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Disputas filosóficas sobre el Covid-19. Algunos elementos para pensar el caos mundial


Luis Veloz




El médico e investigador Ruy Pérez Tamayo se ha encargado, por largo tiempo, de estudiar lo que podemos denominar: una ruta para el análisis epistémico de la enfermedad. Frente a la pregunta: ¿Qué es la enfermedad? Las respuestas son variadas. Aunque una de ellas sugiere que la enfermedad es un desequilibrio en la función sistémica de un organismo vivo. Sin embargo, como también advierte Ruy Pérez, esta definición debe tomarse a cautela y por ende, considerar otros factores: el histórico (la noción de enfermedad que se ha tenido a lo largo del tiempo: del supuesto sobrenatural a la idea naturalista de enfermedad), la relación médico-paciente, la función y definición biológica, la estructura social e incluso, el factor cultural.


El concepto moderno de enfermedad, por lo tanto, integraría otras aristas que se tienen que contemplar. Sin embargo, en tiempos actuales, justo el problema de la enfermedad se ha convertido en noticia de doble plana. Y quizá, bajo la emergencia suscitada, poco importa su definición stricto sensu, basta que, como aduce Ruy Pérez, partiendo de la vox populi, sepamos que toda enfermedad es un mal que merma, en menor o mayor medida a una persona y cuyo extremo puede conllevar la muerte.


Como sabemos, mientras el fenómeno de la enfermedad se expande, los medios informativos de todo el mundo exponen, con sobrada energía, el trabajo técnico-instrumental de avivar el miedo y la incertidumbre ante las consecuencias de un enemigo invisible, identificado como el virus SARS-CoV-2. En efecto, aunque la historia de las pandemias (pan/todo y demos/pueblo) es amplísima, cada que surge una nueva, el descontrol se impone. Basta referirnos a la peste negra en Europa (siglo XIV), o la influenza que azotó a China y posteriormente se extendió a buena parte de la población mundial, para que nuestro imaginario apocalíptico desate el caos social y se convierta en una constante que se adecúa a la historia situada de las pandemias y por supuesto, a las catástrofes que traen consigo.




Y es aún más problemático lo anterior si consideramos que las pandemias dejaron de ser un asunto local (desde el siglo XV), ya que se propagan a gran velocidad por el globo. Primero fueron los barcos, luego los trenes, y ahora los aviones quienes llevan los virus y otros elementos patógenos de un lugar a otro gracias a sujetos infectados. En el siglo XX, en plena guerra, la gripe española impactó y redujo la población europea dramáticamente. El virus del SARS (o Síndrome Respiratorio Agudo Grave) y sus derivados son una estructura de información genética (del RNA) con la cual lentamente hemos aprendido biológicamente a con-vivir, adaptando nuestros organismos a sus efectos, apoyados en vacunas o en última instancia bajo el aplomo de nuestro sistema inmune, cuando la fortuna está de nuestro lado. Ello no sin antes pagar con un importante número de vidas.


Es por esta razón que el escenario que apela a la memoria que tenemos de las pandemias estimula un terror casi natural en los individuos y comunidades. Frente a esto, distintos especialistas comienzan, con notable preocupación, a hacer un balance sobre las consecuencias que se aproximan debido a la pandemia a corto y largo plazo, tanto económicamente como políticamente. De este modo, la lista de los especialistas que plantan sus opiniones es enorme y de disciplinas, en algunos casos, completamente ajenas, aunque hoy los reúne un mismo problema.


Los filósofos y el desastre posible.


En este sentido es interesante leer el cruce de opiniones de algunos filósofos de gran renombre, como: Jean-Luc Nancy, Giorgio Agamben, Alain Badiou, Roberto Esposito, Slavoj Zizek, Byung-Chul Han, entre otros, que se han dado cita en medios digitales para reflexionar sobre el fenómeno que hoy absorbe la atención mundial y que, como sabemos, ha llevado a la sociedad global a una franca defensiva: en confinamiento o practicando la sana distancia, voluntaria o impuesta por decreto de Estado. Por tanto, entre la biotecnología y su corolario epistémico, entre el efecto político y económico, los elementos con los que se cuentan son variados y complejos en aras de la reflexión y confrontación de posturas sobre un futuro quizá caótico.



