Unidos sigue siendo parcial. Sólo algunos estados permanecen en confinamiento y no cabe la menor duda de que Estados Unidos es el epicentro de la pandemia.
Lo desconcertante de la segunda incógnita es el ámbito de la economía a ras de suelo. Pese al despliegue de distintos mecanismos que son utilizados para garantizar la supervivencia de las empresas y evitar las quiebras en serie, no por ello este proceso será menos violento el impacto en el corto plazo. El regreso a la normalidad llevará cierto tiempo, esto cada vez es más evidente. Por tanto, aunque las medidas que regularmente se emplean para contrarrestar las crisis, no cabe duda de que no serán suficientes para alimentar un aumento sostenido de las expectativas de productividad y utilidades, dadas las escasas perspectivas de plena actividad en un escenario de falta de certezas de cuándo quedarán superados los riesgos sanitarios.
Si bien la posibilidad de la intervención de los estados, a través de las alternativas de fondeo por parte de los Bancos Centrales, los temores sobre el impacto a nivel de las microeconomías pueden ser un obstáculo para una verdadera recuperación económica en el corto plazo. Es probable que los mercados en general se mantengan volátiles, cada vez más erráticos en su dirección, sin una tendencia clara, antes de que se disipen dichas incertidumbres. La movilidad de la población será la clave del rendimiento en la búsqueda de salidas operativas. La crisis de COVID-19 persistirá más de lo que muchos analistas del mercado sospechan y el daño económico será más profundo y potencialmente más duradero.
El impacto económico será extremadamente violento ya que combina un choque de demanda y un choque de oferta. Sin embargo, parece positivo que esto esté pasando en una economía mundial que se está acelerando y, por lo tanto, sea más capaz de resistir al choque y eventualmente redireccionar las tendencias de los grandes negocios.
Tomando en cuenta el tamaño del actual shock y su dimensión a lo largo del tiempo, de manera ineludible la clave está en las medidas tomadas por los gobiernos para apoyar la actividad económica aún en condiciones anormales, por llamar de alguna manera a esta crisis que ha originado mayores riesgos de inversión a los grandes capitales y, sobre todo, la viabilidad de los actores económicos que entran en juego en función de las decisiones que asuman los gobierno.
A diferencia de anteriores crisis, actualmente los gobiernos muestran una gran concentración en la respuesta monetaria que les confiere el hecho de estar enfrentando los costos de una pandemia. Los gobiernos se han percatado del poder que tienen en claro contraste con el debilitamiento del mercado. Este legítimo poder político habilita la capacidad de adopción de las medidas necesarias que se implementan incluso antes de que comience el impacto negativo en la economía. El desafío de estas medidas es el de otorgar apoyo a las empresas y a los hogares durante la crisis, y la justificación es asegurar hasta donde sea posible la más rápida recuperación de la economía y la normalidad en un escenario de peculiar incertidumbre.
El objetivo de la actuación de los bancos centrales es el de garantizar la liquidez de los mercados financieros para evitar que los flujos monetarios hacia las empresas no se agoten, y con esos recursos asegurar las operaciones “normales” de la banca privada. El primer paso a seguir por los gobiernos es que el Estado cuente con la capacidad de compensar la pérdida de ingresos de los hogares y de las empresas; y así garantizar la “normalidad” del capital, que actualmente está sustentado por el crédito a todos los niveles.
La prioridad es evitar quiebras, a través de la extensión de plazos o del otorgamiento de más préstamos como un puente de salvación. No todos los gobiernos tienen la misma capacidad de hacerlo, o no la tienen para hacerlo con todas las empresas, al menos en el corto plazo a tenida cuenta de la incertidumbre de la duración de la pandemia.
