Alejandro Olvera
“La dicha suprema de la vida es la convicción de que somos amados,
amados por nosotros mismos;
mejor dicho, amados a pesar de nosotros”
Víctor Hugo
Chusco y algo bochornoso fue el momento en que una novia recién casada, durante el festejo de su boda, solicitó permiso a su marido para darle un afectuoso abrazo a su exnovio quien estuvo presente durante la ceremonia.
La verdad es que resulta incómodo, y a veces triste, tener clara la conciencia que conforme pasa el tiempo las costumbres van sustituyendo los encantos de la seducción, la atracción sexual y la emoción de las sorpresas que son propias del enamoramiento. Es difícil reconocer que, con los años, entre más nos conocen nuestros afectos, menos les impresionen nuestros gestos y acciones. Nuestros defectos, que siempre estuvieron ahí, se hacen más notorios y no siempre son aceptados de manera concordante. Esto no quiere decir que dejen de querernos, por supuesto que no es siempre así, pero lo más probable es que ya no gocemos de atención apremiante del ser amado y, del mismo modo como sucede en nosotros, sus pensamientos pasen más tiempo ocupados en los asuntos cotidianos de la vida. Hay muchas explicaciones para comprender este proceso, desde lo general a lo particular, pero todas las explicaciones surgen de las ideas que solemos tener acerca de los “modelos de relaciones”, del tipo de relación afectiva que tenemos en expectativa.
No siempre han existido los modelos de relaciones amorosas que actualmente suponemos normales. Es probable que las circunstancias y los eventos de la vida humana generen ambientes que paulatinamente van modificando dichos modelos. Pensemos en lo poco que sabemos respecto del tipo de relaciones afectivas y sexuales que existieron apenas hace 400 años. En las circunstancias ambientales de economía, salud y formas de pensamiento que condicionaron los tipos de vínculos personales posibles en dichas circunstancias. Tenemos que aceptar con sinceridad que nuestras suposiciones y conjeturas acerca de lo que pensaba y sentía la gente de esos tiempos pasan por nuestros valores actuales.
Sabemos que el amor ha existido desde los primeros tiempos de la humanidad, incluso podemos suponer que el desarrollo de la vida en el planeta tiene el extraordinario componente de la filiación celular. Así el amor es uno visto a la luz de las ciencias naturales, y a la vez es otro desde el punto de vista de las costumbres. Ahora bien, los tipos de relaciones afectivas han tenido transformaciones en función de las condiciones y circunstancias de las épocas. De un tiempo para acá existen movimientos que proponen modelos de relaciones con un carácter disruptivo. Es el caso de la propuesta agamia que sustituye al significado de “relación entre dos” que se retribuyen afecto, cambiado por el sentido amplio de “vínculo y conexión entre seres humanos”, lo que se traduce en un término completamente inespecífico en cuanto a las características de tipo de relación, en especial en un sentido de rechazo a las características conocidas del amor.
La soltería que rechaza el amor no siempre se da por voluntad propia, diversas situaciones de la vida hacen que algunas personas lleguen a ese estado porque nunca encuentran a la pareja que preconciben “ideal”, o por lo menos apropiada para establecer la relación deseada que satisfaga sus expectativas. También, en la actualidad, los movimientos de reivindicación de diversos colectivos feministas ponen énfasis en que las relaciones de pareja se han construido reproduciendo las ideas derivadas del amor cortés y del amor romántico con un fuerte predominio de “hegemonía patriarcal”. De manera más reciente, una expresión radical de ruptura de los modelos de relación construidos a lo largo de los últimos cuatro siglos avanza sutilmente con la propuesta de generar alternativas con el fin de liberarse del mandato social de tener que formar parejas para acceder al intercambio de afectividades y sexo. No obstante, una mirada en prospectiva permite anticipar que los grandes eventos naturales, sociales y económicos, habrán de impactar aún con mayor fuerza en el condicionamiento de los nuevos modelos de conexión y formación de vínculos personales.
De nuevo hay que recordar que el amor existe, ha existido y existirá sin importar todo lo que decimos y dejemos de decir sobre él. Es en cuanto al concepto de relaciones amorosas donde los tipos de relación tienen sus versiones de acuerdo con las costumbres de la época y el imaginario colectivo consecutivo. ¿Qué tipo de relaciones pueden entablarse que consigan sobrevivir en tiempos de guerra? ¿Cuántas parejas pueden desarrollar un proyecto de vida conjunto en condiciones de aguda precariedad? Varias son las variables indirectas que inciden en las relaciones humanas de todo tipo. Sumemos a lo anterior las variables propias de las preferencias y orientación sexual, las circunstancias y los anhelos en los proyectos de vida en función del entorno económico y social. Y por último habremos de pensar en las condicionantes que aún desconocemos derivados de eventos inéditos.
