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“¡Ahora resulta que todo es violencia!”: Un análisis sobre la violencia de género

Por: Dra. Ivonne Ortega

UNAM / FFyL





El propósito de las siguientes líneas es esbozar un análisis sobre los supuestos hermenéuticos que subyacen a nuestra incomprensión de la violencia de género, en concreto los relacionados con el acoso sexual. Sostendré que dicha incomprensión puede entenderse como un tipo de injusticia epistémica.



Injusticia epistémica es un término acuñado y minuciosamente discutido por la filósofa anglosajona Miranda Fricker en Injusticia epistémica: El poder y la ética del conocimiento. En esta obra, siguiendo a Judith Shklar, Miranda Fricker sostiene que los discursos filosóficos suelen centrarse con mayor frecuencia en la noción de justicia en lugar de hablar sobre la injusticia que, sin lugar a dudas, es una práctica más común que aquélla. Dicho en otros términos, lo normal no es lo justo, sino lo injusto.



Ahora bien, parece que la razón por la cual en filosofía se ha preferido hablar sobre la justicia, en detrimento del análisis de la injusticia, estriba en que ésta se ha ocupado de idealizaciones racionales de los seres humanos y sus actividades. Sin embargo, es necesario modificar tal enfoque si es que deseamos comprender las prácticas humanas que se aproximen al ideal racional de forma más bien irregular.



En este sentido, Fricker nos propone acercarnos a la noción de injusticia evitando la vía tradicional, es decir, no debemos entender injusticia en oposición a lo justo (lo cual supondría caracterizar primero la justicia y, a partir de ella, llegar a una noción de injusticia como ausencia o carencia), sino al contrario, a partir de la caracterización de lo injusto, deberá ser posible aproximarnos a algunas ideas acerca de la justicia.



Ahora bien, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de injusticia epistémica?, ¿qué debemos entender por esto?



En primer lugar, una injusticia epistémica consiste en causar un mal a alguien en su condición específica de sujeto de conocimiento (cfr. Fricker, 2007:10). Esta forma de injusticia, de acuerdo con Fricker, puede ser caracterizada en dos momentos lógicamente distinguibles, aunque no por ello separados del todo: la injusticia testimonial y la injusticia hermenéutica.



La injusticia testimonial se produce cuando nuestros prejuicios nos llevan a otorgar a las palabras de un hablante un grado de credibilidad disminuido; la injusticia hermenéutica se da cuando los recursos de interpretación colectivos sitúan a alguien en una desventaja injusta en lo relativo a la comprensión de sus propias experiencias sociales (cfr. Fricker, 2007:10).



La injusticia testimonial se comete contra aquellas voces a las que no se escucha o no se atiende por provenir de grupos estigmatizados con algún estereotipo. Dicho en otros términos, sufren de injusticia testimonial aquellos grupos que no son escuchados o confiables por su edad o por su color de piel o por su clase social o por su género. Pensemos en lo siguiente: una sociedad que caracteriza a las mujeres como criaturas intuitivas o sensibles, donde por intuitivo o sensible se pretende decir irracional, no dará crédito o diezmará su confianza en las afirmaciones, opiniones o razones que éstas pronuncien.



Esta forma de injusticia puede encontrarse desde las más altas esferas académicas hasta la sabiduría popular. Refranes como “el consejo de mujer, bueno algún día puede ser” o “mujer que sabe latín ni encuentra marido ni tiene buen fin” exhiben no sólo la supuesta irracionalidad de las mujeres, sino también, el hecho de que si algún día nos asiste la razón, no podremos encontrar marido y terminaremos mal (y pues quién sabe qué signifique eso).



La injusticia hermenéutica no es menos peligrosa. Consiste en la dificultad que tienen las víctimas de alguna injusticia social para comprender su propio estado debido a diferentes causas, entre ellas, por ejemplo, a la carencia de una etiqueta, categoría o concepto que les permita comprender su propia experiencia. Fricker (cfr. Fricker, 2007:11) nos ofrece el siguiente ejemplo para comprender este concepto: la víctima de acoso sexual en una cultura que carece de este concepto analítico (el de acoso sexual) no puede dar sentido a su propia experiencia porque su medio no lo permite. Subrayemos: su medio no lo permite.