La pandemia de COVID-19 mantiene al mundo en vilo y, como consecuencia, a los mercados de capitales, mercados que han oscilado entre la esperanza y el temor durante varias semanas. Ya sea con la esperanza puesta en que se logre contener la pandemia, ya sea por temor a que la creciente propagación a nivel global del nuevo coronavirus provoque un importante rezago del crecimiento económico mundial. ¿Se puede contrarrestar la propagación del virus? ¿Cuánto se verán afectadas las economías locales? ¿Funcionarán las medidas monetarias y fiscales?
Con el propósito de amortiguar las consecuencias de la crisis provocada por el COVID-19, los bancos centrales y los gobiernos han anunciado recientemente la puesta en marcha de unos planes financieros y de liquidez de gran alcance, en algunos casos incluso más sólidos que durante la época de la crisis del mercado financiero acaecida en 2008 y la larga secuela de recortes de los gastos sociales. Los bancos centrales de todo el mundo han reducido en parte sus tasas de interés de manera masiva y han anunciado nuevas y amplias medidas de auxilio emergente a la economía.
La Reserva Federal de Estados Unidos ha prometido que comprará bonos de deuda pública estadounidense y también los títulos respaldados por hipotecas de forma ilimitada. Aunque es posible que la política monetaria sirva de poco para hacer frente a los imprevistos ocasionados por la oferta y la demanda que opondrá resistencia a la delimitación del ámbito especulativo de las operaciones bursátiles.
Al menos en apariencia, las políticas monetaria y fiscal se están convirtiendo en dos caras de una misma moneda, ya que muchos gobiernos están ejerciendo su poder ejecutivo para implementar medidas de estímulo monetario y fiscal en serie. En no pocos países, estas medidas se han convertido en el mayor programa de apoyo de la historia. En las próximas semanas, es posible que los mercados de todo tipo sigan oscilando entre el temor y la esperanza, y que la incertidumbre siga acompañando la deseada normalidad, o que una normalidad no convencional provoque importantes perturbaciones en muchas economías nacionales.
No aparece visible, aún, la luz al final del túnel en el desplome del mercado, las contramedidas internacionales para contrarrestar la pandemia tanto en el sector médico como en el económico aún están en curso y los costos de todo tipo están por definirse.
Esto que está sucediendo es un shock externo para el que ni las personas, ni organismos internacionales, gobiernos ni empresas estábamos preparados. Las noticias económicas en el corto plazo van a ser muy malas en función de nuestras normalidades. Los mercados financieros han sufrido caídas fuera de diversos parámetros conocidos, lo que históricamente coloca esta crisis económica en perspectiva como una de las peores.
Mucho de ello tiene que ver con la duración de la pandemia y los daños irreparables que va a hacer en la economía de capitales. La respuesta de los gobiernos tendrá un papel protagónico a la hora de definir los efectos en las economías locales. El impacto del virus ha avanzado rápidamente y ahora se espera que cause una crisis global, pero el centro de valoración en esta recesión no sólo cuestiona si las ganancias de las empresas caerán, sino cuánto necesitarán de nuevo capital para operar con pérdidas transitorias o en punto de equilibrio.
Los expertos ya señalaban que la desaceleración estaba en curso en las áreas más cíclicas del mercado antes de la pandemia y que esta desaceleración se ha profundizado por la contingencia sanitaria.
Un punto estratégico más agudo es cómo tratarán los gobiernos de mitigar el impacto de esta gran crisis, ya que, en las anteriores, la respuesta ha sido recortar los tipos de interés para apoyar a las empresas y a las personas a pagar sus deudas y lo principal, para estimular la demanda en un mercado saturado de oferta en los últimos años,
Parece inminente que los gobiernos tendrían que abordar el impacto del coronavirus a través de la expansión fiscal, algo radicalmente opuesto a lo visto en el pasado reciente, donde el mercado es quién había marcado la pauta y las agendas de los gobiernos, a través de presionar la desregulación de las ganancias mediante la relocalización de la planta productiva en países con menor carga fiscal.