En este tenor, el recurso de los filósofos antes mencionados que modulan y dan continuidad (o bien, realizan un distanciamiento) a la biopolítica de Foucault, suele provocar un significativo impacto crítico, pero también atractivo verbal entre sus seguidores. Las formas discursivas que se manejan permiten establecer una revisión en torno a los acontecimientos en la coyuntura actual, lo que además visibiliza la fluidez de la teoría del poder que desarrolló el filósofo francés, en su grado más excelso.


Destacaremos por ejemplo el caso de Giorgio Agamben, quien días atrás con su artículo, “La invención de una epidemia” se dio a la tarea de explicar cómo es que se instaura y con rapidez el estado excepción (seguridad policial) a nivel mundial, esto por las medidas “frenéticas y desproporcionadas ante un virus que ocasiona síntomas leves o moderados en la mayor parte de los casos.”


Siguiendo la línea de Homo sacer, Giorgio Agamben deudor y crítico de Foucault, da prioridad a la noción de soberanía. Inventar o fabricar una epidemia introduce la noción de dominio total sobre los cuerpos y por ende de la vida gracias a la instrumentalización del terror social, para fines específicos que rondan en la rearticulación de las fuerzas político-económicas. Ante esta postura, se publicó “Excepción viral” un artículo escrito por Jean-Luc Nancy, en respuesta a Agamben, esto porque Nancy considera que su amigo y colega italiano toma el problema pandémico a la deriva, es decir, sin hacer hincapié en la proliferación real de un virus que ha provocado la muerte de centenares de personas, es decir, el problema en cuanto al estado de excepción, según la propuesta de Agamben, sería en relación a los hechos, errónea e irresponsable, de ahí que escriba Jean-Luc Nancy: “Los gobiernos no son más que tristes ejecutores, y desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión política”


No obstante, los postulados que muestran cada uno de los filósofos están definidos argumentalmente; tal como lo ha visto Roberto Esposito en “Cuidados a ultranza”, donde ha retomado de ambos (Agamben y Nancy) sus respectivas exposiciones para colocarlas en un punto inter-medio. Cabe recordar que Esposito tuvo a bien escribir uno de los tratados más impresionantes y actuales sobre el poder que deviene en los cuerpos y, por supuesto, colocando el punto de inflexión en el concepto de inmunidad: Inmunitas: Protección y negación de la vida. La sociedad inmunizada replica y con gran audacia los efectos pandémicos que recorren la totalidad de los vivientes. Esto, bajo un ordenamiento biológico y por supuesto político y económico. Lo cual, en la era de la información significa una medida que se convierte en norma institucionalizada.


Así que, la posición de Esposito no discrepa de Agamben ni de Jean-Luc Nancy, sino que, por el contrario, para él ambos tienen razones a su favor. Con todo y que recuerda que Nancy nunca ha dejado de mostrar una aversión metodológica hacia la biopolítica, por lo que, su perspectiva, a su parecer, en todo caso sólo muestra la disensión con Agamben pero evadiendo la conjugación sistémica de la medicina, la biología y la política como dispositivos que, en tiempos recientes, fungen como paradigmas de contención disciplinar; de cualquier modo remata con la siguiente opinión: “Me parece que lo que sucede hoy en Italia, con la superposición caótica y un poco grotesca de prerrogativas estatales y regionales, tiene más el carácter de una descomposición de los poderes públicos que el de un dramático control totalitario.”


Caso similar se presentó como Zizek y el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Aunque las teorías en las que se sumergen son, en algún modo diferentes a la de Agamben y Jean-Luc Nancy, la preocupación del fenómeno pandémico también los orilló a escribir artículos periodísticos que, bajo otros referentes se pueden retomar a fin de evaluar la situación actual. Zizek, el filósofo esloveno, presagia con la irrupción del coronavirus un golpe letal a las condiciones del capital global, sellando con ello prácticamente su ruina y disponiendo, a la vez, de lo que posiblemente se requiere para culminar no sólo con el gran monstruo capitalista, sino también para gestar nuevas prácticas y dispositivos comunales (comunistas) en favor de las economías locales.