¿Cuál es la interpretación posible para el acoso sexual en una sociedad que no cuenta con esta noción o etiqueta? Sin lugar a dudas podemos enlistar diversas respuestas que, por cierto, seguimos escuchando hasta ahora, aunque ya contemos con el término aludido: “lo malinterpretaste”, “¿no habrás visto mal?”, “quizá te confundiste”, “¡exageras!”, “¡estás loca!”.



Observemos lo que estas frases tienen en común: invalidan una experiencia que no cuadra con la hermenéutica que podríamos llamar dominante, aquella que sostiene que un beso robado es una muestra de amor, o que un piropo es un halago que expresa la admiración por la belleza de la mujer, o que la vista es natural.



La injusticia hermenéutica es muy peligrosa porque anula el sentido de nuestras propias experiencias y, con ello, anula a los sujetos que las viven, a menos que estén dispuestos a modificarse a sí mismos para encajar en el conjunto de interpretaciones que dominan en el medio en que se desarrolla.



En este caso, la víctima de acoso a la que hemos hecho alusión, debería o reinterpretar su experiencia de acuerdo con la hermenéutica del grupo dominante y aceptar que quien la piropeó sólo la estaba halagando, o bien, debería permanecer en la confusión y aislamiento que supone no saber exactamente qué le sucedió.



Vayamos más lejos, invalidar experiencias por carecer de un marco hermenéutico que les dé sentido, no sólo anula a las experiencias en sí, pues no hay nada como esto. En efecto, las experiencias son experiencias de sujetos, de modo que, restarles importancia, ignorarlas o eliminarlas trae consigo no sólo el fustigamiento, sino también la invisibilización de quienes las viven.



¿Qué consecuencias se desprenden de situaciones como esta? Sin lugar a dudas, sufrimiento, confusión y culpabilidad, las cuales, como sostiene José Medina, pueden llevar a los sujetos a una muerte hermenéutica. La muerte hermenéutica consiste en restringir radicalmente las capacidades y la agencia de los sujetos. Perder (o reducir casi por completo) la propia voz, las propias capacidades interpretativas o la propia condición de participante en las prácticas de creación e intercambio de significado son expresiones de esta muerte que los grupos oprimidos han denunciado durante mucho tiempo.



Los daños que esta forma de injusticia inflige pueden ser tan profundos como para llevar a la autoaniquilación. Desde el punto de vista de Medina, esto ocurre cuando los sujetos no sólo son maltratados o acusados de comunicadores ininteligibles, sino también cuando se les impide desarrollar y usar su propia voz, es decir, cuando se les impide participar en prácticas de creación y compartición de significados.





De ahí que Fricker señale la importancia que ha tenido para los movimientos de mujeres la concientización mediante expresiones públicas: “compartir experiencias incomprendidas y apenas articuladas fue [y sigue siendo] una respuesta directa al hecho de que buena parte de la experiencia de las mujeres era extraña, incluso innombrable para la individuo aislada” (Fricker, 2007:157), pero que una vez compartida, podría reinterpretarse y cobrar sentido no sólo por ser nombrada, sino también por exhibir y combatir la carga hermenéutica que impedía comprenderla como una experiencia válida.



Ángeles Eraña advierte muy bien que movimientos como el #Metoo y Hermana, yo sí te creo pretenden hacer frente a este tipo de injusticia, pues visibilizan a las sujetas y dotan de sentido a las experiencias anuladas, silenciadas o ignoradas por hermenéuticamente grupos dominantes.



Estos movimientos luchan contra la idea de que debemos dar sentido o ignorar nuestras propias experiencias modificando recursos interpretativos para encajar y, alternativamente, proponen una resignificación de las conductas que históricamente han sido opresivas, pero que los grupos dominantes no habían permitido que se interpretaran como tales (como el acoso o el hostigamiento sexual o la condescendencia, entre otras).



La expresión pública de las situaciones de acoso, según Fricker, contribuye al combate de la injusticia hermenéutica porque saca del aislamiento a los y las sujetos que lo viven y les proporcionan herramientas para comprender su propia experiencia como algo injusto. Esto significa que no debemos reinterpretar el acoso, sino exhibirlo como lo que es, esta es una primera forma de combatirlo y de resistencia.



Ahora bien, la injusticia hermenéutica tiene su origen en, al menos, dos fuentes: una relacionada con la carencia de términos que configuran nuestras experiencias y la poca o nula atención que se presta a ellas dada la falta de comprensión teórica que supone no contar con una noción que las nombre; otra, con la injusticia que se produce de manera sistémica y sistemática para propiciar confusiones, ambigüedades y ceguera social. Hay en esta última fuente una suerte de gestión de la ignorancia que debemos evidenciar.



