José Manuel Silvero
Cuando los del gremio de filosofía hablamos del "amor", la cosa se pone seria. No es que tengamos atrapada la verdad en un frasco; mucho peor: mientras que los demás disfrutan del enamoramiento, nosotros problematizamos y divagamos sobre la misma hasta el punto de no poder amar "sin más". Claro, hay casos muy comprometedores. Pienso en el Banquete, Fedro y el Lisis. También hay casos más "correctos": el ama y haz lo que quieras, de San Agustín, etcétera. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer reconoce que toda inclinación tierna procede del instinto natural de los sexos. Nuestro filósofo nos dice que la cosa es sencilla: que cada macho busque una hembra y cosa solucionada. Pero la cuestión no es tan sencilla. Eso que llamamos amor, dice nuestro autor, alcanza su más alto poderío cuando la voluntad individual se transforma en voluntad de la especie. Al ser así, la sexualidad se transforma en revelación de la Voluntad de Vivir o Uno-Inconsciente. Por lo tanto, los principios que constituyen el fundamento de la actividad sexual humana están basados en que los individuos se unan por los impulsos irracionales de la voluntad y no por las sensaciones del amor sentimental. La voluntad traducida en "fuerza ciega" se manifiesta en toda su salvaje obstinación en el acto sexual. Schopenhauer concibe la vida como una tragedia (el final es siempre la muerte, y el dolor y el hastío predominan sobre los breves momentos de placer); por ello - según el filósofo- el acto sexual es una traición de los amantes al hijo que vendrá. El acto sexual implica la continuidad de la cadena de la vida, es decir, del dolor. La vida para Schopenhauer es el "mal", la sexualidad el medio - también maligno- que impide el final del sufrimiento. El filósofo llega a afirmar que las mujeres son la "trampa" que la especie pone al individuo para reproducirse. Tras la joven seductora se esconde una madre que, inconscientemente, contribuirá a la cadena del dolor con nuevas víctimas. Schopenhauer se adelantó bastante a Jhon Gray al decir que el amor en el varón es inconstante, pues en el momento en que ya ha obtenido placer, disminuye la fuerza; en cambio, en la mujer crece a partir de ese instante. Según nuestro filósofo, esto es consecuencia del objetivo de la naturaleza que busca el crecimiento más considerable de la especie.
Quizás uno de los temas más criticados de la metafísica del amor del filósofo sea la justificación de la infidelidad masculina. Schopenhauer afirma que la infidelidad está permitida para el varón por la naturaleza; sin embargo la mujer, por el instinto maternal, permanece fiel, puesto que el instinto maternal le empuja a conservar junto a ella a la familia menuda. Por deducción, el filósofo afirma que la fidelidad en el matrimonio es artificial (fidelidad que es artificial en el varón y natural en la mujer). Por esta razón el adulterio en la mujer es imperdonable. Para elegir una pareja, la primera consideración es la edad. Esto nos muestra que se aprecia mucho más la edad que la belleza; y esto en función a la posibilidad de concebir hijos. Es decir, toda persona - según Schopenhauer- pierde su atractivo según vaya alejándose del periodo propio para concebir (15 a 28 años). La otra cuestión a tener en cuenta con los enamorados es el esqueleto, pues es el fundamento del tipo de la especie. Schopenhauer es claro cuando afirma que después de la edad y de la enfermedad, nada nos aleja tanto como una conformación defectuosa: ni el rostro más hermoso podría indemnizarnos de una espalda encorvada; por el contrario, siempre será preferido un rostro feo sobre un torso recto. Un defecto del esqueleto siempre choca. La siguiente consideración es cierta "plenitud de carnes"; por eso una mujer alta y flaca nos causa repulsión, porque no promete al feto un alimento rico. Así también, los pechos de una buena forma causan gran fascinación a los hombres, porque prometen rico alimento para los hijos (Schopenhauer advierte la peligrosidad de la obesidad con respecto a los intereses de la especie; las mujeres gordas con exceso excitan repugnancia en nosotros, porque ese estado morboso es un signo de atrofia del útero, y, por consiguiente, una señal de esterilidad. No es la inteligencia quien sabe esto - dice Arthur- , es el instinto.) La hermosura de la cara no se apreciaría tanto - según nuestro filósofo- ; sin embargo, hay algunos puntos a tener en cuenta. La hermosura de la nariz, esto ayuda a mantener el tipo de la especie. Los ojos y la frente se relacionan con las cualidades psíquicas e intelectuales. Y se preguntarán las mujeres: ¿De qué manera el genio de la especie les conduce a una mujer a elegir un varón? Según Schopenhauer, las mujeres prefieren al hombre de entre 30 a 35 años, aun por encima de los jóvenes. La razón es simple: en estos años se da el apogeo de la potencia genésica. En cuanto a la hermosura del rostro, no preocupa. La fuerza y la valentía del varón son dos cuestiones a tener en cuenta. Según nuestro filósofo, serían los detalles que conquistan su corazón. Conquistan en función a la posibilidad de tener una generación de robustos hijos. Encontramos en el texto de Schopenhauer un punto muy llamativo cuando éste dice que las mujeres pueden neutralizar muchos defectos del varón. De ahí que muchas mujeres elijan para sus parejas a hombres feísimos, pero nunca a hombres afeminados, porque este defecto no podrían neutralizarlo. El filósofo alemán ha escrito bastante sobre el amor. En esa tarea se ha ganado la antipatía de las feministas, quienes critican su machismo.
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