Byung-Chul Han partiendo del artículo de Zizek, revierte la formula y presenta una crítica que da paso a otro escenario. Esto porque para el surcoreano el fin del capital es lejano, así que, a diferencia de Zizek y su analogía de golpe a la Kill bill, muestra otra tesis. Esto significa que en poco, para el filósofo, estaremos insertos en un diferente modelo que se sujetará al canon de la vigilancia digital. Es probable entonces que la estructura cambie radicalmente en función de la necesidad del momento. En tal sentido, el modelo asiático podrá a bien imponerse, según esto, como la vértebra de la economía capitalista que se avecina. Son los asiáticos quien con la instrumentalización de los Big Data han logrado cerrar el paso a la pandemia, pese al importante número de muertes que ocasionó. Lo que llama Byung como una “biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas”, podrá ser, quizá, el elemento clave que se ocupará en el siguiente paso o fase capitalista.



Sea como sea, no cabe duda que estamos plantados en la duda o la incertidumbre de lo que vendrá, puesto que, pese a las constantes referencias de una crisis del capital global, nada asegura ni muchos menos pone fecha para su colapso. Aunque ya se prevé una crisis financiera global, similar o peor a la del 2008, concordamos que es poco segura la muerte del capitalismo. Por el contrario, como también muestra la historia, puede ser que estemos presenciando el nuevo capítulo económico de los siguientes años, donde las pandemias forzaran, en lo biológico y virtual, el ejercicio para la regulación y explotación de la vida. Llevado al extremo con la sentencia que avizoraba Foucault desde años atrás: “Hacer vivir, dejar morir.” El estado de excepción y la soberanía de mando en la estancia de la decisión de muerte, plantea preguntas que serán necesarias abordar por su innegable preocupación ética-política, ya sea desde la biopolítica o la necropolítica, siguiendo al filósofo africano, Achille Mbembe.


Ahora bien, es cierto que no es lo más prudente que se haga a un lado el carácter real de esta pandemia, es decir, negar su impacto biológico en la vida humana. Pero tampoco es posible cerrar los ojos a la instrumentalización del fenómeno pandémico que también y de manera estrictamente racional se promueve para edificar nuevos modelos de control.


Este virus, como se ha podido ver, ha permitido romper y sin discusión el flujo migratorio. Lo que no se había conseguido pese a la militarización fronteriza. Las olas humanas que se mueven de un lugar de residencia a otro buscando un futuro mejor, ahora, en este contexto, se les ha colocado una barrera con suspensión de derechos, como sucede en otras latitudes, donde los gobiernos han optado por la suspensión de las garantías individuales con el fin de evitar el contagio vírico. Lo mismo sucede con las manifestaciones civiles o las insurrecciones populares que, ante la emergencia derivada del coronavirus, se reducen a simples ecos que no tienen impacto alguno, es decir, se han desactivado.


Por otro lado, en Italia (segundo país más afectado después de China) ante la misma crisis se decide, sin ética alguna, quién recibe la atención médica bajo el argumento de la utilidad de los cuerpos, dejar morir especifica el quitar la asistencia a los marginales y ancianos, como una prioridad para la estabilidad según los recursos económicos del Estado. La higienización poblacional y la inmunización forzada de las estancias y flujos humanos inicia así otra escalada en la reacción de la economía y la política a nivel mundial. Porque como se aprecia, aunque las decisiones sean cambiantes en cada gobierno, en el fondo la política global busca lo mismo. En este sentido, salvaguardar la vida implica, como dijera Agamben, una suspensión de los derechos desde una decisión soberana. Pero, ¿quién es el soberano? ¿Una forma de gobierno plasmada en un Estado, o las grandes maquinarias del capital globalizado?



Volvemos así al punto inicial que consiste en reflexionar, en medio de un escenario de miedo, muerte y espectacularidad, en las acciones venideras tomando en consideración la filosofía. De ahí que, las discusiones que plantean los filósofos ante el problema de salud que impacta a la humanidad esté abriendo horizontes de discusión que mantienen un rumbo claro para el futuro en puerta. El cual, lejos de augurar el fin de un sistema que se alimenta de fuerza viva, como es el capitalismo, ocasionará por principio un deterioro de gran magnitud financiera, donde los únicos favorecidos serán, al menos por el momento, los socios o empresarios de la red maquinal que surcan las grandes empresas globalizadas. Mientras que los más, los trabajadores precarizados (los sujetos sitiados), pagarán el monto y los daños colaterales con inseguridad, enfermedad, pobreza y peor quizá, con su vida.

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