El tiempo de contagios por el virus será transitorio: alcanzará un pico y luego disminuirá, aunque no es factible predecir con precisión cuándo. En cambio, el efecto no medible de una combinación de diferentes medidas políticas adoptadas en diferentes países ha producido un impacto económico global imprevisto.
La desarticulación no presupuestada en el suministro de bienes y servicios, combinada con una fuerte reducción en la actividad de los consumidores, que obviamente ha tenido mayor impacto en los sectores turísticos y de ocio recreativo, en otras palabras una gran pérdida de normalidad que tanto las personas como diversos tipos de empresas han tenido que soportar con gran frustración
Es de esperar una expansión de los balances de los bancos centrales en las principales economías: Estados Unidos, Reino Unido, la Zona Euro y Japón, en respuesta a la crisis del crecimiento del coronavirus y a los riesgos de contagio. Pero la eficacia de la política monetaria se ve reducida, al menos a corto plazo, por el impacto del coronavirus en una amplia cadena de sectores de la economía. Irremediablemente el gasto fiscal de las principales economías es la única vía para revitalizar las expectativas económicas y retornar la confianza de los inversores capitalistas que buscan la obtención de ganancias.
Ahora sabemos que el período posterior al confinamiento sólo se producirá un retorno a la normalidad de manera gradual. Este proceso de normalización de las actividades de interacción social podría tardar dos o más trimestres. Tarde o temprano la economía ciertamente se recuperará a través de la adaptación, pero la normalidad deseada puede verse frenada por la prolongación de las medidas de distanciamiento social, ya que la cercanía y convivencia de los cuerpos en sociedad son de lo que depende la producción y el consumo.
Aún se desconoce la rapidez con la que se reabrirán las fronteras porque tampoco hay manera de saber si el virus no regresará el próximo otoño o cuándo. Sólo hasta que concluya con relativa estabilidad local el estatus de la pandemia, es cuándo se podrá revisar con precisión los déficits de los gobiernos.
Si bien los bancos centrales están apoyando a los gobiernos a pedir préstamos, no monetizan en absoluto la contabilización de esta deuda. En consecuencia, puede que el impacto del coronavirus se traduzca en la caída más precipitada de la actividad económica en la historia de los Estados Unidos de América.
Las cifras económicas probablemente revelarán realidades nefastas. El desempleo en Estados Unidos podría eclipsar el punto álgido de la crisis financiera mundial. Tomando en cuenta los datos preliminares relativos a las solicitudes de subsidios de desempleo iniciales, aun con los estímulos fiscales más los pagos de transferencias gubernamentales en marcha, es altamente probable que hagan que el consumo caiga. A pesar de los créditos fiscales, muchas pequeñas y medianas empresas pueden verse severamente castigadas o extinguirse.
A pesar de todo, la vida retornará a la normalidad en algunos meses, aunque podría llevar más tiempo. Sin embargo, no podemos predecir el ritmo de recuperación hasta que sepamos la trascendencia en costos de las vidas perdidas y de las implicaciones totales en la dinámica de la producción y el consumo, que es de lo que depende la economía y el capital.
Con China desarrollada y representando alrededor del 39% del crecimiento mundial, es bastante difícil encontrar empresas que no dependan del gigante asiático. Para los inversionistas de capital deseosos de “normalidad”, las alternativas actuales pasan por colocar parte de su disponibilidad en los sectores de “Salud Pública” en general, en la cadena de producción y distribución de “Productos Básicos” y en la investigación para generación de “Tecnologías”.
¿Cómo y cuándo regresaremos a los entornos de la vida social que echamos de menos? Aún no llega el tiempo de la interacción que conocíamos, no tenemos las certezas que nos tranquilizan. El ansiado retorno a la normalidad capitalista, la normalidad que conocemos, pasa por la necesaria intervención de los estados nacionales para poder preservarla con los menores cambios en el modelo de vida. Una vuelta más de tuerca en manos de los gobiernos de los países.
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