Alejandro Olvera
Lo que nos dejó acá y no allá; del "desamor" al "no amor"; de las relaciones monógamas a la “agamia", es decir, sin pareja.
Imaginar escenas cotidianas de la vida íntima de las personas puede resultar inquietante por lo común del papel que el sexo juega en nuestras vidas. Vivimos sujetos a la tensión sexual desde tempranas edades y más allá de la edad madura. Lo aceptemos o no, el sexo interviene en casi todos los ámbitos de nuestra existencia, incluso en aquellos que no tienen un vínculo específico con la sexualidad la pulsión sexual siempre estará presente.
Actualmente demasiadas personas dan por hecho que la infidelidad tarda un tiempo indefinido en suscitarse y que, en el mejor de los casos, ésta permanece bajo el resguardo de sólo fantasías y la contención, o bien que sucede en secreto en la discreción de la clandestinidad. También, por supuesto, sabemos que las comparaciones y el deseo de tener acceso a relaciones sexo-sentimentales con una y a la vez con otras personas (ya sea en una misma temporada o durante diferentes tiempos consecutivos) forman parte del cotidiano acontecer dentro de la psique humana.
¿Por qué no tenemos relaciones sexuales unos con otros de manera indiscriminada? La respuesta proporcionada por los mecanismos de selectividad de nuestra especie nos permite saber que todos deseamos ser elegibles para el sexo, pero al mismo tiempo nos reservamos o condicionamos las alternativas sexuales. Si bien la sexualidad humana ha sido parte importante de la supervivencia de la especie, en el plano individual no solemos conformarnos con esa finalidad a pesar de estar sometidos de manera instintiva a su continua influencia. Buscamos, y de hecho lo hacemos de manera inconsciente, jerarquizar y supeditar nuestra sexualidad en distintas formas que van desde la necesidad imperante del placer hasta la conformación de sofisticados usos y prácticas confluentes. Parece que la parte masculina de nuestra conformación cerebral se deja llevar con mayor facilidad por el supuesto de nuestra naturaleza evolutiva, la que intenta fecundar a la mayor cantidad de hembras y que ellas se encarguen de la crianza de los vástagos, ya sea a solas o en compañía de algún hombre al que seduzcan con ese fin; en cambio las mujeres tienen un sofisticado programa evolutivo mayormente humanizado en su calidad de hembras, por lo tanto no se pueden permitir el lujo de ser fecundadas indiscriminadamente sin tener determinadas garantías de recibir apoyo de diversa índole y los recursos necesarios para la crianza de sus hijos. Claro, sabemos que estos instintos operan en los humanos desde la Edad de Piedra, pero es bastante seguro que pervivan en las estructuras más antiguas que conforman nuestros cerebros a pesar de que las circunstancias propias de los procesos de civilización hayan cambiado.
De manera reciente ha surgido la inquietud y una propuesta de personas inconformes con el estatus de las distintas formas de relacionamiento amoroso y sexual que existen en la contemporaneidad. Proponen una forma de vida que cuestiona la relación de pareja envuelta bajo el manto de la institución del amor. Estas personas identifican como "gamos" a la unión formal y objetiva donde el sexo es el sacramento de ese "gamos", es decir, la monogamia y en algunas cuantas culturas la poligamia legal o normalizada. Esta idea nomina "relación gámica" a cualquier tipo de "relación de pareja", de "noviazgo", o sencillamente a cualquier tipo de relación sentimental que sea evidente ante la sociedad. Se entiende que cualquier otro tipo de relación no se especifica como "relación de pareja" incluyendo que las relaciones sexuales sólo por sexo son conocidas como amasiato y que, aun siendo clandestinas, se conciben como una naturaleza especifica de relación de amantes en secreto. Por lo tanto, donde no existe una relación física no puede especificarse como una relación, pues la ausencia del "gamos" identifica a otro tipo de vínculos en el plano de: amistad, compañerismo, relaciones profesionales, vecindad, o social por afinidad en gustos e intereses.