Quisiera ser muy enfática en esta última precisión: una cosa es no contar con categorías para nombrar nuestras experiencias y que por ello éstas sean susceptibles de incomprensión y otra, muy diferente, es gestionar sistémica y sistemáticamente la confusión y la ambigüedad mencionadas.



Frases como “¡Ahora resulta que ya todo es acoso!” promueven la incomprensión del acoso sexual y también le restan seriedad a su tratamiento, identificación y combate (de ahí el título de esta charla). Asimismo, esta clase de frases difunden de manera consciente concepciones erróneas y confusas que, de una u otra manera, perpetúan, legitiman y normalizan la violencia de género porque a estas palabras, como suele decirse, no se las lleva el viento, al contrario, son guía y fundamento de las más variadas prácticas de violencia ya sea mediante la revictimización, o bien, de la desarticulación de las experiencias de acoso y, sobre todo, de la justificación y aliento a proseguir con conductas que, nos dicen, en otros tiempos no eran mal vistas. Preguntémonos, ¿realmente no eran mal vistas o eran ignoradas precisamente por la falta de un concepto analítico capaz de significarlas en un medio concreto?



El análisis de este tipo de expresiones pone de manifiesto que nuestras herramientas de interpretación colectivas pueden ser dañinas a un nivel estructural, aunque ello no hace inviable la posibilidad de ejercer una sensibilidad crítica contra estas, de modificarlas o neutralizarlas de algún modo, justo como intentamos (y trabajamos por) hacerlo ahora. Hay que recordar que nuestras interpretaciones no son naturales, son aprendidas y, en esa medida, pueden ser modificadas.



No podemos dejar de advertir que el nivel estructural en donde opera la injusticia hermenéutica produce prejuicios, estereotipos o imaginarios que impactan directamente en nuestra forma de conocer y relacionarnos con los demás. Detengámonos en esto: si la injusticia hermenéutica es capaz de crear prejuicios que delinean nuestra forma de conocer y configurar el mundo, entonces, es anterior a la injusticia testimonial y, de hecho, le sirve de base. ¿Qué significa esto? desconfiamos de ciertos y ciertas hablantes porque sobre ellos pesa un prejuicio que nos impide interpretar sus palabras, acciones y experiencias de violencia como lo que son en realidad.



Podríamos señalar innumerables y lamentables ejemplos de prejuicios claramente relevantes para comprender la injusticia epistémica asociada a la violencia de género y a sus distintas áreas de interseccionalidad: por ejemplo, es claro que no sufre el mismo grado de injusticia hermenéutica una mujer negra que también es obrera y ha sido acosada en la calle, o bien, una mujer indígena sin acceso a ningún tipo de educación que es vendida por su propia familia, o bien, una mujer trans que también es trabajadora sexual y ha sido violada. Todos estos casos ejemplifican la capacidad que tienen ciertos grupos para constituir marcos hermenéuticos que diezman o quitan la voz a grupos históricamente oprimidos y que cuando se intersecan entre sí suelen ser profundamente devastadores debido a su persistencia y sistematicidad. De ahí que sea importante no sólo analizarlos, sino también señalarlos y combatirlos. Trabajar por desmontarlos.



Quisiera dejar hasta aquí esta somera exposición no sin antes señalar que el análisis de la relación entre injusticia epistémica y violencia de género involucra muchos más problemas de los que he hablado y que han sido omitidos no por irrelevantes, sino por falta de tiempo; por ejemplo, no he enfatizado lo suficiente sobre el silenciamiento, ocultamiento e invisibilización que suscitan; tampoco he ahondado en las distintas expresiones de la muerte hermenéutica y el aniquilamiento de las y los sujetos. Estoy segura de que ya habrá otra ocasión para dialogar al respecto.



Y bueno, ahora sí, con esto cierro mi intervención, quisiera mencionar que hay formas de combatir esta forma de injusticia, una de ellas como ya mencionamos es la concientización mediante expresiones públicas; otra, es el ejercicio de la justicia epistémica como virtud ética y epistémica que permite al oyente neutralizar los prejuicios que afectan a sus juicios de credibilidad, la cual está relacionada con la idea de mantener una conciencia crítica, reflexiva y espontánea que, según nos dice Fricker, requiere una “poderosa fuerza visceral” para ser ejercida y bien dirigida.




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