En la actual crisis provocada por la pandemia se suman a las tendencias en los modelos de relacionamiento las condiciones poco propicias para socializar y armonizar los vínculos y el contacto afectivo entre personas. Una limitante que se sabe subyace en medio de las dificultades para propiciar los encuentros personales de cualquier tipo. Es fácil suponer la tensión emocional que existe entre las personas que habituaban interacción física y que no habitan en la misma vivienda. Las restricciones de encuentro y reunión, como medida de bioseguridad para prevenir los contagios, han limitado severamente a un elevado número de personas en su vida social, sexual y amorosa. Son tiempos inéditos donde hasta lo que se puede estimar han generado el aislamiento, el ensimismamiento y un indeseado distanciamiento físico entre los contactos personales de las poblaciones
Independientemente de los eventos provocados por la actual crisis, y que impactan en los actos y los vínculos entre las personas, las consecuencias económicas y las secuelas en los patrones de actividad social están por experimentar cambios que aún no es posible dimensionar en cuanto a las conductas y reacciones de las personas. En lo que se refiere a los modelos de relaciones personales, el rebote conductual que habrá de suscitarse como consecuencia de la distensión de las medidas restrictivas y de los confinamientos, es parcialmente previsible que sea algo similar a un gran destape de eufórico desenfreno, una ola tendiente al disfrute de las actividades reprimidas durante la emergencia sanitaria. Para más adelante desconocemos cuanto de esta situación abonará a la emergencia de otras expectativas en los modelos de vida, a la generación en otras alternativas en los proyectos y modelos de establecer vínculos y conexión entre las personas.
El poliamor, el sexo casual, las relaciones abiertas, las amistades con derechos y sin derechos, la demisexualidad, las uniones de convivencia sexual, los colectivos feministas contra el amor romántico, el activismo no monogámico, la anarquía relacional etcétera. Todas estas alternativas y posibilidades aben un abanico que se contraponen con modelo dominante de relación de pareja. Visto de una manera más consecuente con las circunstancias de los eventos naturales, económicos y sociales, es posible la expansión de un estado personal que en la actualidad identificamos simplemente como “soltería”. La soltería dejará de ser vista como un estado de ausencia de pareja en virtud del infortunio afectivo. Existe una alta probabilidad que la soltería sea cada vez más común y que, en el mediano plazo, las relaciones afectivas de pareja sean paulatinamente la excepción. Hay pistas que apuntan a la existencia de múltiples ingredientes para que esto suceda. Las condiciones del medio ambiente social hacen previsibles los cambios en este sentido.
Ahora bien, en un acercamiento a los elementos que como individuos propiciarán estas alternativas, reflexionemos sobre los detalles que favorecen que las personas cuestionen los actuales vínculos íntimos y emocionales que establecemos, personal y colectivamente (aunque se niegue, nos afecta en alguna media la opinión del entorno social). Las necesidades sexuales y afectivas individuales nos plantean reflexiones acerca de lo que para cada uno de nosotros representan los roles de género, las conductas derivadas de asumir compromisos y cual es la función de los celos y la fidelidad en los distintos tipos de relaciones personales. La suma de las distintas reflexiones no es un proceso ordenado, sucede en medio de un ambiente vertiginoso cargado de estímulos contradictorios, ¿qué es la fidelidad realmente cuando no se tiene la intención de traicionar sino el deseo de ejercer la sexualidad libremente? ¿Es esta una época en la que se consumen amores, amistades o parejas de forma vertiginosa, como productos? No los sabemos con precisión, estamos envueltos en circunstancias que van más allá del sexo y la esfera intima, que quizás están, también en el ámbito político, económico y social.
Ya sea por voluntad propia, por las circunstancias, o por la combinación de ambas, las personas se encuentran con una interrogante que no es una crítica al afecto, sino un modo de organizar las expresiones de afecto de mejor manera, después de todo, ¿qué es eso tan complicado de amar a otros? Las respuestas no serán únicas ni mucho menos claras. En contraste la vida sin pareja, la soltería, es un estado que encaja con cualquier tipo de vinculo afectivo y no afectivo. El amor unipersonal no monógamo, es lo más próximo a una ética de anarquía relacional. Amor nunca habrá de faltar, aunque varíen los causes y las formas de obtener diversión, libertad y también de hacer lo correcto con tal de sentirnos amados a pesar de todo.
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