La agamia es el modelo de soltería sustentable que propone un cambio en las "relaciones personales" ya que, según la terminología propuesta por ésta, el significado de la palabra "relación" nos debe trasladar a su utilización libre como un ideal genérico de "vinculo o conexión entre seres", porque la palabra relación es un término completamente inespecífico con respecto a las características de dicha relación. La agamia, por lo tanto, se propone una ruptura sustancial con el modelo tradicional, cuyos estereotipos son la relación amorosa (el amor visto como una cárcel que priva de la libertad de conexión con otros) y la existencia de la pareja cuya finalidad, consciente o inconsciente, empieza y culmina con la sexualidad reproductiva. La agamia propone crear confianza en nuevos estilos de relacionamiento disponiendo de herramientas para desactivar algunas trampas del amor; disolver la "fidelidad" como un elemento de la sofisticación selectiva procreativa de la especie para reemplazarla por la lealtad a sí mismos y a los vínculos de cercanía e interrelación con otras individualidades. Así, la agamia, o soltería sustentable, tiene como presupuestos principales los siguientes: la renuncia al "gamos" (a la institución de la pareja); el rechazo al amor considerándole un constructo de sometimiento de la capacidad de establecer múltiples nexos; y la sustitución de la sexualidad por el erotismo (varios vínculos confluentes).
La propuesta de la agamia concibe al amor como un concepto protegido por una coraza de dogmas de fe, dogmas flexibles y resistentes, prácticamente invulnerables. Sin embargo, considera que el amor, de manera paradójica, es fuente caudalosa de desamor y de otros males que inevitablemente dejan grandes daños y heridas a su paso. Encuentra en el amor un acto pasional casi violento conformado por: atracción instintiva, deseo de apropiación territorial, codependencia, apego y dolor asumido. El amor, tal y como se conoce en la actualidad, desde la propuesta "ágama", más que un tipo de relación edificante tiende a crear desilusión y deforestación afectiva en torno de la persona que se considera pareja. Salvo en la sublimación del deseo carnal, obviando cada una de las barreras afectivas creadas o encontradas que permitan defender las relaciones de pareja y no perjudicar otras relaciones, es como se puede pensar que el amor derive en una dinámica afectiva cordial y funcional.
La agamia propone un modelo de pensamiento que nos permita ir más allá de la naturaleza estricta de las relaciones personales de amor, la sustitución del sexo por el erotismo convoca a la germinación de nuevos tipos de relaciones no específicas que traspasan las barreras de la heterosexualidad. Por ejemplo, es bastante posible imaginar tener un vínculo de amistad entre personas de ambos o distintos sexos con un amigo que le guste leer "El principito" y convivir con frecuencia en una afinidad que no necesariamente implique un tipo de relación consensual presumible. O bien, unas amigas lesbianas que pueden sentirse atraídas a una convivencia de mutuo aprecio erótico y sentimental, manteniendo una relación poliamorosa con una tercera persona de cualquier sexo y que cada una de ellas pueda tener encuentros sin renunciar a la deseada soltería. Una mujer puede vivir con un hombre con quién hace equipo para la crianza de unos niños y estar en consenso para tener encuentros eróticos y sentimentales con otros hombres; así mismo, el compañero de crianza de los niños puede consentir, sin experimentar celos, similar conducta sin afectaciones de ningún tipo entre los diversos tipos de vínculos y personas implicadas.
Por lo tanto, la agamia exige la comprensión y el desapego de las emociones de exclusividad a cambio de mantener una armónica sociabilidad. Es por eso por lo que la agamia concibe al amor como un estatus donde los individuos llegan a experimentar mayor soledad que en la ausencia de este, porque el sentimiento de amor priva de la libertad de sociabilidad de los afectos que de ella emanen desde varias fuentes.
En suma, la agamia o soltería sustentable propone una redefinición de la idea de familia, sustituyéndola por la conformación de una agrupación de individuos con relaciones consensuales de erotismo, compañía y confluencia de intereses. Entre los argumentos de peso para este modelo encontramos que el amor es una prisión; que a final de cuentas la monogamia se vive con insatisfacción e infidelidades subterráneas; y que tarde o temprano la vida monógama concluye con uno de los dos integrantes de la pareja viviendo en el desamor, en la soledad o la viudez; y sobre todo que el amor es una construcción favorable al machismo de los patriarcas de la sociedad y no es sensible a las necesidades de realización individual de las personas. ¿Agamia o anagamia? Nos propone un debate social propio del siglo XXI; tanto en el ámbito de la psicología social e incluso en la lingüística, puesto que nos plantea nuevas reflexiones e inquietantes preguntas: ¿Del desamor al no amor como ideal de felicidad? ¿Es el amor un instinto o un invento social? La pulsión sexual es vital para la supervivencia de nuestra especie, pero ¿acaso el amor a secas no lo ha sido, a pesar de lo confuso o difuso de los límites pasionales?
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